Tal vez los taurinos representemos hoy ejemplo, los hay muchos, mucho más, de los valores que la humanidad no debe dejarse arrebatar por una supuesta modernidad anodina e inhumana, en tiempos donde la verdad tiene tanto significado como lo ha tenido siempre. Por ello y por mucho más soy taurino, defiendo mis espacios y también el derecho de los demás a los suyos.
LA VIDA Y LA MUERTE EN TIEMPOS GLOBALES
Fortunato González Cruz*
Presidente Nacional Círculo T. A. “Dinastía Bienvenida”
La FAO señala que cada año se matan más de sesenta mil millones de animales, casi todos criados en cautividad y sin ninguna clase de miramientos. Es decir, cada día se matan cerca de 164 millones de animales sin contar las más de 140 millones de toneladas de peces que se capturan, mucho más que los animales terrestres. Todas esas muertes son silenciosas, ocultas y poquísima gente sabe algo de ellas pues en los supermercados, carnicerías o pescaderías se venden sus carnes ya empaquetadas o procesadas, de manera que el consumidor ignora o no quiere saber nada sobre cómo vivieron ni mucho menos cómo murieron esos seres. Mucho ha cambiado desde los tiempos de los comienzos del siglo pasado cuando nuestro abuelos mataban sus gallinas, sus pollos, sus cochinos y sus reces, y los componían según la costumbre del lugar.
En esos mismos tiempos no existía la alternativa entre criar un niño o un animal. Se criaban ambos y cada uno ocupaba el lugar que le correspondía sin mucha reflexión ni filosofía. Los hijos se parían, se criaban y se educaban según la ley natural y también según esa misma norma se enriquecía la familia con algún animal doméstico para hacer compañía y colaborar en tareas propias de su especie.
Nadie entonces se sorprendía por la muerte de un animal. Podía doler según el cariño que le brindaba la familia bien se tratase de un animal de compañía o de uno doméstico: perros y gatos en el primer caso, o caballos, burros, vacas, gallinas, pavos y otros. Por mucho cariño que se le prodigara a un animal doméstico a nadie se le ocurría no sacrificar la gallina o el pavo por Navidad, ni el cochino algún sábado, ni mucho menos preferir el perro o el gato al niño, ni señalar de despiadados o asesinos a la padres y abuelitos. En aquellos tiempos, como hoy, las grandes mayorías lloran sus muertos.
En estos días he puesto más atención a los programas de televisión y no se ven noticias ni comentarios sobre la muerte de animales, salvo los toros de lidia y alguna que otra ballena. Hace poco se efectúo un encuentro mundial de videojuegos y no se ofreció ni uno solo sobre maltrato o muerte de animales. Por el contrario, más del 90% de los videojuegos y sus sorprendentes novedades son sobre grandes matanzas de personas con armas cada vez más mortíferas, escenas sangrientas y cientos de cadáveres humanos descuartizados entre escombros. Videojuegos donde se compite por quién y cómo se mata más y con mayor crueldad a seres humanos o robots humanizados.
En algunas ciudades del mundo desarrollado se han realizado estadísticas entre hogares con mascotas o con niños y caigo en cuenta que cada día aumenta el porcentaje de hogares sin hijos o con gatos y perros (54.7%) y disminuye los que prefieren hijos hasta un 19.7%. Las parejas, y cada día aumenta la posibilidad de que puedan ser del mismo sexo e incluso un muñeco plástico, prefieren la soledad o tener una mascota, y pueden sentirse igual de felices y satisfechos alimentando un animal en vez de un niño. Las personas solas prefieren la mascota al bebé. El compromiso puede ser el mismo en relación con el cuidado, pero la responsabilidad en la educación sí que es muy distinta.
Una de las consecuencias más funestas de estas situaciones es la enorme distorsión que se produce en los valores, mucho más si las sociedades no están claras en su jerarquía moral y ética. La enseñanza más inmediata es que se tenga como “normal” la matanza de seres humanos y “cruel” la de los animales, cuando se sabe de ella. También que los animales tienen derechos equiparables e incluso mayores que los humanos sin, claro está, ninguna responsabilidad. Es evidente que la crianza de animales o niños está en función de los intereses individuales de su criador, y que por ello muchos citadinos prefieren la mascota al niño, que le significa más obligaciones.
Estos razonamientos nos llevan a comprender por qué ciertos colectivos urbanos más propios de las grandes ciudades y casi inexistentes en el medio rural, son extremistas en la defensa de su particular “modo de vida”, poco o nada tolerantes, insociables, libres de responsabilidades pero con todos los derechos de imponerse a los demás, incluso agresivos contra los humanos y muy sensibles con los animales. Las tendencias o actitudes de estos grupos adquieren cierto carácter ideológico y forman movimientos o activismos, incluso alcanzan expresión política en partidos o movimientos políticos que no son ni de derecha ni de izquierda, sino antisistema, anarquistas, en algunos casos violentos, refractarios de las normas, con una apariencia de paz que esconde sus actitudes contrarias a la convivencia social. Son pequeñas minorías muy activas que se imponen en medio de las llamadas “mayorías silenciosas”. Pueden alcanzar el poder cuando los gobiernos son débiles, como en algunas democracias parlamentarias donde con una minúscula representación encuentran aliados en partidos que requieren sus votos para alcanzar objetivos eventuales.
A esta clase de grupos sociales pertenecen los “antitaurinos”, no por “animalistas”, sino porque la vida humana les importa un bledo, como la libertad, la convivencia, los derechos de los demás, la responsabilidad que implica vivir en sociedad. El llamado “estado de bienestar” tiene algo que ver con esta situación porque les asegura gozar de sus beneficios y dejarle a los demás el trabajo y su financiamiento.
La sociedad actual tiene una enorme responsabilidad en el cuidado de la “casa común”, como denomina a la tierra el papa Francisco. Ello implica tener claro que el ser humano es el único sujeto de derechos y por lo tanto de responsabilidades, siendo como es el único ser racional y libre. Una de esas responsabilidades, la mayor quizás, es administrar esa “casa común” y ejercer el poder para el pleno desarrollo humano dentro de los grandes macroequilibrios planetarios, donde cada quien desempeña un papel que le es propio según su naturaleza.
Confundir los papeles, los derechos y las responsabilidades es una temeridad tan dañina como la indiferencia. Tal vez los taurinos representemos hoy ejemplo, los hay muchos, mucho más, de los valores que la humanidad no debe dejarse arrebatar por una supuesta modernidad anodina e inhumana, en tiempos donde la verdad tiene tanto significado como lo ha tenido siempre. Por ello y por mucho más soy taurino, defiendo mis espacios y también el derecho de los demás a los suyos. En ello hago causa común con quienes comparten esta pasión y apuestan porque siga siendo la verdad del arte en su expresión más auténtica.
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*Fortunato González Cruz, es Académico de Mérida, Catedrático de la U.L.A. de Mérida-Venezuela / Miembro de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales / Fundador y Director de la Cátedra de Tauromaquia "G. Briceño Ferrigni" de la U.L.A.
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