Soy tan tonto como para ver que lo que se está haciendo con Bale es muy parecido a lo que se hizo en su día con Mourinho. Soy tan tonto como para darme cuenta de que se trata de una cacería, de un tiro al blanco. Bale, que está en todas y cada una de las fotografías trascendentes del mejor Real Madrid de los últimos veinticinco años
Ese verso libre llamado Gareth Bale
Lo último que supimos el otro día acerca del ogro llamado Gareth Frank Bale es que se comía a los niños por la noche de tres en tres. Sí, sí, de tres en tres, cocinados a fuego lento y sazonados luego con un poquito de pimienta y sal. Así es Gareth Bale, un antropófago infantil que no se relaciona con nadie y que es incapaz de entablar una conversación en español cuando lleva en nuestro país cerca de siete años. Lo de los niños pase, ¿quién no se ha comido uno alguna vez?... Pero, ¡lo del golf!... Por ahí sí que no podemos pasar, lo del golf es terrible, inasumible, inaceptable. ¿Cómo es posible que a un futbolista profesional le guste el golf? Es mucho más sensato y más sano practicar el puenting, como hizo por ejemplo Sergio Ramos este verano con el bueno de Keylor Navas.
Estoy hablando en tiempo presente de un futbolista amortizado y que muy probablemente pase a ser historia (eso sí, brillante) del Real Madrid a partir de la próxima temporada. Si yo fuera listo, lo que tendría que hacer es arrimarme al sol que más calienta y, sobre todo, que va a seguir calentando en 2020, pero yo, reconozcámoslo de una vez por todas, soy tonto, soy muy tonto. Soy tan tonto como para ver que lo que se está haciendo con Bale es muy parecido a lo que se hizo en su día con Mourinho. Soy tan tonto como para darme cuenta de que se trata de una cacería, de un tiro al blanco. Bale, que está en todas y cada una de las fotografías trascendentes del mejor Real Madrid de los últimos veinticinco años, en la de la final de Copa del Rey en la que le hizo el traje a Bartra, en la de la final de La Décima en la que hizo el gol que cerró la final o en la de La Decimotercera en la que marcó probablemente el gol más bonito de la historia en una final de la Copa de Europa, no ha subido ni una sola vez al despacho presidencial para pedir un aumento de sueldo ni, por supuesto, ha esgrimido una esperpéntica oferta china o ha sugerido que el club debe corregir sus errores fiscales para seguir un año más. Bale se ha limitado a jugar mejor o peor al fútbol y como resulta que ni habla con la prensa ni va a hablar en el futuro nos hemos inventado eso del "umbral del dolor", como si Bale fuera el primer futbolista de la historia que no juega porque le duele algo.
La batalla, eso sí, está perdida. Moriremos con las botas puestas pero, insisto, la batalla del lenguaje está perdida. Y, una vez más, el madridismo ha comprado la mercancía averiada de que Gareth Bale representa la raíz de todos los problemas recientes del Real Madrid. El tipo que le marcó un gol de chilena a Karius en la final ante el Liverpool, sí. No James, no. James Rodríguez, que le pegó una patada de refilón a un bote en su primera temporada y que después no hizo nada, no es el problema, no. James, al que no quiso el Bayern de Múnich, es un futbolista con un talento excepcional y que, además, arrastra al lobby colombiano, que es potentísimo. El lobby galés simplemente no existe, y si existe no le importa a nadie. Así que Bale no le importa a nadie.
Gareth Bale tiene otro defecto fundamental más, y éste es terrible. A Bale le importa un eagle lo que digamos los periodistas, o sea que le importa un bledo. Y eso es gravísimo porque los periodistas estamos acostumbrados a que nuestra opinión sea tenida en cuenta. Bale hace con nuestra opinión una pelotita de papel, luego le pega con un driver y hace un albatros, y por ahí sí que no podemos pasar, no señor. Para que Gareth Bale dejara de vivir aislado en su mundo, para que Bale dejara de ser un bicho raro, Bale tendría que hacernos caso a nosotros y dar explicaciones de por qué va o por qué viene o por qué no habla español en público, porque en privado sí lo hace. Bale, en fin, es un verso libre, de un modo muy similar a cómo lo fueron en su día Paul Breitner o Bernd Schuster, y eso resulta incómodo, eso molesta. Ninguno pasó por el aro y, ¿sabéis por qué?... Pues por la sencilla razón de que ninguno tenía la necesidad de pasar por él. Dentro del aro se vive más confortable y mejor, más calentito.
Si, de un modo u otro, pasas por el aro es incluso justificable que subas al despacho presidencial a plantear un pulso con una oferta china de mentirijillas.
Fuera del aro se vive peor, hace más frío y se pasa más hambre. Pero, como decía, a Bale no le importa un bledo la opinión de los críticos. Tampoco lo mía, y eso que hablo bien de él. Y me atrevería a decir que incluso no le importa la opinión de sus propios compañeros. Probablemente ni siquiera la de su afición, que entre la incómoda verdad y el bulo de diseño ha optado por éste último. Porque, al fin y al cabo, ¿a quién le importa la verdad?... Está sobrevalorada.
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