QUE SALGA EL MANGUERO PORQUE VAMOS A REGAR
Zaragoza. Plaza de la Misericordia. Viernes, 12 de octubre de 2018. Octava de feria. Tarde impropiamente calurosa con casi lleno.
Seis toros, primero de La Ventana del Puerto y los cinco restantes de Puerto de San Lorenzo, serios y vario juego con mayores o menores problemas y de buen juego el que abrió plaza y, sobre todos, el sexto que fue excelente.
Enrique Ponce (corinto y oro: Gran estocada, aviso, fuerte petición denegada, vuelta al ruedo y gran bronca al presidente. Estocada aviso, oreja y fortísima petición de la segunda con apoteósica vuelta y enorme bronca al palco presidencial.
Diego Urdiales (azul marino y oro): Pinchazo y estocada, aviso y palmas con saludos. Pinchazo y media estocada, aviso y palmas con saludos.
Miguel Ángel Perera (tinto de cosecha y oro): Pinchazo, estocada y cuatro descabellos, aviso y silencio. Pinchazo en los bajos sin soltar y estocada perpendicular, aviso y oreja.
A caballo destacaron Manuel Quinta y sobremanera José Palomares. En la brega Mariano de la Viña, Jocho y Curro Javier. Y en banderillas, sobre todos Javier Ambel, seguido de Mariano de la Viña, Jocho, El Víctor, José Carlos Tirado y Curro Javier.
Tercer atraco de la presidencia en otra tarde de orejas robadas a un Ponce monumental
La función taurina del gran día Los Pilares no pudo tener mejor principio porque, sin que se deshiciera el desfile de cuadrillas con los tres matadores al frente, la banda de música interpretó la Marcha Real (himno Nacional de España) y el público que casi llenaba la plaza puesto en pie prorrumpió con una inmensa ovación, ¡vivas a España! y ¡vivas al Rey!…
Pero a poco de salir al ruedo el primer toro, sobradamente presentado aunque nada fácil, fue Enrique Ponce quien encaró la papeleta con la destreza, la maestría y las habilidades técnicas que se son proverbiales. Lo que no impidió que sonaran algunos pitos durante la lidia y la faena del gran maestro valenciano, cerrándose este primer capítulo con otra vez más y van tres, que se vio alterada en su normalidad por quien presidió el festejo asesorado por dos caballeros, imagino que los tres de previo acuerdo para decir si dar orejas o no y, en caso de darlas, decidir si serían una o las dos.
El caso que nos ocupa hoy es que Enrique Ponce, que debió cortar tres, solo pudo pasear una del cuarto toro de El Puerto de San Lorenzo. Pero fue una oreja que valió millones tras cuajar el faenón más grande de esta feria y de muchas ferias más por ahora, tanto en Zaragoza como en las demás plazas del mundo. Una faena para empezar de trazado arquitectónico porque primero hubo que lidiar al blando animal con exquisita precisión propia de péndulo de reloj. El matador y los miembros de su cuadrilla que les correspondió actuar, especialmente Mariano de la Viña en la brega y José Palomares a caballo, lograron el “milagro” de que el animal llegara a la muleta con suficiente energía para que Enrique obrara una labor de exquisito orfebre porque, primero y sucesivamente, tuvo que impedir que el animal dejara de huir sin descanso – que ese fue su principal inconveniente – para, una vez atraído por la muleta del gran maestro, obedecer a su mando sublime – delicadeza supina y temple infinitos – para que la obra no fuera discontinua sino prodigiosamente ligada. Y toda sobre ambas manos por redondos sedosos, naturales de marca mayor, pectorales eternos, trincheras perfumadas y cambios de mano prodigiosos antes de terminar con las poncinas de su especialidad. Es decir, sumar a su proverbial maestría todos los dones artísticos que atesora como jamas nadie había acumulado en una abismal demostración torera fuera de cualquier serie. Faena, pues, pluscuamperfecta desde el punto de vista técnico y prodigiosa en su artístico y glorioso devenir.
