lunes, 7 de octubre de 2019

Feria de Otoño. Márquez & Moore. Quo vadis, Adolfo?



Crónica de José Ramón Márquez
Fotos de Andrew Moore
[Segunda edición]

Aquí, pobre del que no sea humilde
Adolfo Martín

Curro Díaz

Márquez & Moore. Quo vadis, Adolfo?

José Ramón Márquez
Publicado en 'Salmonetes ya no nos quedan' blogspot
Quo vadis, Adolfo? ¿Qué es esta confabulación que os andáis montando entre tú y tu primo para dar al traste con la leyenda de los Albaserrada? Uno no entiende nada, la verdad. No se entiende esta reducción a que vemos sometido el lío de los continuadores de Escudero Calvo, que no cesan de traer corridas que no responden al interés en lo que se busca cuando se ve anunciado en un cartel el nombre de Victorino o de Adolfo Martín. En mayo Adolfo Martín trajo a Madrid la corrida en que descubrimos el kevlar de Roca Rey, corrida de grandísima expectación, en la que hubo tres toros, uno para cada matador, que presentaron una cara más proclive al toreo, lejos de la inteligencia malintencionada que se espera de esta vacada, hueros los seis en lo tocante al tercio de varas y hoy, cinco meses después, ahí tenemos una tabarra de corrida, una escalera en presentación y en comportamiento que ha desesperado a muchos de los que venían a echar la tarde en la Plaza y ha echado otra pequeña paletada de tierra sobre el crédito de Adolfo Martín Escudero como criador de reses de lidia. Por dar un poco de marco histórico, recordemos que durante años hubo algunos que quisieron ver en Adolfo la “pureza” como criador de reses de lidia que, según ellos, había perdido Victorino (qDg). Según esa interesada visión, el paleto se había entregado a las mieles del triunfo, sustanciado en su famosa imagen de los “toros que hacen el avión”, pero ahí sacaban a su sobrino como baluarte de las esencias malintencionadas, tobilleras, listas y encastadas: la independencia y la fidelidad al origen de Adolfo, hijo de Adolfo, frente al mercantilismo de Victorino, hijo de Victorino.

Esa visión hoy en día, y quien dice día puede ya decir años, ha ido claudicando, pues se ha ido abriendo paso la idea de que lo que ambos quieren es atemperar la violencia de la sangre que heredaron y proponer ganado más acorde a la feble sensibilidad de los tiempos que vivimos. Sin echar cuenta de que la base de su leyenda, de la de ambos, se basa en el terror como marca de fábrica, da la impresión de que ambos, cada uno de ellos por sus propios vericuetos, han tomado decisiones estratégicas que les alejan de esa primitiva sinceridad que es la que, lo quieran o no, les ha hecho famosos. Por ello es que, visto lo visto, ahora mismo resulta mucho más estimulante y de garantía irse a ver una de José Escolar que una de Adolfo o de Victorino, que uno ya no sabe a qué atenerse sobre lo que puedan estar haciendo en sus casas los Martín de toda la vida con la casta que les correspondió administrar y perpetuar, pero la cosa no pinta bien.

Hoy, pues, volvieron a verse en Las Ventas, con la divisa verde y encarnada en la espalda y la uve en un hexágono marcada a fuego en el cuero de la parte baja del anca, seis cárdenos de diversas hechuras de Adolfo Martín pare ser despachados por los matadores de toros Curro Díaz, de turquesa y oro, veintidos años de alternativa; López Chaves, de berenjena y oro, veintiún años de alternativa, y Manuel Escribano, de catafalco y oro con cabos blancos, quince años de alternativa.

Las pintas del primero de la tarde, Jardinero, número 45, que le sirvieron para cosechar ciertos aplausos a su salida, se sustanciaban en unos pitones abiertos apuntando hacia arriba, muy hacia arriba, una palmaria y exasperante falta de fuerzas y una condición abanta de puro desinterés por el mundo de los capotes. Cuando consiguieron ponerlo frente al penco sobre el que se afanaba Luis Viloria, el Jardinero consiguió colocar uno de sus pitones por encima de los manguitos y llegar a la chicha para herir en una de las manos al aleluya, dejándole con movilidad reducida durante el tercio de varas, que fue soso y vulgar y en el que el único interés estaba en ver los jeribeques que hacía el arre para intentar posar la mano lastimada. La encornadura del animal impresionaba y fruto de esa sensación hubo un par de capotes volando lejos de las manos que los manejaban. Cuando Curro Díaz se fue al toro armado con la muleta y con esa melena que se gasta; ya no había nadie en la Plaza, salvo acaso un niño en el vomitorio del 5 bajo, que no fuese capaz de profetizar que allí no había nada que rascar, profecía que se cumplió inexorablemente cuando el toro simplemente no acude al cite de Díaz, porque pasa. A continuación, cuando el bicho emplea su resuello en acudir al trapo encarnado que se le presenta, se desploma para exasperación de la sufrida afición y, particularmente, de los que habían batido las palmas en señal de saludo y aprobación del toro. Bien es verdad que el bicho no tenía fuerzas pero también es justo decir que también tenía una perfecta ausencia de maldad, aunque acaso atosigado por la presencia de Curro Díaz, le pegó un par de achuchones, único momento emocionante de su lidia. La evolución psicológica de Jardinero le llevó a continuación a desarrollar una serie de arreones dictados por su falta de energía, a los que Díaz respondió dejándose enganchar una y otra vez la muleta en un trasteo largo, tedioso y sin objeto que se sustanció finalmente en un sartenazo que puso a Jardinero fuera de la circulación.

