lunes, 4 de junio de 2018

San Isidro'18. XXI de Feria. ¡Viva Miura! / por José Ramón Márquez


Grande Tarde de Toros con Miura
Esquivel a la espera
Berrugo, Laneto, Tiznaolla, Rompeplaza, Tahonero y Taponero



¡VIVA MIURA!, así, con mayúsculas, que es como nos salió de adentro el grito cuando vimos a Tiznaolla, número 85, atravesar el ruedo como el AVE por La Mancha, directo desde la mazmorra de Florito hasta el burladero del 6 donde arreó un formidable cabezazo que hizo tambalear los cimientos que mandó hacer Espeliú y destrozar el maderamen como si tal cosa, que muchos de los que hoy estaban en la Plaza seguramente no habían visto eso en su vida. Es lo que tiene Miura, que trae sus cosas, y se entiende perfectamente que para los que tienen que estar ahí abajo las cosas de Miura no sean gustosas, porque desde la localidad se percibe de manera neta que estar ahí abajo no es cosa agradable, y por eso se respeta una barbaridad a los que tienen los arrestos como para hacer el paseíllo y enfrentarse a ellos, y hay que entender las dudas, las reticencias y las prevenciones de los toreros, pero también hay que agradecer a los toros que traigan la seriedad a la Plaza, la seriedad de que nadie haga un pase por la espalda, ni siquiera el invertido circular, ni esas ráfagas de toreo bufo que tanto se prodigan cuando no se respeta al toro, ni esos capoteos con el capote a la espalda o esos bailes de salón con los que nos quieren vender latón como oro; y como muestra baste un botón: lo mismo que el día de los Dolores Aguirre, hubo hoy uno que pretendió hacer chicuelinas y, el Miura, antigüedad 1849, divisa verde y negra en Madrid, le avisó en la segunda y en la tercera le mandó el recado de que la pena por hacerle esa burla era la inminente cogida. Eso es seriedad y eso es imponer tu ley. Y aún a riesgo de ser pesados reiteramos una vez más el deseo que tenemos de que el Curro de San Blas, el Poderoso King of Seville, el que puede a todos los toros a los que no hay que poder, tenga los arrestos de venirse a Madrid con los de la A con asas a ver qué tal se da la tarde, a demostrar y explicar poderíos y a callar bocas.

Y es que Miura, que el año pasado nos dio un disgusto morrocotudo con la corrida que nos trajo al Foro (y con Dávila Miura, para más INRI), este año se ha sacado bien la espina, lo primero en las capas de los toros, todas distintas, y lo segundo en los comportamientos tan agresivos, tan cambiantes, tan de que nadie pueda fiarse ni estar “a gustito” con el ganado, con ese impresionante fondo de mansedumbre tan propio de esta vacada que, junto a la mentada agresividad, forman una tormenta perfecta de imprevisibilidad que hace que no se puedan retirar los ojos del ruedo, porque en cada momento existe la promesa de que pueda ocurrir algo, especialmente algo perjudicial para la salud de los lidiadores. He aquí a los “toros mansos” de Miura, de buen tamaño, largos como pide su origen de Cabrera, altos, de vientre recogido, con poco músculo, marcando bellamente los costillares y los ijares, sin grasa, astisucios, bien puestos de cuerna, de gruesa mazorca, con una mirada viva que acentúa su aspecto fiero, he aquí lo contrario de lo de todas las tardes, de esas bolas de sebo de mirada ida como de yonqui, de colaboración rayana en el servilismo. 

Y como prueba de esa mansedumbre, ahí tenemos al sexto de la tarde, Taponero, número 80, saltando al callejón, que a los otros, para que se vea lo tontos que son, ni eso se les ocurre. Compare quien quiera las impredecibles embestidas de esta tarde, los lances vivos y apurados, los trasteos agónicos que se han podido ver en los seis de Miura con esa colección de embestidas idiotas de los seis Cuvillo del otro día, todas iguales de tontas, todas iguales de inanes y mortecinas. Entre esos dos polos se halla la evolución de la ganadería, del XIX al XXI, del ganadero que es un señor y cría lo que debe, al ganadero que es un empleado de los deseos más inconfesables de los de la coleta.

En un ejercicio de libertad absolutamente incomprensible hubo serios aficionados, que acaso por pertenecer a la tendencia basculera o vaya usted a saber por qué, protestaron algunos toros de salida, y en la grada, como en el afamado tema musical, ahí había “a crowd of young boys, they're fooling around in the corner” dando palmas de tango, que se conoce que ellos querían ver salir al toro de José Cruz que estaba de sobrero, acaso para que en la tarde hubiese algo de la realidad que ellos han vivido en su corta vida de afición, que desde luego no es esta salvaje demostración de indómito comportamiento, esta demostración pública de carácter agreste que traían los pupilos de don Eduardo y don Antonio Miura, a los que, huelga decirlo, les arrearon en varas lo que no está escrito, que les cayeron las siete plagas en forma de puyazos y la sangre manaba generosa de los orificios sin que diese la impresión de que eso les había quebrantado. Al primero lo pusieron cuatro veces al caballo y al cuarto, tres; los demás se llevaron las dos de reglamento pero aplicadas con saña y, quitando algún leve desfallecimiento, los toros no se fueron al suelo y mantuvieron la altivez de su figura, cara arriba, actitud desafiante, hasta el mismo momento de ser pinchados alevosamente por los estoques y poniendo dificultades al descabello, no descubriendo la muerte.

