lunes, 16 de septiembre de 2019

Sobre cómo se cuenta la historia y acerca de hechos históricos de la Tauromaquia que van desde el Cid Campeador hasta Francisco Montes “Paquiro”.


El Cid Campeador lanceando otro toro
GOYA Y LUCIENTES, FRANCISCO DE

En el mundo del toro las leyendas son innumerables, y con la displicencia con la que se cuentan, incluso atribuyéndolas a diversos autores, concitan una serie de polémicas sabrosas y entretenidas en las que el valor más positivo estriba en que siempre es bueno que se hable de toros. Sin embargo, los curiosos, los escritores, investigadores o aquellos que se presumen como doctos en la historia del Toreo, debemos tener cuidado en no propalar leyendas cuya existencia haya sido refutada con claridad.


Imágenes, letras y... palabras
Sobre cómo se cuenta la historia y acerca de hechos históricos de la Tauromaquia que van desde el Cid Campeador hasta Francisco Montes “Paquiro”

José Mª Moreno Bermejo
PUREZAyemoción.com septiembre/2019
Siempre me han seducido las leyendas porque completan una historia más o menos real, porque las ornan con un aura popular que la embellecen y la hacen más atractiva. Recuerdo mis años de “cicerone” en mi Trujillo natal y muy querido, cuando explicaba a los turistas cómo Diego García de Paredes llevaba a los pies de su madre la pila de Agua Bendita para que se santiguara porque se le había olvidado de hacerlo al pasar junto a ella. La pila, de granito, pesa más de 1.500 kgs. El turista sonreía, pero esa astuta leyenda le haría en el futuro evocar su viaje a Trujillo; recordaría la enorme pila y sonreiría por la hazaña del Sansón extremeño.

En el mundo del toro las leyendas son innumerables, y con la displicencia con la que se cuentan, incluso atribuyéndolas a diversos autores, concitan una serie de polémicas sabrosas y entretenidas en las que el valor más positivo estriba en que siempre es bueno que se hable de toros. Sin embargo, los curiosos, los escritores, investigadores o aquellos que se presumen como doctos en la historia del Toreo, debemos tener cuidado en no propalar leyendas cuya existencia haya sido refutada con claridad. Y tenemos que privarnos de difundir noticias que no estén apoyadas por documentos reales, sobre todo de aquellas de importancia relevante.

Por antigüedad podemos referirnos a la noticia por la que se asegura que el Cid Campeador (muerto en 1099) alanceó toros. José María Gutiérrez Ballesteros “Conde de Colombí”, como presidente de la Unión de Bibliófilos Taurinos (nacida en 1954 y aún vivita y editando) solicitó por escrito a D. Marcelino Menéndez Pelayo información al respecto. El hecho de que ningún bibliófilo dispusiera de un dato que atestiguara el lance, motivó la consulta del presidente de la UBT al más afamado estudioso sobre la vida y hazañas del gran Díaz de Vivar. La carta de respuesta de D. Marcelino, publicada en una de las “gacetillas” de la UBT, manifestaba que no existía indicio siquiera de que el Cid alanceara toro alguno.

D. Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780) en su “Carta histórica sobre el origen y progreso de las fiestas de toros…”, dirigida al Príncipe de Pignatelli, editada en 1777, habla de la actuación de “Fernando” Pizarro alanceando toros en Lima. Los historiadores posteriores atribuyen la efemérides a su hermano Francisco Pizarro, sin percatarse de que en la fecha en la que se dató el lance mi paisano trujillano contaba con 66 años. Cabe atribuir al hermano menor de los Pizarro, Hernando, 30 años menor que el conquistador de Perú, la posibilidad de que fuera el caballero al que se refiere Moratín; más adecuado, además, por la grafía similar de “Hernando” y Fernando”.

Al estudiar el grabado que se tiene como primera imagen de corrida caballeresca, obra del pintor Ioanne Stradano, que aparece en el libro “Venationes ferarum…” de 1578, observamos sabrosas acciones que niegan veracidad a asertos posteriores. En esta obra de caza hay dos grabados taurinos, el anexo aquí y otro de la caza de un toro en el campo. Nos fijamos en el de la corrida, lo estudiamos y empezamos a plantearnos dudas sobre la historia del Toreo que nos ha sido transferida en el tiempo.



