miércoles, 21 de agosto de 2019

Los cerebros de Zidane: El gran director (II) / por: Eduardo Ustáriz



Kroos había aterrizado en la élite como un mediocampista ofensivo de los que Alemania forjó durante décadas, un potro de hierro y no mucha cintura que jugaba al fútbol a partir de su prodigioso golpeo. El fútbol de Toni emanaba de su pie derecho en chorros de calidad suprema. Su problema es que la posición en la que se había formado y que anteriormente era reservada para los de su estirpe había sido usurpada por otra clase de futbolistas.

Los cerebros de Zidane: El gran director (II)

Eduardo Ustáriz - 21 agosto, 2019
Cuando Toni Kroos llegó al Real Madrid, el club merengue fichó a un futbolista del que se sabía, desde que era un adolescente, que iba a ser uno de los mejores mediocampistas de su generación. Por talento y por carácter. No obstante, aquel joven rubio de hace cinco temporadas no era la estrella indiscutible que es hoy. Para empezar, todavía no había encontrado su lugar en el campo. Eso ocurriría en el seno blanco.

Kroos había aterrizado en la élite como un mediocampista ofensivo de los que Alemania forjó durante décadas, un potro de hierro y no mucha cintura que jugaba al fútbol a partir de su prodigioso golpeo. El fútbol de Toni emanaba de su pie derecho en chorros de calidad suprema. Su problema es que la posición en la que se había formado y que anteriormente era reservada para los de su estirpe había sido usurpada por otra clase de futbolistas. Ante eso, Kroos tenía tres opciones: a) encontrar un equipo de élite que lo aceptara como era; b) cambiar su posición; c) conformarse con un equipo con menos aspiraciones. Toni escogió la segunda.

La transformación empezó un año antes con Guardiola y sus peculiaridades, pero terminó de gestarse en Madrid bajo el mimo de Ancelotti. La salida de Xabi precipitó a Kroos al mediocentro y ahí aterrizó con tino. La historia del entrenador italiano con Andrea Pirlo regalaba tranquilidad respecto a la adaptación del teutón a la posición más retrasada del mediocampo dentro de los estándares de un equipo normal. Sin embargo, no se trataba de una copia: Pirlo era un fantasista que convertía el vértice inferior del mediocampo en un lugar donde crear y atacar como si jugase veinte metros más arriba. Kroos no era ese tipo de futbolista: antes que dar la asistencia o, en definitiva, todo aquello que uno relaciona con el verbo crear, el alemán prefería ordenar.


Jugando allí, aprendió nuevos trucos como un control orientado que le ayudó a sobrevivir su falta de agilidad y demostró que más allá de no tener cultura de mediocentro, y por tanto defender solo a partir de la fuerza de la voluntad, su influencia defensiva en el colectivo bien valía las carencias individuales. Al menos para quienes quisieran aspirar a eso. No fue el caso de Benítez. Cuando Zidane recibió a Kroos, se encontró un velo de duda sobre si lo de la temporada anterior había sido cierto. Casemiro había comenzado a ganar minutos que por calidad entonces no le correspondían y había desplazado a Kroos al interior y de repente Isco, James y Bale competían por un mismo puesto en el once. Era un problema.

Desde el primer partido, Zidane cambió cosas respecto a la interrumpida etapa Benítez. Una de las primeras decisiones fue la de regresar a Kroos a la posición de mediocentro solitario. El propio Zidane sabía lo que significaba: cuando llegó a la Juventus, Lippi lo puso en ese mismo rol: cerebro por delante de la defensa. Visto lo visto, cuesta pensar que Zidane no se fiase de Kroos ahí. La importancia que ha dado Zidane a la supremacía técnica hace pensar que la posterior entrada de Casemiro al once titular fue una reacción competitiva a los problemas del juego del equipo y no una predisposición en contra del alemán como mediocampista más retrasado.

Zidane le presentó a Kroos el reto de cambiarle la cara al Real Madrid: convertirlo en un equipo de balón y control. El alemán cumplió, pero el equipo, inmerso en la competición, no había encontrado la estabilidad. Y ahí llegó, dos meses después del debut de Zidane, la solución Casemiro. Kroos comenzó a jugar de interior izquierdo en un 4–3–3. Hasta entonces, en esa zona había estado Isco, con quien Toni compartía una virtud: el volumen de participaciones. En lo demás, no se parecían mucho. Isco era el movimiento sempiterno, un péndulo que buscaba el balón por todo el mediocampo y una vez lo tomaba sacaba a relucir fuegos artificiales.


En ese primer Madrid de Zidane, Isco bajaba a buscar el balón casi a la altura del lateral izquierdo. Resulta difícil saber si aquello era una orden del entrenador o una respuesta del futbolista al contexto. Quizás ambas. Kroos, siendo distinto, desde la posición de interior izquierdo comenzó a realizar movimientos similares, con un impacto distinto.

En el Real Madrid galáctico, Zidane tuvo que recostarse a la banda izquierda. No tenía ataduras: partía de allí, pero luego podía irse a otras zonas. En la práctica, Zidane siguió ejerciendo el rol de enganche, solo que recostado a la izquierda. Desde allí, con ayuda de Roberto y Raúl, Zidane dirigía el juego del equipo: elegía la velocidad y la dirección, además de ir desgranando el sistema defensivo del rival y dándole equilibrio a la posterior transición defensiva blanca. Cuando Kroos subió un escalón en su equipo, aquel Zidane volvió, al menos en parte, al césped del Bernabéu.

En salida de balón, Kroos no era que se escorase para crear una línea de pase hacia él, sino que se abría por completo, poniéndose en lo que en teoría debería ser la posición del lateral izquierdo o un mediocampista exterior. Recibiendo allí, Toni rompía el juego. El fútbol de nuestros tiempos hace énfasis en los primeros pases y como respuesta los equipos rivales presionan con agresividad los pases sobre el carril interior incluso hasta los que salen desde el portero. En consecuencia, el espacio se mudó allí donde Kroos ahora recibía el balón. Cuando tomaba el balón allí, Kroos giraba el tablero. La presión del rival ya no miraba a la portería de Navas sino a la grada, y el punto ciego de la misma se trasladaba al carril central. Además, el pie del alemán alcanzaba a prácticamente todos sus compañeros. Para él, era como ser Dios: movía montañas y lanzaba rayos. Juntaba a los suyos sobre la izquierda y liberaba espacios y recepciones en el centro. Si batía línea, dejaba a uno del Madrid en ventaja en el carril del medio, con el equipo contrario tirado sobre su banda y teniendo que correr a portería. Era una de las ventajas tácticas de mayor impacto del fútbol europeo y él controlaba cuando hacerlo.

Y así fue cómo vimos al Kroos más brillante de su carrera. Zidane confiaba en él para que fuese el orden del equipo, el control asegurado. No tenía que crear. Solo hacer lo que más disfrutaba, para lo que nació su pie derecho, en un lienzo táctico que potenciaba el impacto dañino de sus pases y sus decisiones. Kroos no necesitaba de una estructura marcadísima de jugadores por delante de la línea del balón porque era él quien creaba esas líneas de pase moviendo el balón y al rival. Y para Zidane, eso era la tranquilidad. No necesitaba acumular futbolistas en posiciones de riesgo para poder progresar. Kroos sabía el momento perfecto en el que ir poniendo todo en orden para dar ese paso sin resentir la transición defensiva. Para Zidane, el cielo. Para Kroos, el marco para exponerse como el gran director del fútbol mundial. Para lo que estaba destinado.

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