Tras el sonido de las chirimías aparece en escena, ante la rechifla del respetable, un bicho canijo y sin remate denominado Holgazán, número 75, del que la tablilla proclama sus 482 kilos (22 por encima del mínimo estipulado por el Reglamento), peso que nos creeremos sin pedir que revisen la báscula los de la Oficina Internacional de Pesas y Medidas, por no hacerles perder el tiempo. El animalejo va suelto, haciendo uso de su albedrío hasta que, antes de entrar al arre comandado por Tito Sandoval, pierde las manos. Luego se abalanza hacia las faldillas así como rabiosillo y Tito le pone la puya trasera, picando lo mínimo posible. Como el toro cree que la cosa le ha traído suerte, se vuelve a caer antes de la segunda entrada al penco donde Sandoval decide, visto lo visto, no picar. El pobre Holgazán sin fuerza alguna y con cierta buena voluntad embestidora acude a las llamadas de López Chaves, que le pega un natural largo y de mucho mando. El resto de lo reseñable en el diestro es su manera de agarrar la muleta al natural por el centro del palillo, que eso ya no se ve, y una decidida actitud. Para el tauricidio se valió de mala habilidad para cobrar dos pinchazos quedándose en la cara y echando la muleta a la cara del toro, otros dos iguales pero en la suerte contraria y una estocada.

Manuel Escribano se fue frente a chiqueros a ponerse de rodillas y la incierta salida de Sevillano, número 42, le obligó a tirarse en plancha para evitar que otro de Adolfo le volviese a mandar al negociado del don Máximo. Tras el susto, el toro toma una buena vara de Curro Sanlúcar y pasa de emplearse en la segunda y llega el segundo tercio en el que Escribano va alternando el clavar las banderillas de una en una en los cueros del toro con las pertinentes tomas del olivo: un mitin. El toro no regala nada, es un toro áspero ante el que Escribano tira de oficio para componer un trasteo efectivo y de mucho laborar pero deslucido para la apreciación de los públicos. El toro es listo y está orientado y busca a la salida del muletazo, por si cae algo. Escribano se justifica, se muestra firme ante las complicaciones del animal y, cuando lo estima oportuno, le deja dentro una estocada entera y tendida que es bastante para despenar al paisano.

No sabía Curro Díaz que el que estaba saliendo por la puerta de chiqueros, Bonito, número 53, sería a la postre el toro más potable de la tarde. Serio, cuajado, muy en tipo, de perfecto trapío, empuja en la primera vara metiendo la cara y recibiendo en pago la indecente carioca y la leña de Alfonso Doblado y en la segunda vara vuelve el toro a entrar con decisión y a empujar, recibiendo idéntico pago que en la anterior. El toro espera en banderillas y está atento a todo lo que se mueve, listo y avizor. El trasteo de Curro Díaz se basa, como tantas otras veces, en su estética, quedando por debajo de las condiciones del toro que pide mando y colocación, y cuando Díaz lo hace, venciendo sus demonios interiores, cobra una aceptable serie de naturales. El toro es exigente y no responde igual cuando el cite no está bien planteado, por lo que no hay continuación, y además se percibe claramente que Curro Díaz está ansioso por irse a por el estoque y poner el punto final a aquello, cosa que hace mediante un pinchazo hondo y una estocada baja, quedando el torero por debajo de las condiciones del toro.

Madroño, número 11, no quería salir a la pública contemplación y por tres veces volvió grupas hacia el lóbrego frescor, el olor a Zotal de las mazmorras donde Florito impera. Cuando López Chaves se fue a por él, Madroño se arrancó violentísimamente y López Chaves aguantó su ímpetu, acaso con más entereza que eficacia, dando mucho capote y poca salida, pero había que estar ahí abajo. Ya se le ven las trazas al toro de que allí hay poca lana que cardar cuando se va al caballo a ponerse ahí y a quedarse parado y, luego, en la segunda entrada, a no apretar. Lo más reseñable es el quite que le hizo El Algabeño a José Chacón, porque luego, en el muleteo, la cosa se echó por el mundo pelmazo, que entre los topetazos de Madroño y la impotencia de López Chaves consiguieron que nadie se fijase en lo que pasaba en el ruedo. Tras tirarse a matar tan mal como en el primero, a la segunda cobró un bajonazo hecho de cualquier manera que fue suficiente.

Y para terminar la Feria de Otoño 2019 nos tenían preparado a Chaparrito, herrado con el 56, número al que en Ceuta se denomina “la lechuga”. De nuevo Escribano de rodillas frente a chiqueros, ésta vez sin planchazo. El toro empuja sobre un pitón en la primera cita con el caballo, y venga a cabecear; en la segunda simplemente se choca y se va y en la tercera se deja pegar mientras cabecea de nuevo. Esta vez las banderillas quedan arriba, dos y dos en sendos cuarteos y un par al violín, quebrando por adentro. Luego la faena no contiene más que unos pases con la derecha, luego otros, y otros más en un soso ir y venir: toro soso, torero soso. Una estocada entera y desprendida puso punto final al festejo ya la Feria.

El día 12, festividad de El Pilar, última corrida de la temporada con… Lisarnasios. Fraile por Fraile, ya podían haber traído una de El Pilar, que la que trajeron este año en mayo es de las que se recuerdan.












FIN

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