La otra faena digna de mención detenida sucedió de las manos de Miguel Ángel Perera frente al último toro de la tarde que fue con mucho el mejor del envío salmantino y antes de matar de estocada muy defectuosa, llevar a cabo una obra en dos mitades: magnífica, contundente e intensísima la primera mas sucia la segunda y última con feo remate a espadas.
Y menos mal que se accedió a conceder una oreja. Así las cosas, estos tres señores del palco deberían dar una rueda de prensa cuando finalice la feria y explicar las razones de su manifiesta y escandalosa arbitrariedad.
Acompañó a ambos diestros y en qué hora el ya veteranísimo matador, últimamente de moda tras sus grandes faenas en Bilbao y en Madris, Diego Urdiales. Pero esta vez el de Arnedo no dio pie con bola frente al lote más deslucido por abundantemente destemplado – sin templar no se puede mandar ni torear formalmente . aunque contó con el apoyo incondicional de sus cientos de paisanos que acudieron a verle en la estúpida pretensión de que su torero venciera al gran maestro valenciano a quien no dejaron de importunar con pitos durante la lidia de sus dos oponentes en un baldío intento de arruinar sus dos intervenciones. Hicieron el mayor de los ridículos como también su ídolo que no cesó de sufrir enganchones durante sus dos sucios trasteos frente a sus dos oponentes. Vamos, que enganchó más que un tren de mercancías. Dio pena ver al riojano en su mucho querer y casi nada poder. Y aún más pena sus partidarios que, refunfuñados, no encontraron por donde meterse. Continúa habiendo muchos ilusos de esta clase que, además, presumen de buenos aficionados. Y en mi particular caso de ayer, hasta tuve que cambiar de localidad y tras no pocos comentarios míos en voz alta, me harté de insidias, de insultos despreciativos y hasta de amenazas. El colmo de los colmos.
La estupidez humana a veces alcanza grados inimaginables. Ayer en España sucedieron tres palpables muestras de ello. Una política y dos taurinas: La política fue el incalificable atrevimiento del peor presidente del gobierno que ha tenido España en la historia. Don Pedro Sánchez y su rubia esposa pretendieron ocupar privilegiado lugar junto a los Reyes en el besamanos del Palacio Real con motivo de la festividad mayor de nuestra Nación como si ambos también fueran miembros de la Real Casa. Hasta que un miembro del protocolo palaciego les ordenó amable aunque firmemente que descendieran del escalón Real de inmediato y bajaran a la Tierra. Jamás habíamos visto hacer a nadie un ridículo tan espantosamente grande. Por fortuna, los medios se han encargado de difundirlo para asombro espanto de los millones de seres que pudimos verlo por televisión luego de cometida la felonía.
Pero volvamos a la plaza y sigamos con los dos importunos taurinos que fueron, como segundo, el baldío intento de no pocos espectadores en su pretensión de arruinar con inoportunos pitos las memorables faenas de Enrique Ponce, supongo que en pos de aumentar en mérito las espantosas labores del viejo matador recientemente en boga, llamado Diego Urdiales. Y la tercera subsiguiente, la cerril negativa del señor Presidente de la plaza de La Misericordia en conceder una oreja a Ponce tras matar muy bien por cierto al primer toro y la segunda del cuarto tras su magistral faenón. Fue la segunda vez que este sujeto robaba trofeos en esta feria. Debería ser destituido de inmediato. Como también quien presidió antier por lo mismo. Señor, qué cruz, hazme bueno pero todavía no.
No obstante lo dicho, la inmensa mayoría de los espectadores gozaron hasta alcanzar el éxtasis con las faenas de Ponce y con la primera parte de la de Perera. Claro que, con el extremeño no se metieron. No era el objeto a batir, más para su desgracia que para su suerte.
Y ahí quedó para el recuerdo la monumental tarde de don Enrique Ponce Martínez en la penúltima corrida de su temporada porque, este año, la última será en Jaén.
Dios le guarde y a todos los poncistas de hueso colorado también.
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