viernes, 23 de agosto de 2019

Bilbao: Cincuenta años de alternativa..y pico / por Pla Ventura



..esa ausencia de gentes, la que ellos no quieren reconocer y mucho menos admitir viene dada por la calidad del espectáculo; la gente ya se ha dado cuenta que se traen los toros en la furgoneta, valga la metáfora, razón por la que muchos cabales han desistido en acudir a Bilbao, la plaza que no hace muchos años reventaba cada tarde de gentío.

Casi tres cuartos de plaza se congregaron hoy en Bilbao para ver juntas a dos de las máximas figuras del toreo. Claro que, esa ausencia de gentes, la que ellos no quieren reconocer y mucho menos admitir viene dada por la calidad del espectáculo; la gente ya se ha dado cuenta que se traen los toros en la furgoneta, valga la metáfora, razón por la que muchos cabales han desistido en acudir a Bilbao, la plaza que no hace muchos años reventaba cada tarde de gentío.

La alegría grande nos la hemos llevado al ver a Diego Urdiales en el callejón, algo que ilusiona a cualquiera a sabiendas de que, con el permiso de Dios, Urdiales regresa mañana a su plaza talismán.

Toros de Domingo Hernández fabricados a medida de los diestros actuales. Sobran calificativos. 

Enrique Ponce, aplausos y aplausos. 

El Juli, aplausos y oreja verbenera. 

Luís David, oreja y oreja 

Enrique Ponce ha lidiado en primer lugar una hermanita de la caridad, como viene siendo habitual. Un toro de Domingo Hernández que, en vez de matarlo deberían de haberlo santificado por su nobleza y actitud; ni un mal gesto, ni una mala embestida; todo perfecto pero, ¿por qué la faena pulcra, correcta y sedosa no cuajó? Estaba clarísimo. Si el toro no pone emoción lo que haga el torero, por bello que sea, no cautiva a nadie, es una verdad que aplasta pero, amigos, las figuras, reacias a entender la verdad del espectáculo siguen aferrados a la parodia y, luego se quejan. Enrique, durante toda su labor no se ha despeinado; tampoco el toro se lo exigió. Estocada y tres descabellos y, para usted de contar. En su segundo enemigo, de idénticas condiciones que el anterior, Ponce ha estado, como diría el inolvidable K-hito, como un torero de tergal, inarrugable porque no se plancha. Eso sí, en las banderillas, la cuadrilla Ponce ha dado un sainete estrepitoso. Como antes, pulcro, técnico, sin el menor aspaviento pero, de vacío contenido su toreo porque, ¿quién es capaz de emocionarse con semejantes toritos? Eso sí, Enrique, incansable, ha dado todo lo que tiene, la pena es que lo que tiene no arrebata a nadie; más de lo mismo porque tras treinta años con su repertorio, como ya dije el otro día, debería de tener piedad de nosotros. No he contado los pases pero han debido ser más de trescientos. Vamos que, si Antoñete levantara la cabeza se moría de nuevo. Tras sonar el primer aviso, Ponce ha dado treinta pases más y, cuando entró a matar sonaba el segundo aviso, lo que viene a demostrar que Enrique Ponce es un hombre sin piedad. Lo ha matado como ha podido y le ha salvado la campana o quizás el presidente que ha sido generoso mirando el reloj. 

El Juli ha repetido en Bilbao, como le ha ocurrido a Ponce y, el suplicio estaba servido. Julián ha estado tesonero ante un animal un tanto más brusco, pero sin peligro alguno y sin casta y mucho menos trasmisión. El diestro lo ha molido a derechazos y naturales pero no ha convencido a nadie; ante todo porque el animal era más anodino que una estación del metro con las luces apagadas. Pero vuelvo a repetir, son los toros que ellos quieren, los que desean, los que piden con gritos desgarradores. ¿Qué más quieren? Ha habido toreros que nos han hecho llorar de emoción pero, tanto Ponce como El Juli, ese don no lo tienen; han matado entre los dos cinco mil corridas de toros, el problema será el día que queramos acordarnos de alguna de sus faenas. Ha matado de pinchazo y estocada y, les aseguro que la gente no ha llorado, sí puedo asegurar que si en vez de estar en una plaza de toros, el lugar hubiera sido un teatro, los aficionados hubieran pateado sin piedad. Su segundo ha sido un animalito fabricado a su medida en la que Julián ha mostrado su faz más trabajadora, valor que nadie le negará pero lo que no entiende nadie es esa cara de infelicidad que el hombre tiene; vamos que, para su interior, hasta tengo la sensación de que cree que está matando la camada de Palha y, debemos de recordarle que los Garcigrandes se fabrican para uso exclusivo de él, por tanto, no cabe la cara de mala leche que el hombre tiene. Como antes dije, qué difícil será que nos acordemos de una faena de El Juli y, sin embargo, nadie hemos olvidado la gran tarde de Urdiales el pasado año en otoño en la plaza de Madrid. Mató a su enemigo de una gran estocada mientras sonaba el aviso. Oreja pueblerina que El Viti, por ejemplo, jamás hubiera recogido. Una pena, pero así está el toreo. 

El primer enemigo de Luis David ha sido un santo en toda regla. Tenía embestidas de lujo y sin maldad alguna que, para colmo, hasta tenía presencia. El diestro hidrocálido ha estado muy animoso, ha toreado por ambas manos como sabe y no se ha dejado nada por hacer. Faena que no recordará nadie dentro de cinco minutos pero que el chaval ha estado muy animoso. Ha matado en la suerte de recibir y ha dejado media en todo lo alto que, sin duda, ha sido el detonante de que le hayan dado una oreja que, si nos aferramos las estadísticas, Luis David ya lleva cortadas tres orejas en esta feria y le queda otro toro. Venia para sustituir a Pablo Aguado y, esa ha sido nuestra pena porque dicho toro, en manos del Pablo, el torero hubiera alcanzado el cenit que soñamos todos los aficionados. Pero como quiera que el destino a veces es cruel, Aguado ha perdido un montón de corridas por culpa de sus lesiones y cornadas. Una pena, pero es la realidad que nos asiste. Ha salido el sexto derrangadito, por tanto, con menos fuerza que una paloma para subir a su nido mientras que, Adame, ha estado tan voluntarioso como en el toro anterior; si de trabajos se trata, nada que objetarle a ninguno de los alternantes, pero si el toreo lo queremos traducir en arte, apaga y vámonos que aquí sobramos todos. Pases y más pases hasta el punto del aburrimiento porque, repito, el toro estaba para llevarlo al hospital; eso sí, nobleza el animalito la ha tenido toda, una pena que no se pareciera nada a un toro bravo. Estocada contundente y oreja con petición de la segunda que, sin duda, hubiera sido un desacato. Al final, Adame, ha cortado cuatro orejas en la feria. Dios quiera que le sirvan de algo.

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