lunes, 18 de noviembre de 2019

Otra vez la incertidumbre / por Paco Delgado



Tras casi dos años dando largas y haciendo maniobras de lo más extrañas, tras gastar dicen que 200 millones de euros en unas nuevas elecciones, el todavía presidente en funciones, Pedro Sánchez, no ha tardado ni veinticuatro horas para mejorar su récord y hacer otro alarde de cinismo, patentando de paso una inédita cabriola inverosímil en el arte del donde dije digo.


Otra vez la incertidumbre

En este viaje a ninguna parte al que nos llevan la política española y sus muñidores, en el que lo último que interesa es España y la mayoría de sus habitantes -lo primero son ellos, lo segundo ellos y lo tercero sus intereses-, Sánchez ha vuelto a dejar claro que es un aventajado discípulo de Groucho Marx, maestro del absurdo, y ha demostrado que sus principios mudan conforme cambian sus prioridades. Y la suya es el sillón, caiga quien caiga y cueste lo que cueste. Ande yo caliente, que decía Góngora.

Después de repetir cientos de veces, por activa y por pasiva, que no pactaría con el líder de UP -”no podría dormir por la noche si tuviese a Iglesias como socio de gobierno”, se hartó de proclamar en cuanto tuvo a alguien delante-, viendo que peligraba muy seriamente ese sillón al que se aferra como un náufrago a un madero, no tardó ni un día en dar su sí quiero al origen de sus pesadillas. Y de paso deja a los contribuyentes con el alma en un puño, puesto que no sólo cuenta con su demonio particular para formar gobierno, sino que tiene que recibir apoyos de partidos independentistas, separatistas, con clara influencia terrorista y demás naturalezas poco fiables.

El día 10 de noviembre hubo elecciones -en las que perdió votos y escaños- y al día siguiente se olvidaba sus temores y abrazaba sin rubor, vergüenza ni complejos a quien le puede dar otros cuantos meses jugando a ser Kennedy, firmando el primer acuerdo de coalición de gobierno en la izquierda desde la lejana segunda República. Pedro y Pablo, los Picapiedra, como ya les ha bautizado la socarronería popular, mostraron su afecto tras estampar sus firmas en una dependencia del Congreso llena de alusiones a la Monarquía, algo que no se sabe si fue a propósito o simple casualidad.

Menos aleatorio parece que, en el borrador de programa conjunto que han pactado, en el punto número tres, se proclame su intención de “trato digno a los animales”, una frase que, en general, parece algo fuera de lugar en un gobierno medianamente serio -y menos en lugar tan principal-, puesto que cualquiera con un mínimo de sentido común procura que así sea y así es en en nuestro pobre país, por mucho que ahora se nos intente vender todo lo contrario.

Y, en particular, los aficionados están ya con la mosca tras la oreja, dado que esa defensa y ese trato digno no es sino un eufemismo para buscar dar la puntilla a la fiesta nacional, un espectáculo al que, en su ignorancia, identifican con el franquismo y al que se la tienen jurada desde que echaron los dientes sin saber de la misa la media.

Si desde hace un tiempo, cuando comenzó a subir y tener mando en plaza esta nueva izquierda radical, en parte debido a que la derecha es cada vez más acomplejada y apocada, uno de sus principales objetivos era erradicar las corridas de toros, este gobierno Frankenstein que se nos avecina va a ir a saco a por una de nuestras principales señas de identidad, segundo espectáculo en número de espectadores y medio de vida de cientos de miles de españoles que ven con mucha preocupación como avanza y crece este nube tan amenazadora.

Ni siquiera en los funestos tiempos del frente popular se atacó con tanta inquina a los toros -recuerden que en los periódicos republicanos, durante la guerra, el gobierno insertaba anuncios en los que pedía que se respetase a las ganaderías de bravo a fin de preservar la materia prima para la celebración de corridas…-. Pero esto tampoco lo saben quienes nos ponen otra vez en un brete.

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