miércoles, 19 de diciembre de 2018

Fisiotaurología / Por Jorge Arturo Díaz Reyes.


Molinete invertido. Pintura Diego Ramos

La vida es la lucha por la vida. Y la tauromaquia, rito cultural-histórico, alegoriza esa fatalidad universal; ser, estar, bregar, morir… pero en clave humana, con un código ético-estético. El toro (la naturaleza) defiende su territorio, el hombre trata de ganarlo y el coro (público) vigila el juego.  

Fisiotaurología

*Lo Kitsch en el toreo XX*
Cali, diciembre / 2018
Igual que otras actividades, el toreo es en mucho una conjunción de automatismos. Toro, torero y espectador, reaccionan en la suerte, involuntaria, subconsciente y espontáneamente. No se lo piensan. No hay tiempo. Embestir, encarar, jalear, son respuestas, reflejas.

Es biológico, evolutivo, estamos hechos así, humanos y toros. ¿Frente a frente? ¡Peligro! La fisiología nos alista de inmediato para una de dos opciones; huir o combatir. Viene con los genes, la descarga de adrenalina dispara el sistema. El estado de alerta orgánica general. Cerebro, sentidos, piel, vísceras, pulmones, corazón. Más oxígeno y sangre a los músculos para la acción y menos a la superficie para minimizar pérdidas. Cuando es intenso todo queda supeditado. El juicio también. No es electivo.
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—¿Qué será esto? Me preguntaba cuando volvía en mí y veía la gente— contó Curro Romero hace unos días.

La vida es la lucha por la vida. Y la tauromaquia, rito cultural-histórico, alegoriza esa fatalidad universal; ser, estar, bregar, morir… pero en clave humana, con un código ético-estético. El toro (la naturaleza) defiende su territorio, el hombre trata de ganarlo y el coro (público) vigila el juego.  

La huida, la impostura, la complicidad, son mansedumbre, cobardía, fealdad. La corrida es drama real, darwiniano, romántico… nietzcheano si se quiere, (que no hitleriano, como alegan lecturas equívocas del Zaratustra de Sils María).

Una representación ceremonial, una catarsis de como todavía podemos justificar nuestra existencia, nuestro lugar, nuestro derecho natural. Recordando que sí, que somos animales y como tales competimos a muerte con las otras especies. Pero, aunque estemos condenados a ello, también somos capaces de hacerlo dignamente, sin traición, ventaja, ni alevosía. Incluso con belleza, dando la oportunidad, cara a cara, y honrando al otro (la naturaleza).

Estos automatismos taurinos no son genéticos, claro, son culturales, viejas liturgias. Herencia de tiempos más ecológicos, ajenos a la cultura narcisista, globalizada y borracha de tecnología destructiva que hoy quiere sepultarlos. Y reemplazarlos por los del matar masivo, consumista, impune, con indefensión, sorpresa y superioridad grotesca. Por los del depredar así toda la biología, el planeta y sus alrededores.

Bueno, es el nuevo concepto de lo humano demasiado inhumano, para cuya “racionalidad” el culto del toreo resulta intolerable, anacrónico, bárbaro y debería desaparecer ¡Ya!

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