lunes, 2 de diciembre de 2019

El Cholo devora a Simeone / por Juan Manuel Rodríguez



Oídas las palabras del entrenador que cobra 24 millones de euros netos al año y que maneja un presupuesto superior a los 400 kilos, el portavoz del Atlético respondió que su transición consistía en luchar por todo con los de arriba. 

El Cholo devora a Simeone

Es curioso porque mientras que en un anuncio Simeone anima a reciclar vidrio contra el cambio climático, uno de los entrenadores de fútbol mejor pagados del mundo se muestra al mismo tiempo absolutamente incapaz de reciclar el juego del Atlético de Madrid, en cuyo banquillo cumplirá muy pronto los ocho años. Es como si al técnico colchonero le hubiera devorado su propio personaje, el personaje del Cholo, muy al estilo de cómo acabó comiéndose Tarzán a Johnny Weissmüller, que terminó sus días el pobre gritando por los pasillos del asilo emulando al famosísimo rey de los monos. A Simeone le ha pasado igual y la señal más viva de esto que digo es lo que, a la finalización del partido contra el Barcelona, expresó anoche el entrenador argentino cuando habló de transición y de que no le preocupaban el club azulgrana o el Real Madrid sino el Sevilla.

Ayer, y por primera vez en muchísimo tiempo, probablemente en todo el tiempo desde que lleva aquí, Simeone tuvo contestación desde dentro del propio club, y la encontró en un hombre habitualmente silencioso y de perfil muy bajo, Clemente Villaverde. Oídas las palabras del entrenador que cobra 24 millones de euros netos al año y que maneja un presupuesto superior a los 400 kilos, el portavoz del Atlético respondió que su transición consistía en luchar por todo con los de arriba. Sonó a cierto hartazgo, a cierta desesperación, como si el discurso de Simeone estuviera también agotado con la zona noble del Metropolitano. Y otro signo evidente más del desgaste es que el blindaje mediático del que ha gozado hasta ahora el Cholo empieza a sufrir grietas por las que empiezan a colarse las primeras críticas.

El Atlético de Madrid es el séptimo equipo que menos goles ha marcado en la Liga y, ahora mismo, es sexto en la competición. Y los directivos o los periodistas no son los únicos que empiezan a mostrar hartazgo con esa táctica dilatoria del entrenador, también los aficionados, que exhiben un domingo sí y otro también su decepción con el equipo. Anoche, en El Chiringuito, se debatió sobre si se había acabado o no el ciclo de Simeone y en la encuesta realizada entre los telespectadores ganó abrumadoramente el "". Y también se debatió sobre la posibilidad, en el caso de que las cosas siguieran tan mal, de que se buscara un revulsivo. La pregunta es: ¿hasta cuándo hay que mantener al Cholo?... A Pochettino, por ejemplo, le acaban de echar en una situación deportiva similar, aunque el ascendente de Mauricio en el Tottenham no tenga nada que ver con el de Simeone en el Atlético.

El Cholo es probablemente el entrenador más trascendente de la historia del Atleti. Le dio al vuelta al equipo, y por ende al club, como si de un calcetín se tratara. Pero se empieza a tener la sensación de que a Simeone se le valora más por lo que consiguió en el pasado, cuando aún no era el entrenador mejor pagado del mundo y no manejaba un presupuesto tan extraordinario como el actual, que por lo logrado en el presente. Lo de la transición ha sonado fatal porque da la sensación de que el máximo responsable deportivo del barco está diciéndoles a sus jugadores y a sus aficionados que ésta es una temporada experimental, que igual sale bien que sale mal, que se trata de lanzar una moneda al aire y que el objetivo vuelve a ser el de luchar por la tercera plaza, esta vez con el Sevilla. Reciclar el vidrio está muy bien y nos ayudará a todos a tener un planeta más limpio y más habitable, pero lo que se le exige al Cholo es que recicle a su propio equipo y que, cuando dude, dé un paso hacia adelante en vez de dar dos hacia atrás. Y, por lo que dijo ayer, parece que Simeone, devorado por el personaje del Cholo, sea incapaz de avanzar, de reinventarse, de evolucionar, de reciclarse... Ocho años ya. Muchos. Y buenos. Pero quizás demasiados.

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