Y ahora estamos con Felipe el Laiko quien, además de no haber dicho ni media palabra en defensa del hombre a quien debe su corona y su cetro, se dio el lujo de calificar a la España de Franco como «trágica dictadura». Pues si fue tan trágica, y a ella le debe su poltrona, ¿a qué espera para abdicar, cumpliendo así a la perfección la ley de memoria histórica? ¿A qué espera para emprender el camino de Estoril, seguido por su Leti, reina despotricadora del Caudillo, pero que ha hecho de la trágica dictadura su paraíso en vida?
Todo lo que manda el Rey que va contra lo que Dios manda, no tiene valor de ley, ni es Rey quien así se desmanda
España, mi España, tierra de quijotes, de lazarillos, de héroes y caudillos… y de traidores, de traidores-lo-juro-por-mi-madre, algo lógico, pues a los Viriatos que hemos disfrutado a lo largo de nuestra historia solamente se les ha podido vencer mediante las felonías de los Audax, Minuro y Ditalco de turno, de los Donjulianes y Bellidos-Dolfos.
¿Es El Profanador un traidor más, digno de ser integrado con honores en el panteón de felones de España? Pues va a ser que no, porque podrá ser Estafador, Engañador, Plagiador, y mil cosas más ―puede que con el tiempo sea incluso Empalador, y hay quien incluso le llama Anticristo―, pero no se le puede calificar de traidor, porque la traición consiste en defraudar a una colectividad ―incluso a un país― actuando de manera contraria a los principios y valores de esa colectividad que el traidor se había comprometido a defender. ¿Cuáles son los principios y valores del PSOE desde su fundación por el revoluto Pablo Iglesias Posse?: pues la destrucción de España, convirtiéndola en una República sociata ―previa destrucción de la Iglesia católica, por supuesto―, para lo cual el tipógrafo asturiano justificaba hasta el uso de la violencia, como cuando amenazó a Antonio Maura diciendo en el Congreso que «antes que suba al poder debemos llegar hasta el atentado personal» ―que se produjo quince días después, por cierto, el 23 de julio de 1010―.
¿Alguien puede calificar de traidor al PSOE, el partido más golpista y asesino de nuestra Historia, cuando ésta ha demostrado con creces la extrema fidelidad de los socialistas a su programa conspirador para destruir España y la fe católica?
En la abominable pretensión de profanar el cadáver del Generalísimo ha habido traidores, pero no hay que buscarlos en El Profanador, ni en el Koletudo, ni en la jauría izquierdosa y giliputiense que aúlla de placer ante el espectáculo que esperan contemplar… Porque los dos traidores máximos han sido la Iglesia y los Borbonísimos, las dos instancias que fueron las principales beneficiarias del Caudillo, a quien le deben su misma supervivencia.
Voilá tenemos a Juan Carlos I, alias «el Campechano», borbonísimo como el que más, traidor cum laude, felón a tope, Bellido Dolfos de manual y récord «Guinness», el perjuro que abominó de los principios que le habían llevado al Trono de España nada más fallecer quien le había llevado a la gloria del poder, el traidor que ha sido incapaz de decir una sola palabra en contra de la profanación de quien le aupó a la Jefatura del Estado, el renegado que no ha vuelto a poner un pie en el Valle de los Caídos desde que se enterró allí al Caudillo.
Al Campechano se le podía aplicar a la perfección aquella famosa frase del ominoso Fernando VII, cuando, obligado por el pronunciamiento militar de Rafael de Riego, juró la Constitución de Cádiz de 1812 en el Palacio Real el 10 de marzo de 1820 con estas palabras: «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional». Esta sumisión forzada dio origen a lo que se conoce bajo el nombre de «¡Trágala!», título de coplas con las que los jacobinos y luego los rojos se burlaban de católicos, derechistas y tradicionales, riéndose de ellos cada vez que se sentían victoriosos.
Solo que la sumisión forzada del Campechano no fue hacia la Constituta, sino hacia los principios del Movimiento Nacional, que fue lo que juró sin ninguna convicción, forzado por las circunstancias, con lo que la frase campechanísima vendría a decir que «Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda del Movimiento Nacional».
Sin embargo, este ominoso silencio contrasta con las palabras elogiosas hacia Franco que pronunció pocos días después de su nombramiento como sucesor a la Jefatura del Estado, en una entrevista para la televisión suiza, durante la cual explicó en francés el cariño y el respeto que sentía por la figura del Caudillo: «El general Franco es realmente una figura decisiva, histórica y políticamente, para España […] Ha sabido resolver nuestra crisis de 1936. Ha jugado un papel político para sacarnos de la Segunda Guerra Mundial. A lo largo de los últimos treinta años ha sentado las bases del desarrollo del país. Para mí es un ejemplo viviente por su entrega patriótica diaria al servicio de España. Tengo por él un enorme afecto y una enorme admiración» (sic).
Naturalmente, se puede pensar que esta declaración pudo ser forzada y obligada, pues aún vivía su mentor, por lo cual no podía expresar lo que realmente pensaba; sin embargo, cuando 45 años después la cadena TF1 grabó el documental «Yo, Juan Carlos, rey de España» en coproducción con RTVE, el todavía Rey no se retractó de aquellas palabras, con lo cual demostraba que los años no habían hecho mella en su opinión sobre el Caudillo ―naturalmente, TVE no pasó el documental, faltaría más―.
Y ahora estamos con Felipe el Laiko quien, además de no haber dicho ni media palabra en defensa del hombre a quien debe su corona y su cetro, se dio el lujo de calificar a la España de Franco como «trágica dictadura». Pues si fue tan trágica, y a ella le debe su poltrona, ¿a qué espera para abdicar, cumpliendo así a la perfección la ley de memoria histórica? ¿A qué espera para emprender el camino de Estoril, seguido por su Leti, reina despotricadora del Caudillo, pero que ha hecho de la trágica dictadura su paraíso en vida?
Y es que, damas y caballeros, jamás podré explicar en toda su magnitud la tremenda negatividad que me suscitan estos dos personajes, aprovechateguis al summum, hipócritas de manual ―eso sí, les agradezco a los Borbonísmos que me hayan obligado a involucrarme en las filas de la Comunión Tradicionalista, igual que Agustín de Foxá agradecía a los comunistas que le hubieran llevado a las filas falangistas―.
Es un monumento a la más alta traición aquel real decretazo sobre la exhumación de Franco que Felipe firmó sin pestañear. Y confieso que he visto en una revelación al Laiko firmando el decreto de disolución de la Monarquía y advenimiento de la III Repúblika.
Ante la horrenda profanación sancionada por el Laiko, se me vienen al recuerdo aquellas legendarias obras de Lope de vega, donde personajes recios y cabales ―incluso pueblos enteros, como Fuenteovejuna― se sublevaban contra las fechorías del poder, justificando su lucha con frases legendarias, como aquella que decía «Todo lo que manda el Rey que va contra lo que Dios manda, no tiene valor de ley, ni es Rey quien así se desmanda». Genial, porque ¿no es acaso del desmandarse de un Rey que éste apruebe un decretazo profanador de quien le dio el reino? ¿No es acaso un desmandamiento que aún no esté disfrutando de algún barquito y algún casino en Estoril?
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