Grant y Picasso
Si aceptamos por la propaganda que Picasso inventó el arte abstracto con la geometría cúbica, que es triangular, de las napias de sus señoritas de Aviñón, ¿cómo no aceptar, por la propaganda, que el “Guernica” representa la guerra? La realidad dice que los cubos fueron cosa de Braque y de Gris, o que el apocalipsis taurino del “Guernica” era la visión picassiana de la muerte de Sánchez Mejías, pero la realidad, ay, sólo es “una mentira inevitable sobre la verdad”.
El cuadro
Abc
Entre “Las Meninas” de Velázquez en el Prado y el “Giovanna Tornabuoni” de Ghirlandaio en el Thyssen, ¿por qué Obama (la idea, aventada por Costos, es qué bueno es Obama, que va de museos, pudiendo ir de puticlubs, como Trump) se cuela en el “Sofidú” para un selfie con el “Guernica” de Picasso?
Por propaganda.
Una noche, entre “Los amigos de Julio Camba” en Casa Ciriaco, Blanco Tobío contó que al ir a ver el “Guernica” en Nueva York dio con una cola de visitantes enorme, y preguntó a su amigo el director del Museo qué esperaba ver esa muchedumbre: “¡Ah! ¡El horror de aquel bombardeo, vergüenza de la Humanidad!” A lo que respondió Tobío: “Y entonces, ¿qué guardan para Hiroshima?”
La socialdemocracia es relativismo y propaganda. Relativismo es sostener que Guernica e Hiroshima valen lo mismo. Propaganda es la “matracada política” (Fumaroli), una mezcla de “cultura” y publicidad (habituación impuesta a las mentes mediante fórmulas repetitivas de eslóganes) con que barnizar a los zombis, que somos nosotros.
Si aceptamos por la propaganda que Picasso inventó el arte abstracto con la geometría cúbica, que es triangular, de las napias de sus señoritas de Aviñón, ¿cómo no aceptar, por la propaganda, que el “Guernica” representa la guerra? La realidad dice que los cubos fueron cosa de Braque y de Gris, o que el apocalipsis taurino del “Guernica” era la visión picassiana de la muerte de Sánchez Mejías, pero la realidad, ay, sólo es “una mentira inevitable sobre la verdad”.
Y llegamos al selfie del Nobel de la Paz con el “Guernica”. Teniendo en San Luis un cuadro mejor, “La ciudad incendiada” de Meidner, incluso para entender el horror del siglo XX (¡el siglo del hongo nuclear del demócrata Truman!), ¿qué pensaba en Madrid, ante ese picassiano estrépito pictórico de tauromaquia, el baloncestista que en la Casa Blanca lanzaba Predators como un oficinista aburrido bolas de folio a la papelera?
Faltó Carmen Calvo, invitándolo a admirar los “mármole” del suelo.
Picasso y Luis Miguel
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