lunes, 15 de abril de 2019

Victorinada del Domingo de Ramos: tres para hombres y tres para héroes / por José Ramón Márquez


El Toro de Madrid
Foto: Andrew Moore

Domingo de Ramos, toros de Victorino Martín en Las Ventas dentro de lo esperable, con un pavoroso primero que había que tener una presencia de ánimo más que probada para ponerse delante de esa cabeza espectacular, con el clásico negrito de lo ibarreño, con un dije que llevaba herrado a fuego en el costado el número 139 y que era la pura zootecnia de lo Victorino en hechuras


En esta vida hay que ser generoso, que eso de andar cicateando es cosa cutre y vil y a la primera de cambio se te ve el plumero. Lo digo por Victorino, que ni quiso ni quiere quitarse de encima lo de Albaserrada, cuando el marqués de tal título, don Hipólito de Queralt, tuvo en sus manos la ganadería ocho años mal contados, que se dice pronto la fama que sacó el hombre a costa de ocho años, que son más o menos tres parideras de lo que él seleccionase; o sea que alguno habrá por ahí que se crea que los ocho años de Albaserrada son a los toros algo así como el Siglo de Pericles a Atenas, porque ¿qué son los ocho años del marqués al lado de los cincuenta y tantos de los Martín?

Pues ahí andamos, erre que erre con que si Albaserrada, cuando la cosa es Victorino cien por cien, se mire por donde se mire, y si hay un mérito que darle netamente a don Hipólito es el haber diseñado un bonito hierro con esa premonitoria A, que para los esotéricos representa al toro, y ahí la generosidad de los Martín de mantener esa seña de identidad, esa divisa azul y encarnada, esa antigüedad y seguir proclamando su “procedencia albaserrada”.

Me dijo una vez don Jaime Guardiola en la tertulia de la bodeguita San José, del Arenal de Sevilla, a la salida de los toros, que cuando una ganadería sale de las manos de la familia, la cosa pinta mal, y aquí están los Martín para demostrarle a don Jaime que no sólo la cosa no pinta mal, sino que con esfuerzo, tesón, inteligencia y astucia, la cosa puede llegar a pintar muy requetebién. Y ahí andamos analizando, dentro de la saga Victorino, continuidad familiar, a ver qué decisiones son las del hijo respecto a las del padre, porque a despecho de otras cosas muy estimables la fama de los albaserrada de Victorino, de los victorinos de Victorino, está fundamentada en una leyenda donde predomina la casta, la fiereza, la inteligencia, la dificultad por encima de las óptimas condiciones para el toreo bonito, sin que esto quiera decir que entre col y col no hayan salido estimables lechugas, pero que cuando ves en los carteles la A con su corona, la cosa es que la mente se va más a cavilar en los repollos que en las suculentas orejas de mulo.

Hoy, Domingo de Ramos, toros de Victorino Martín en Las Ventas dentro de lo esperable, con un pavoroso primero que había que tener una presencia de ánimo más que probada para ponerse delante de esa cabeza espectacular, con el clásico negrito de lo ibarreño, con un dije que llevaba herrado a fuego en el costado el número 139 y que era la pura zootecnia de lo Victorino en hechuras, presencia y armonía; variedad de formas y de comportamientos, tres y tres como quien dice, tres para los hombres y tres para los héroes: los de los héroes unos buenos repollos con inteligencia, malas intenciones y emoción, los de los hombres frescas lechugas de francas embestidas y entrega y los seis demandando, algunos exigiendo, más colocación que arte, más remate que guapura y más mando que acompañamiento. Por las cosas de la Providencia a cada uno de los tres toreros, Fernando Robleño, Octavio Chacón, Pepe Moral, les correspondieron uno de cada, con lo que la tríada de los coletas tuvo ante sí la ocasión de poder dictar sus correspondientes lecciones, para dejar de manifiesto ante la parroquia sus méritos ante el enemigo más fácil y ante el más complicado.

Pepe Moral fracasó en los dos temas, y por eso le ponemos por delante. A su primero no quiso literalmente ni verle. El toro aprendió muy rápidamente del busilis que había alrededor del trapo colorado y a partir de ahí su misión en la vida se centró en crear dificultades y sustos al señor que acabaría matándolo. No mentimos si decimos que en todo el trasteo de Moral con Colombiano, número 4, el ibarreño, no hubo nada reseñable, dado que prácticamente fue el toro quien toreó al torero, que corrió de acá para allá sin ver claro qué hacer dejando ante la Cátedra una impresión bastante poco halagüeña. Y luego en su segundo, el 139, Mosquero, que se lidió en quinto lugar porque a Octavio Chacón le estaban poniendo una venda y se corrió turno, pues la cosa fue aún peor porque este Mosquero era el hermano bobo de Cobradiezmos y el pobre, que era un dije como se explicó antes, se puso a regalar unas embestidas templadas, sinceras y faltas del más leve asomo de maldad ante las que el pobre Moral, que se ve que hoy no era su día, nos ofreció un muestrario de contorsiones más propias de un faquir que de un matador de toros mientras le iba recetando al pobre animal una tundidera de pases sin ton ni son que lo único que hacían era poner de manifiesto las condiciones nobles y simpáticas de Mosquero y soliviantar a la parroquia. Por rematar la cosa sobre el toro digamos que salió manseando, que cumplió con los catafractos de la puya en dos varas en las que se empleó y en las que cobró lo suyo, con la patente aquiescencia de su matador y que llegó a la muleta en las condiciones que se dijeron si bien algo quebrantado en sus fuerzas a costa del castigo recibido. Moral dio la impresión de un torero al final de temporada, y se nos abren las carnes de pensar que ahí le esperan los Baltasar Ibán. A ver si medita, que falta le hace.