Otra cosa estupenda es que, como no había manera de estar a gustito con los toros, los trasteos fueron de lo más concisos, sin idas y venidas y sin esos ridículos momentos de introspección con paseo que nos ofrecen tantos matadores, porque daba la impresión neta de que, sin paseos ni nada, los toros pensaban muchísimo en todos esos nuevos estímulos que conocían por vez primera, en esos trapos que se agitan, en esos señores que corren, en esas faldillas sobre las que hay un tío con un pincho, y ellos, a su manera, se rebelaban contra todas esas cosas arrebatando las capas de las manos del peonaje, las muletas de las de los matadores, haciendo correr y pasar miedo a los de las banderillas, que hubo uno -Manuel Pérez Valcárcel- que tomó el olivo a escasos cincuenta centímetros de distancia de la tronera del burladero del 9, pero también debe decirse que hubo otros como Raúl Martí o El Sirio que demostraron a las claras su pundonor y sus ganas de no dejarse ganar la partida por los Miura, o Juan Sierra, que hizo una eficaz y discretísima brega de la que apenas nadie se enteró. Decíamos antes lo de la concisión y como muestra baste señalar que a las nueve y un minuto se abalanzaba Román a clavar su estoque en Taponero, número 80, sexto de la tarde. Dos horas justas de festejo, y eso que se dieron avisos.

En cuanto a los toreros, por delante iba Rafaelillo que, tal y como le suele pasar en Madrid, no revalidó en Las Ventas sus constantes éxitos en Francia. Me lo explicó a la perfección Juan Palette:

-Es que aquí le llamáis culibajo y le decís que pajarea y en Francia le dicen “Monsieur”.

Seguramente ahí estribe la diferencia, porque en Madrid llevamos ya demasiado tiempo sin verle a un nivel aceptable. También es verdad que lo de rematar con estos toros todos los muletazos por alto, tomar todas las prevenciones y no acabar de afirmar de manera neta su voluntad de poder al toro no es algo que redunde, al final, en que el resultado de su trasteo resulte acorde a sus intereses, más bien el toro se va dando cuenta de la ausencia de mando, de la falta de firmeza de su matador, de la ausencia de poder y sometimiento y se va haciendo el amo del cotarro y desarrollando maldad a medida que va descubriendo los trucos que se pretenden hacer con él. Su primero casi le destroza al entrar a matar, quedándose en la cara le cazó con el pitón derecho, y además le lanzó un golpe seco en pleno abdomen con la pala del pitón a José Mora cuando acudía en su auxilio. Rafaelillo le dejó el estoque haciendo guardia y nadie se atrevía a sacarlo y luego le descabelló innumerables veces y, por un momento, nos trajo el triste recuerdo del niño Pepe Luis cuando se dejó vivo al Miura en Sevilla, que igual que éste no se dejaba descabellar.

Pepe Moral viene arropado por una fama que el hombre se la ha labrado como sea y hoy tuvo enfrente al Miura más a propósito para haber dado un toque de atención, Laneto, número 85, segundo de la tarde, que se tragaba los muletazos y ante el que el de Los Palacios no acabó de poner su toreo de manifiesto. Embarullado, en una sinfonía de cites por las afueras y de carreritas de vaivén, se le fue yendo el toro sin que aquello acabase de cobrar vuelo y dejó pasar su oportunidad de mandar un mensaje a la afición. Si pensó que los Miura le iban a dar una segunda oportunidad, iba fresco, porque su segundo sólo demandaba lidia, cosa que el sevillano no estaba por lo visto en condiciones de darle.

Y de tercero, Román, que sacó agallas y corazón y planteó el mejor trasteo de la tarde a su segundo, Taponero, al que toreó con vigor y sin amilanarse. Haciendo pasar al toro, tragando mucho, a veces con la muleta enganchada, y estando bien colocado la mayoría de las veces, Román planteó una faena de mucha autenticidad, como un tour-de-force entre ambos en la que brillaron las ganas del valenciano por que no se le fuese la tarde de vacío, que fue atentamente seguida incluso por esos ancianos que huyen a la primera de cambio para llegar al Metro sin apreturas. Firma Román con este Miura su primera faena de auténtico interés en Madrid, y es una lástima que la rematase de manera tan imperfecta con el estoque, porque ese borrón le quitó un triunfo que seguramente tenía.

Entretenidísima tarde la de hoy, solamente emborronada por la evidencia de que no hay hoy en día un solo torero que sea capaz de hacer la faena que precisan unos toros como estos Miura: ahí están Antonio Bienvenida, Ruiz Miguel, Manili, Dámaso Gómez, Rafael Ortega, Diego Puerta, Bernadó… estilos bien distintos ¿No hay ni uno que quiera seguir su ejemplo? ¿Es que acaso no hay vida lejos de la inmunda escuela del Juli?


Jean Palette

Restaurando el desaguisado de Tiznaolla

Tahonero
No hay quinto malo

La croqueta

El descalzaperros

La puntualidad
Taponero doblando a las 9 en punto

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