miércoles, 4 de septiembre de 2019

En memoria de Blanca Fernández Ochoa / por Juan Manuel Rodríguez



Aquel día en Albertville, ya felizmente situada por todos los españoles, te convertiste en una leyenda, Blanca, y convertiste en femenino el sustantivo masculino eslálom, te convertiste en una pionera del deporte español al ser la primera mujer en lograr una medalla en unos Juegos Olímpicos de Invierno.

En memoria de Blanca Fernández Ochoa

Aquel día situamos Albertville en el mapa, tal es el poder del deporte: ciudad francesa del departamento de Saboya, en los Alpes. Los Alpes, poca cosa para un parrao. Veinte años antes, en 1972, gracias a un hermano tuyo, el gran Francisco Fernández Ochoa, había sucedido lo mismo con Sapporo: ciudad japonesa, situada en la parte suroeste de la isla de Kokkaido. Aquel día, decía, localizamos Albertville en el mapa... gracias a ti, Blanca, gracias a ti. Cuatro años antes nos llevaste de la mano hasta Calgary, en Canadá, y entonces el sabor que nos quedó fue muy amargo, el de un cáliz que tuvimos que bebernos a pequeños sorbitos y tapándonos la nariz, los sorbitos del aceite de ricino de una caída que vivió en directo tu hermano Paco, tu guía, comentarista de excepción de la televisión. Fuiste la mejor en la primera manga, la disputada en Nakiska, en Alberta, y te caíste en la segunda, y España se cayó contigo.

Pero luego se recuperó contigo. Y contigo regresó, cuatro años más tarde, a Albertville, que, como decía, tú nos ayudaste a situar en el mapa. Dijiste "o gloria o nada", y fue gloria. Veinte siglos antes dijeron algo muy similar los legionarios de César, a las puertas del Rubicón: "O César o nada", y luego César Borgia empleó ese mismo lema: "O César o nada". Fue César en ambos casos, y en el tuyo fue la gloria. La gloria de Blanca, la gloria de España, la gloria de una familia querida, respetada y admirada, la gloria de aquella niña que tenía miedo a las pendientes heladas, como relataba hoy mismo el maestro Carlos Toro en El Mundo, y que como tenía miedo a las pendientes... se lanzó por ellas. Aquel día en Albertville, ya felizmente situada por todos los españoles, te convertiste en una leyenda, Blanca, y convertiste en femenino el sustantivo masculino eslálom, te convertiste en una pionera del deporte español al ser la primera mujer en lograr una medalla en unos Juegos Olímpicos de Invierno. Y España, que se cayó contigo como decía en Calgary, se levantó contigo cuatro años más tarde en Albertville. Venciste tus miedos y, gracias a ello, nos ayudaste a vencer también los nuestros: todo volvía a ser posible. O gloria o nada. O Blanca o nada. Y fue Blanca.

Iba a decir que eras grande pero el tiempo verbal empleado no sería el correcto, y más viniendo de alguien que, como es mi caso, cree en Dios. Eres grande, Blanca, y siempre lo serás. Eres grande porque tu coraje, como el de otros pioneros del deporte, de la ciencia o del arte, nos enseñó que España no tenía ningún déficit de ninguna clase, ninguna tara, y que España podía estar a la altura, que estaba a la altura. Hoy, afortunadamente, las deportistas nos dan tantas o más alegrías que los deportistas, pero cuando tú te caíste para luego levantarte y conquistar la medalla de bronce aquel día en Albertville te convertiste en una precursora, en una avanzada y, un poco, en una exploradora. Porque, como a toda tu familia, como a Paco, como a Lola, como a mi tocayo Juan Manuel, a ti lo que te gustaba realmente era explorar. Y explorando has hallado la muerte.

Pasado mañana empiezan las fiestas de Cercedilla, pueblo madrileño que tú tan bien conoces y al que dedicaste aquella medalla mítica. En el programa que, antes de conocer el desafortunado desenlace, me envió mi buen amigo Yeyu, el fin de fiesta estaba previsto para el sábado 7 a las dos de la madrugada, pero ese programa se ha quedado antiguo: el final de las fiestas de Cercedilla, que te llora a estas horas, llegó el miércoles 4 a las dos cuando se confirmó que el cadáver encontrado por un guardia civil fuera de servicio era el tuyo, el de nuestra campeona. En las fiestas del año que viene brindaremos por ti. Lo haremos junto a la estatua de Paco y en la esperanza segura de que tú también tendrás pronto la tuya. "Homenaje a la gente de la nieve de Cercedilla", puede leerse al pie de un triunfante Paquito Fernández Ochoa de bronce, que eleva los brazos al cielo, que es donde fué él y donde estás también tú. Abrázale de nuestra parte. Gracias por todo. Gracias por tu coraje y gracias por tu ejemplo. Te dijiste "o gloria o nada" y fue gloria, tu gloria, Blanca Fernández Ochoa. Tu gloria. Y también la gloria de España.


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