martes, 27 de noviembre de 2018

Más buenos que el pan / por Felipe Garrigues




El toro de nuestros días es, en su gran mayoría, un santo varón. Está a lo que está, que es embestir como y cuando se lo mande el torero, girando a su alrededor en noria interminable. Da lo mismo la colocación del coletudo, si cruzado, en la pala o la paletilla… obedece al toque sin más. Le hemos quitado animalidad, instinto, picardía, viveza en la mirada, esa casta que pica...

Más buenos que el pan

Felipe Garrigues
El toro de nuestros días es, en su gran mayoría, un santo varón, como diría el genial humorista Tip. Sólo tienen ojos -cual sumisa novia- para la muletita de sus entretelas. Los ganaderos han conseguido un auténtico colaborador en cuanto a fijeza y nobleza se refiere. Como nunca lo fue. Tienen los muslos y las barrigas toreras a tiro de belfo pero ni caso. Están a lo que están, que es embestir como y cuando se lo mande el torero, girando a su alrededor en noria interminable. Da lo mismo la colocación del coletudo, si cruzado, en la pala o la paletilla…obedece al toque sin más. Queda la duda de si el achicar su terreno hasta lo inverosímil es una auténtica conquista o un abuso de la docilidad del astado. Mérito tiene, quién lo duda, pero tendría mucho más si se practicara con Victorinos, Adolfos o similares.

Hemos convertido al toro en portador de valores comerciales eternos, para faenas del mismo corte, pero le hemos quitado animalidad, instinto, picardía, viveza en la mirada, esa casta que pica y que exige una distancia de protocolo. Casta es vocablo difícil de definir: movilidad, nervio, aspereza, genio…quizá todo a la vez. Mas cuando aparece es inconfundible y el WhatsApp deja de funcionar. Lo malo es que exige una lidia que llaman antigua porque apenas se ve pero que tarde o temprano tendrá que volver. Los cientos de muletazos de hoy se compensarían con la emoción del peligro evidente y palpable, aunque la cornada puede llegar tanto con los descafeinados como con los otros.

El problema es que algunas ganaderías de las que no dejan al torero andar por la plaza como Pedro por su casa, atarse las zapatillas en sus mismas fauces, tienen un triste final: el matadero. Así acabaron la mayoría de las reses de Leopoldo de la Maza. Poco importa que echara corridas interesantes o que muchos de sus ejemplares propiciaran triunfos a toreros modestos, tal y como le ocurrió a Oliva Soto en Sevilla con “Limpidado”, que además se llevó unos cuantos premios. Cada vez que desaparece una ganadería de un encaste no habitual, nuestra alma de aficionado se pone de luto, sabiendo además que no será la última…

Afortunadamente sigue habiendo toreros que no vacilan en ponerse en el sitio del toro que emociona, aquél que no es tan tierno como el pan reciente, al que prestigia sin vacilaciones si se es capaz. Por ejemplo, Octavio Chacón y Emilio de Justo lo han demostrado esta temporada. Y es que a buen hambre de triunfo, no hay toro duro…

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