Tras la exhumación Pedro Sánchez fue a entregar unas flores a las 13 Rosas. Estas son las espinas de las 13 chicas. Por Luis Fernandez Villamea
Luis F. Villamea
El Correo, Madrid, 30 Octubre 2019
Introducción
Cuando a las cosas no se les llama por su nombre ocurren casos como éste. Los españoles de 2007, en especial los más jóvenes, comienzan su clase de Educación para la Ciudadanía fuera de las aulas. No les hacen falta profesores que les orienten acerca de lo importante que es ser buen ciudadano porque ya se encargan los poderes públicos y sus amanuenses útiles e inútiles de allanarles el camino en su tarea docente. Ahora lo vemos con el asunto de las trece rosas, comunistas muy jóvenes fusiladas por sentencia de un consejo de guerra, junto con otros dirigentes masculinos, un 5 de agosto de 1939, a poco más de cuatro meses de terminada la guerra.
Cuando la futura ley de la Memoria Histórica se apruebe, sólo con leer con cuidado sus artículos se pueden extraer lecciones. Se está elaborando, exclusivamente, para incrementar indemnizaciones –ya recibidas en su momento-; para reiterar hechos –conceder la nacionalidad española a los brigadistas internacionales; para incidir en condenas –la del franquismo y su régimen, que ya estaban maldecidos parlamentariamente, no sólo en el Congreso español sino en Estrasburgo, con voto a favor del PP, y para intentar hacer daño en el Valle de los Caídos –solicitar la reconciliación cuando ya estaba más que conseguida mediante el descanso del músculo, de la sangre y del alma de unos combatientes con otros en una tumba gloriosa, solemne y común, bajo el manto de Dios Padre.
Querían conseguir otra cosa, la más importante: la anulación de los consejos de guerra de después de la contienda, pero ha sido imposible hasta para aquellos que con su poder todo lo pueden. Se ha quedado en un término –“injusto”-, en otro más “ilegítimo”, y en no sé cuántos brindis al sol para uso electoral. Pero la palabras “anular” no ha podido ser introducida porque los documentos son claros, rotundos, inapelables e, históricamente, apabullantes.
Las trece chicas
Es fácil acudir al sentimentalismo en cualquier momento. Eran trece jóvenes, alguna menor de edad –entonces estaba establecida a los 21 años- y de oficios y condición modesta. La guerra, recién acabada. Y desde Alicante, donde se quedaron los comunistas más sobresalientes esperando a los barcos rusos que nunca llegaron a rescatarlos, comenzó la reorganización –armada, no se olvide- del Partido Comunista. La Pasionaria no estaba; Santiago Carrillo –otro joven como las rosas- e Ignacio Gallego, dos historiales de aúpa en Madrid y Jaén, respectivamente, tampoco.
El que sí llegó a Alicante fue el capitán de Artillería del SIPM (Servicio de Información y Policía Militar) Manuel Gutiérrez Mellado. Lo hizo acompañado de catorce camiones abiertos llenos de soldados, falangistas y requetés armados hasta los dientes, que trajeron a Madrid a los más significados dirigentes del SIM rojo, que con Pedrero a la cabeza había sido el bastión más inexpugnable de la tortura, la vileza y el crimen en aquel Madrid no combatiente, sino cautivo. Pero quedaron restos –no se produjo el tan proclamado exterminio- que no tenían hasta ese momento responsabilidad política ni criminal conocida. Y quedaron en libertad en aquel Madrid recién liberado al que seguramente la fiebre y la pasión política de la victoria militar le hubieran permitido muchos desbordamientos. Pero hubo consejos de guerra, diligencias al máximo –comprobables para el que las quiera ver-, muchas actas, centenares de responsables de éstas con nombre y apellidos, y sentencias, duras sin duda en tiempos de tragedia, pero ajustadas al más estricto proceder. Y eso le debe doler bastante a la vicepresidenta del Gobierno y encargada de la Comisión Interministerial para la Memoria Histórica, señorita Fernández de la Vega, o señora, porque no sé si ha contraído matrimonio últimamente, dama de la mejor procedencia de Játiva que, eso sí, dejó a su novio, hace ya muchos años, a la puerta de la iglesia con el sí en la boca.
Y a Madrid vinieron desde Alicante José Pena, Severino Rodríguez, Federico Bascuñana inmediatamente, se pusieron a trabajar armando a las células de las JSU (Juventudes Socialistas Unificadas), organización que había conseguido soldar el consejero de Orden Público Santiago Carrillo Solares traicionando a sus camaradas y a su propio padre. Y otro joven más, El Pionero, sería designado como jefe de la rama militar. Éste, Silesio Cavada Guisado, fue considerado el inductor de un asesinato que cortó la respiración al clamor de la Victoria: el del comandante Isaac Gabaldón Irurzun, su hija Pilar –de 10 años de edad- y José Luis Díaz Madrigal, soldado conductor. Gabaldón era un guardia civil adherido al SIPM de conducta irreprochable que tenía fama de incorruptible. Sus verdugos, Damián García Mayoral, Saturnino Santamaría Linacero y Francisco Rivares Cosial, iban disfrazados con uniforme del ejército nacional, pero eran comunistas y estaban mandados por El Pionero. Estamos a 29 de julio de 1939, a poco más de tres meses del día triunfal sobre el comunismo exterminador de todo. Pongámonos en ese día y en aquel tempo histórico.
