miércoles, 6 de febrero de 2019

Bogotá, en tres actos / por Jorge Arturo Díaz Reyes


Bogotá, enero 27 de 2018. Foto: Jorge Arturo Díaz, 

Los aficionados bogotanos tienen la palabra. Comprar treinta y un mil entradas, llenar la plaza en tres actos de fe para detener el apocalípsis. Ya, que las corridas salgan buenas o no, es aleatorio. En los toros como en la vida, la felicidad está en la búsqueda, no en el final.

Bogotá, en tres actos

Cali, febrero 5 de 2019 
Parece poco. Es poco. Tres días de toros al año en la primera plaza de Colombia. Menos aún, comparando su reducida capacidad (10.372 localidades), con la población de la ciudad; ocho millones de habitantes, entre los cuales reside la que se tiene por afición mayor del país.

Podemos racionalizar aduciendo qué la escasez diferencia lo selecto de lo vulgar. Al fin y al cabo, es condición cierta. El oro, las gemas, el arte supremo no abundan por ahí. Un mundial de fútbol, una olimpiada, cada cuatro años. El Nobel, el oscar, una corrida de resurrección en Sevilla, de año en año. Un milagro ¿Cuándo? En economía es ley, la oferta cae aumenta el valor. La otra condición encarecedora es el deseo. Claro. La rareza sola no basta. Que nos caiga un rayó es raro, pero no deseado.

Sí, racionalizaciones. Lo real es que, por pesadas razones, la Santamaria debe apostar hoy buscando lo bueno en lo breve… Dos carteles de figuras y uno torista. Todos incuestionables. Densidad, jerarquía torera y ganadera. Más kilates, menos bulto.

El Juli, el caleño Luis Bolívar y Roca Rey con los domecq de Caicedo, que ya purgaron su mala tarde, la que habían de tener tras tantas afortunadas.

Fernando Robleño, Octavio Chacón y el paisa Juan de Castilla, quien, a propósito, en su anterior visita indultó un juanbernardo (“Abrileño”), lidiarán los históricos mondoñedos.

Enrique Ponce, Sebastián Castella, el bogotano Ramsés y los ernestogutiérrez, hierro de la temporada.

Entonces ¿cabría pensar, para qué más? No, ya dije. Tres festejos en la capital no son bastantes frente a siete de Manizales, seis de Cali, o sesenta de Madrid, y, aunque sí mejores que ninguno en Medellín, Cartagena o Barcelona, marcan un declive al vacío.

Los aficionados bogotanos tienen la palabra. Comprar treinta y un mil entradas, llenar la plaza en tres actos de fe para detener el apocalipsis. Ya, que las corridas salgan buenas o no, es aleatorio. En los toros como en la vida, la felicidad está en la búsqueda, no en el final.

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