Fernando Robleño es torero muy querido en Madrid, igual que Chacón lo es en Sevilla. Las gentes tienen sus debilidades y a Robleño, torero que nunca ha vuelto la cara ante Las Ventas, siempre se le quiere ver con el cristal del cariño y de resaltar lo positivo. Por eso no chocan los vítores que cosechó en su primero, dictados más desde el aprecio que desde la observación realista de su labor. A favor del torero digamos que estar diez minutos frente a Minorista, número 87, el cárdeno que rompió Plaza, era muchísimo más complicado que hacerse una licenciatura en Políticas: las miradas que echaba el burel eran de las que te petrifican en el tendido y las que te explican perfectamente por qué razón sólo hay uno abajo y unos cuantos miles arriba sentados en la piedra. No obstante, vistas las condiciones agresivas del toro y su falta de deseos de colaborar, parece que Robleño debería haber planteado un trasteo más a la antigua, tratando de romper y desengañar al toro mejor que presentarle la muleta con el cuerpo descubierto, así a las bravas, que el animal se revolvía y buscaba como un diablo. En lo positivo digamos que aunque Robleño no estuvo por encima del toro, tampoco rehuyó la pelea. En su segundo, Verdadero, número 32, ante el que comenzó con desconfianza, nos regaló lo mejor de su actuación, una especie de milagro que ocurrió de pronto sin nada que lo anticipase, porque el trasteo iba desarrollándose de una manera bastante anodina y de pronto Fernando Robleño se transfiguró, entendió las condiciones del toro y le dio tres naturales verticales, plenos de encaje, de gusto, rebosantes de la más torera naturalidad, rematados perfectamente con  un gran pase de pecho que yo creo que hasta a él le sorprendieron, porque la cosa es que aunque lo intentó, ya no consiguió llegar a ese nivel en el resto de la faena.

Y dejamos para lo último a Octavio Chacón que nos regaló dos perfectos tratados de cómo se recibe de capa a un toro del que nada se sabe y, con buen criterio,  en vez de ponerse a ver si le salen de chiripa unas verónicas según viene el toro, se dedicó a bregar las embestidas de sus dos oponentes andando hacia atrás, cediendo terreno en dirección a tablas y luego sacándose al toro, todo mando, todo suavidad, para, al llegar a los medios, ahí sí, erguirse y dictar la ley inmutable del toreo de capa: la verónica y la media verónica, que la que le dio a su primero llevaba en sus vuelos las maneras indelebles de Antonio Chenel Albadalejo, “Antoñete” para el siglo. Y eso que prácticamente nadie hace y que hizo Octavio Chacón en sus dos toros es algo que se ve como muy necesario ante animales como los de Victorino, ante los cuales siempre se debe tener en cuenta que cuanto menos aprendan, mejor. Sinceras palmas para la labor de capa de Octavio Chacón, especialmente en su primero, Madero, número 51, de condición más fiera, y remarquemos que ni un leve roce al capote excelentemente manejado por el gaditano como un encaje de bolillos destinado a burlar al toro, todo guapeza y torería. Y aunque luego Chacón no sea capaz de mantener ese nivel óptimo en su trasteo de muleta tampoco tira las cartas y se esfuerza en tratar de estar a la altura, aunque lo que queda es la sensación de aprovechar las embestidas más que mandarlas, pero no se puede decir que esté mal, que él pone encima de la mesa todo lo que tiene. Ni que decir tiene que Octavio Chacón siempre brillará más con toros complicados, ante los que su estilo deba ser menos importante que su decisión, y que como apunta el aficionado J. (jr) él siempre alcanza en el tribunal la calificación de aprobado, un cinco, un cinco y medio o un seis, porque el sobresaliente no está en su expediente académico, y quede como aval para esa nota la serie de derechazos encajados y auténticos que le pegó a su segundo. Quedamos gustosamente esperando su retorno a Las Ventas, que será el día del retorno de Pedraza de Yeltes.

Jesús Romero banderilleó con verdad y ganas, dando ventajas al toro, al primero de la tarde y Santiago López picó con generosidad, dosificando el castigo y demostrando que es un excelente jinete al segundo de Octavio Chacón, corrido en sexto lugar. Lo del numerito de los benhures de la mula saliendo a toda pastilla sin haber enganchado al toro ya está pasando a ser una de las señas de identidad propias de Las Ventas.

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