De la imagen, preciosa y precisa, colegimos que el festejo se celebra en Flandes, con nuestros tercios a pie (y el ropaje centro europeo) guardando la seguridad del público, protegidos por “varilargueros” de a caballo dispuestos a evitar el peligro por la huida de los toros. Vemos que la corrida es múltiple, con varios toros y diversos actuantes tanto a caballo como a pie. Nos llaman la atención varias situaciones que nos muestra el grabado:

1.- Los toreros de a pie aparecen independientes de los caballeros. No todos se supeditan a su ayuda sino que varios participan en una lidia independiente.
2.- El uso de la muleta que muestra el torero situado en la parte superior derecha, montada en algo como un palo o, quizás, un puñal, era ya habitual incluso con el complemento de la espada.
3.- Las banderillas aparecen ornadas, como las que se hacen hoy en corridas especiales (¿goyescas?), y se han puesto de dos en dos.
4.- La participación plural de caballeros con lanzas, rejones y rejoncillos, y de toreros de a pie con vestidos variados, de nobles o de plebeyos, pone de manifiesto una determinada división en sus cometidos en la corrida, quizás como “cuadrilla” incipiente.

Nos aclara la imagen que ya se ponían banderillas de dos en dos; que el toreo a pie era independiente del de a caballo; que la muleta se utilizaba como engaño. Se distingue a los toreros de a pie de aquellos peones que ayudan al caballero; los vestidos son diferentes. No sólo era plebe los que iban a pie…

Más adelante podemos observar la evolución del Toreo gracias a los textos de escritos de la época. Así, comprobamos cuales eran las funciones de los varilargueros del XVIII, su importancia en el festejo, el tránsito que cursan hasta llegar a la incipiente ordenación de la corrida que culminaría Francisco Montes “Paquiro” en su tratado de 1836.

Documentos transcritos en la obra “La saga de los Merchante. El tránsito del toreo a caballo" (Unión de Bibliófilos Taurinos, 2006), nos muestran detalles apenas descritos en la historiografía conformada por la “seudo historia oficial del toreo” en lo que se refiere a los toreros de a caballo a lo largo del siglo de las luces. En él se explica que eran los varilargueros los más importantes actores del espectáculo del toreo en los dos primeros tercios del XVIII. Su misión principal era la de cuidar de la seguridad del resto de intervinientes, tanto de toreros de a pie como de a caballo. Su rango lo detentaban luciendo vestidos con hilo de plata u oro; su concurso era tan importante que la contratación de su intervención era la base de los festejos. Manuscritos de cartas que son ofrecidas en facsímiles en la obra así lo atestiguan.

Habla Daza (1720-1785) en su “Precisos manejos…” (1778), de la seguridad que ofrecía a toreros de a pie y de a caballo la presencia de Juan y Pedro Merchante en la plaza: “(...) pues estando en ellas nadie podría temer…”. Por eso la distinción con el preciado metal en sus vestidos. Luego, cuando trascurre el 2º tercio del siglo de las luces y empieza a destacar el toreo de a pie, se aplaca el poder del toro con la vara corta o de detener (los picadores actuales), la función del varilarguero languidece en pro de los toreros de a pie. En aquellos años los documentos expuestos en “La saga de los Merchante…” aclaran que los varilargueros iban con chupa lujosa con oro o plata, mientras que los picadores de vara de detener la llevaban de paño castellano, lisa. Es luego, tras la ordenación de “Paquiro”, cuando los picadores reclaman su derecho al oro dado el riesgo, real, que su trabajo conlleva. Y paulatinamente van vistiendo de oro…

En el 2º tercio del XVIII, José Cándido Expósito (1734-1771), Juan de Dios Romero (1729-1824) y Luis Rodríguez “Costillares”, van depurando la intervención de los toreros de a pie en la corrida, que luego rematan con autoridad Joaquín Rodríguez “Costillares” (1743-1800), Pedro Romero Martínez (1754-1839) y José Delgado Guerra “Pepe Hillo” (1754-1801). Eso son los artífices reales del toreo moderno; dos de ellos, José Cándido y Pepe Hillo, murieron por asta de toro.