Hechos
Inmediatamente se detiene y se fusila, tras consejo sumarísimo, a los tres asesinos de Gabaldón, pero a El Pionero, que también esperaba la ejecución, se le retira del pelotón en el último instante. Y se le entrega a Gutiérrez Mellado, que había llegado a toda prisa para llevárselo a la cárcel de Porlier. Allí le ofreció salvar la vida a cambio de información. Habló con él, escribió algo el joven comunista, pero de la conversación y de lo escrito nunca más se supo. Y se le fusiló de verdad un 15 de septiembre de 1939. Tengo los documentos en la mano.
Aquellas jóvenes habían sido detenidas antes junto con muchos dirigentes masculinos de las JSU. La reorganización fue inmediata al 1 de abril de 1939. Ya venía, alguna de ellas, de formar parte de los batallones comunistas que operaban en la sierra madrileña. Y tenían conocimiento de las armas, cuya consecución y custodia les fue encomendada. Hasta el punto de preparar un gran atentado para el día del primer desfile en la Castellana, en mayo de 1939 y un asalto a la sede de Falange en Chamartín. Ana López Gallego –una de las trece- “recibía las órdenes directamente del enlace del comité provincial, Manuel González Gutiérrez, siendo la tal Anita la encargada de organizar la rama femenina …” Otro de los proyectos que tenían era el de no actuar en el desfile hasta después del mismo, ya que las tropas se encontrarían dispersas y ése sería el momento de actuar con bombas y mecha que tenía preparadas la rama femenina “por estimar que por su condición de mujeres les sería más fácil el transporte de explosivos”. Tengo sus propias declaraciones en la mano.
La Policía Militar ejerce un seguimiento de las células en el Madrid recién liberado, y aparece un esquema del Partido Comunista en el que figuran, en su Comité nacional, Carmen Barrero Aguado –otra rosa- y en el provincial Pilar Bueno Ibáñez –una rosa más-. Los documentos hablan de su infiltración en FET de las JONS con el ánimo de desarmar a las escuadras falangistas que colaboran con los servicios de seguridad y de la importancia en el organigrama de Joaquina López Laffite –más rosas-, “que fue la que al ser detenidos los dirigentes masculinos se hizo cargo de la Secretaría General de dicho Comité (provincial de las JSU).” A ello le ayudaban –dicen las declaraciones del 31 de mayo de 1939- “Virtudes González García –una rosa-, Nieves Torres, Mari Carmen Cuesta Rodríguez y Anita Vinuesa (estas tres últimas no fusiladas en aquel momento a pesar de su flagrante implicación política con fines terroristas)”. Los dirigentes se reunían en casa de Joaquina López Laffite, “que era una de las personas que gozaban de mayor confianza en el Comité.
Autenticas criaturas manipuladas
Otra declaración de un comunista de junio de 1939 dice textualmente que estan preparados para el desfile de la Victoria de ese año y que “para ello contaban con elementos bastante fuertes incluso con chicas para el espionaje que se dedicaban a coger a falangistas, desarmarlos y hacerles decir cuanto supieran; también manifestó que contaban con ametralladoras para emplazarlas en las desembocaduras de las alcantarillas … y con gran número de pistolas”. Añadía que “procedentes de Valencia habían llegado bastantes coches, cuyos vehículos traían perfectamente escondidos fusiles ametralladores.” Resulta espeluznante comprobar cómo estos comunistas utilizaban a auténticas criaturas de 15 a 17 años para fines de rebelión militar en un país que por primera vez en la Historia había ganado clamorosamente una guerra al comunismo de Moscú. Y que la estaba estrenando.
Resulta pavoroso leer –lo hago en este instante- las declaraciones de esas niñas ante los Consejos de guerra, empujadas y engañadas hasta por sus propias familias para servir de enlaces, guardar armas o realizar misiones que por su edad y caras de ángel pudieran pasar inadvertidas. ¡Cómo pretenden anular los de la Memoria Histórica estos documentos esclarecedores, rigurosos, avalados por la investigación, la comprobación y la certificación de todas y cada una de las declaraciones! ¡Y cómo los hipócritas pueden condenar la pena de muerte si hasta en la propia Constitución elaborada por ellos en 1978 figura ésta para tiempo de guerra!
Y así todo: Dionisia Manzanero Salas –otra rosa- era el enlace del dirigente Bascuñana para estar en contacto con las diversas ramas de la organización, y en los demás casos, el Consejo de guerra, pletórico de pruebas, con la firma y rúbrica no sólo de los miembros del mismo sino hasta de los agentes que hicieron las pesquisas -¡incluidos los de la Policía Municipal!- destaca por su pulcritud, que está a la vista de cualquier ciudadano sin orejeras.
Seguiremos con este asunto. La Memoria Histórica es para todos, y por eso la tenemos que contar como fue. Rosas, sí, pero con muchas espinas.
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