domingo, 13 de octubre de 2019

ZARAGOZA. El Cid por la Puerta Grande / por Antolín Castro



En un día grande, fiesta nacional y del Pilar de Zaragoza, Manuel Jesús ‘El Cid’ pone fin a su carrera.

El Cid por la Puerta Grande

Siendo una fiesta grande en España, también lo fue para poner broche de oro a la carrera profesional del torero sevillano de Salteras. Como si de algo ensayado se tratara, El Cid pudo saborear las mieles del triunfo a lo grande en un día tan especial.

Se fue por la puerta grande de una plaza de primera quien ha ocupado un lugar destacado en la tauromaquia en las últimas décadas. Ni siquiera le queremos llamar figura del toreo, esa denominación tan manipulada y devaluada, si podemos afirmar que se marcha un torero de primera.

Ser un torero de primera abarca mucho más que esa denominación, figura, que de tan acuñada y almibarada nos resulta cursi, además de sobrevalorada. Para ser figura de algo hay que tener títulos, méritos, que lo avalen y es ahí donde se suele caer en el error de no llamar a las cosas por su nombre.

El Cid, ha sido, es y será, un torero con una hoja de servicios que otros muy encopetados diestros, por muchas veces que se les llame figuras, no podrán presumir. Abrir las puertas grandes de plazas como Madrid, Sevilla y Bilbao no es nada fácil, pero mucho menos lo es si se consigue con ganaderías de las que otros literalmente huyen. Es tal esa diferencia abismal que hasta los más ‘istas’ radicales, y aunque la ceguera partidista se lo impida, han de entenderlo.

Desde sus comienzos, no como otros, Manuel Jesús hubo de abrirse paso a través de lo que se llama esfuerzo, dándole categoría y valor a esa denominación. Los algodones si los vio sería para tapar alguna herida. De ahí que se fortaleciera en la profesión por el camino recto, sin atajos ni ventajas.

Cuando se situó, y tuvieron que aceptar compartir los primeros puestos con quien se lo había ganado, no huyó de esos hierros que otros solo ven, si es que lo hacen, por televisión. Afrontó ese lugar en el escalafón con la dignidad y el mérito que hay que exigirles a los que ahí se instalan, aunque en ese aspecto estuviera muy solo. Los privilegios los tenían otros, mientras él acumulaba méritos.

Hace solo unos días, en Madrid, la pancarta rezaba: ‘El Cid, torero de Madrid. Gracias’. Y eso, señores, no es gratuito. La afición de Madrid podrá ser dura, muy dura, si me apuran hasta intransigente, pero no olvida a quien ha dado la cara con todo tipo de encastes en la plaza más importante del mundo. No es baladí lo que digo, todo tipo de encastes. Salir en hombros de ella puede ser accesible, y posible, con otro tipo de ganado, pero en nada comparable con quien respeta la plaza y la tauromaquia desde la máxima exigencia.

Por todo ello, nos alegramos de este clamoroso final en Zaragoza. Hartos estamos de que muchos, al aficionado no hace falta que le digan nombres, se paseen por las plazas como si fueran alguien sin haber conseguido la mitad que el de Salteras.

Se marcha El Cid y con él se marcha también la posibilidad de que una figura se enfrente en plazas de primera, en la mayoría de los casos ni en las de segunda, a otros encastes que no sean los consabidos de sangre Domecq. Pueden que sigan triunfando, pero esos triunfos no tendrán nunca el mismo valor que el de los conseguidos por Manuel Jesús ‘El Cid’.

Suerte a partir de ahora, torero.

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