Esa realidad ha sido explicada de forma diferente por la leyenda. Así, leemos que la muleta la “inventó” Francisco Romero y Acevedo, padre de Juan Romero y abuelo del gran Pedro Romero. La realidad, constatada por las múltiples investigaciones realizadas por investigadores tenaces (Conde de Colombí, Salvador Ferrer Irurzun, Diego Ruiz Morales, Rafael Cabrera Bonet, Ángel Sonseca…) es que no hay ni un sólo documento en el que aparezca Francisco Romero como torero. Raro sería que no toreara en su tierra, o en Sevilla, o en la entonces muy taurina Cádiz, un torero que dicen inventó la muleta (recuerden el grabado de 1578), organizó las cuadrillas y enseñó a sus hijos el arte del toreo. No hay documentos, no hay referencias, no hay imagen: no existe (una ligera nota en la que aparece un Fco. Romero como palafreno).

Y el “volapié” de Joaquín Rodríguez “Costillares”, designado como inventor de tan magna suerte de matar, ya lo utilizaba José Cándido Expósito cuando apenas “Costillares” contaba 10 años de edad, como consta en la obra “Tauromaquia Hispalense”, editada por la Unión de Bibliófilos Taurinos. Supongo que las técnicas empleadas por los toreros de aquellos años, intuitivas y particulares, se fueron fraguando poco a poco y que atribuirlas “propiedad” es bastante pueril. Pero poder documentar con escritos o imágenes lo que pasó realmente es una labor deseable, sana y aseada.

Las primeras tauromaquias ilustradas, las de Emmanuel Wild (¿1756?), Antonio Carnicero (1790/1795) o Fernández Nosseret (1795), nos muestran los vestidos de torear, sus adornos y sus formas; también los trebejos con los que el toreo se ejecutaba. La obra definitiva es la de la tauromaquia de 1804, tenida por la “2ª edición” de la de Pepe Hillo de 1793, editada en 1796, en la que aparecen 30 grabados sabrosos atribuidos a Asensio Julia (Valencia 1760 - Madrid 1832). Las imágenes completan toda la información necesaria para conocer cómo se toreaba en aquellos años en los que el Toreo evolucionó de manera definitiva. La negativa a admitir como 2ª edición esa tauromaquia de 1804, amén de que los textos son diferentes a los de la editada en 1796, es que disponemos de un ejemplar de 1828 en el que aparece con claridad: “2ª edición”.

La aparición de las múltiples tauromaquias ilustradas que se editaron durante el siglo XIX y el comienzo de la edición de revistas taurinas dieron paso a la fotografía como documento gráfico incontrovertible. Ya resulta más fácil aclarar malos entendidos y leyendas. Aunque haberlas “háilas” aún. Recordamos una en la que se atribuye la construcción de los burladeros a una petición hecha por los valedores de Juan Belmonte por carecer el torero sevillano de facultades físicas para saltar la barrera… Tanto en las imágenes de algunos grabados taurinos de mediado del siglo XIX, como en las fotografías de revistas, se pueden ver dichos burladeros. Por cierto, en la revista “Sol y Sombra”, que aparece en 1897, se ve cómo los burladeros cambian de posición de corrida en corrida en la antigua plaza de Madrid de la Fuente del Berro. Y en la tauromaquia de Lake Price (1852) se ven incluso con troneras los burladeros de la plaza de Cádiz.

Todo es según lo sentimos; esto es aceptable para uno mismo, sin duda, pero si hemos de transmitir a los demás historia y noticias de algún hecho, es recomendable hacerlo con imágenes o documentos.
Estamos en el empeño de realizar una historia de las tauromaquias ilustradas, un trabajo para el que ya disponemos de más de 1.200 grabados, la mayoría de ellos datados. Ofrecerlo a los aficionados será un placer. A ver si la disposición de tiempo nos lo permite…

Por José Mª Moreno Bermejo
Bibliófilo taurino
Autor de diversos libros y estudios sobre Tauromaquia

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