martes, 10 de diciembre de 2019

El prolapso cultural de la Plaza México no se detiene / por Jorge Eduardo


El Payo

 La afición capitalina es una masa dispersa y aculturada, extraviada en fondo y forma para definir y defender sus verdaderos intereses, víctima de su modorra y autocompasión, de su pasividad, y de su nula militancia y compromiso.

Temporada Grande: 
El prolapso cultural de la Plaza México no se detiene

México, 10 Dcbre. 2019
En medicina, el término prolapso designa el descenso de algún órgano de la cavidad pélvica hacia el exterior del cuerpo, como consecuencia del debilitamiento o daño de las estructuras anatómicas que sostienen dichos órganos.

Tal cual, el cuerpo ya no es capaz de sostener los tejidos, y estos pierden su sitio porque lo que lo sustenta está dañado. Bueno, pues la Plaza México sufre un agudo caso de prolapso cultural y taurino. Lo que no está dañado, es tan débil que no se puede sostener. En consecuencia, todo ha perdido su sitio.

Como ya lo mencionamos antes esta temporada, la autoridad es un ente errático con episodios mejores, peores, o desastrosos, que no ha emprendido un esfuerzo sistemático por imponer seriedad desde el palco en los festejos, ni rechazando al ganado que no cumpla con las condiciones para lidiarse en el coso monumental. La afición capitalina es una masa dispersa y aculturada, extraviada en fondo y forma para definir y defender sus verdaderos intereses, víctima de su modorra y autocompasión, de su pasividad, y de su nula militancia y compromiso. La empresa practica un formato de negocio muy difícil de comprender, en el que se suceden los compromisos clientelares sin un objetivo claro, ni siquiera el de ganar dinero. Pareciera que sus clientes no son quienes pasan por taquilla, sino aquellos otros poderosos que pueden corresponder al gesto de ponerles en México, y lo más alarmante es que parece la zona de confort de las dos cabezas de la promotora taurina. Sobre los toreros, cabe preguntarse qué matador se ha presentado en la temporada a jugarse la vida plantado en el sitio como si su temporada dependiera de su éxito en México, como debiera ser en una plaza que da y quita. La prensa taurina fallamos en no ocupar nuestro espacio de privilegio para ofrecer análisis de la situación en toda su complejidad de forma propositiva y, por qué no decirlo, más activa y agresiva. Colaboramos también por omisión cuando no señalamos con nombre y apellido lo mismo al cobero que al mala leche. Total, que podríamos enumerar a todos los participantes en esto.

En esta sexta corrida de la Temporada Grande 2019-20, tuvimos episodios de todos tipos en los que los potenciales factores de cambio quedaron a deber como detonantes de la transformación que todo mundo espera, pero que nadie mueve dos dedos por ella. Comenzando, como debe ser, por el toro, una reseña general del encierro de Xajay, propiedad de uno de los dos empresarios de la plaza, el arquitecto Javier Sordo, no sería particularmente halagadora. Después del corridón de toros que le valió la ovación de la plaza de Guadalajara (maldita envidia), a los potreros del rancho La Laja se les terminó el trapío y la casta. Por los toriles de la plazota desfilaron ocho cornúpetas mucho muy justos de presencia, sobresaliendo para mal el lote de Paco Ureña, que además de disparejo y discordante con el resto de la corrida, era impresentable. El ganadero-empresario no quiso ser factor de cambio.

Daniel Morales le cuajó un puyazo en toda la pureza y verdad de la suerte de picar al segundo de la tarde. En un abrir y cerrar de ojos, aquel chavito con el que un servidor (más delgado) y el resto de la pandilla echabamos relajo en el túnel de caballos antes de los festejos está convertido en un torero hecho y derecho. Esta alegría taurina nos conduce al papel de la autoridad y la afición, aquellos compensando decisiones malas con otras buenas, y éstos de plano en el peor momento de la otrora plaza más importante del mundo. Ambos protagonizaron un momento especialmente vergonzoso cuando Sebastián Castella colocó en suerte al toro para que Morales redondeará su actuación con un segundo puyazo. El palco, presidido por el señor juez Enrique Braun, asumió la potestad de cambiar el tercio de forma automática después del primer puyazo, sin esperar a que el matador en turno lo solicitase. Castella todavía tuvo el buen detalle de intentar ofrecernos un buen espectáculo colocando al toro de nuevo. Pero la afición de la Monumental, cada vez más sumida en su analfabetismo taurino, chilló y chilló hasta que Castella, con un visible gesto de pena ajena, se desmonteró mientras le decía al piquero que no sería posible verle de nuevo. Ahí está la afición capitalina saboteándose a sí misma, negándose a exigir el espectáculo en plenitud que el señor juez, tal vez por negligencia, o tal vez por descuido, les escamoteó. Cabe apuntar que en dos semanas consecutivas, los dos jueces del embudo han cometido sendos chascos cambiando los tercios. Al toro, señores.

Pero como todo lo que va mal puede, en efecto, ir peor, esto solo fue un detalle irritante para abrir boca. Conforme avanzó la maratónica función, y con ella el estado etílico del tercio de plaza que se dió cita en los tendidos, se gestó un episodio para la antología de vergüenzas de esta plaza. Un André Lagravere despegadillo, desconfiado, más bien verde, y de miras muy limitadas estaba cosechando una reacción tibia de los tendidos. Se tiró a matar y dejó una estocada entera, trasera y tendida. Súbitamente la plaza estalló en un clamor. "Torero, torero", el desconcertante grito, y los tendidos blancos de pañuelos. Ni en la más decadente de las cantinas los diletantes cambian de ánimo tan radicalmente, tan sin razón, tan sin motivo, tan simplemente por pasar el rato. A Michel Lagravere le cayeron con todo por una actuación muy parecida la temporada pasada, y tal vez la única diferencia fue una estocada entera. Sobre la autoridad, es de aplaudir la decisión del juez Braun de negar la oreja, pero es necesario insistir en que la labor de dignificar la plaza debe ser un esfuerzo sistemático y conjunto con el estado. De nada sirve negar las orejas si ya se permitió la pachanga.

Con el abreplaza, André Lagravere fue de más a menos, llegando al absurdo de imitar a Ponce y sus flexiones. Mató en la misma colocación que al octavo, pero sin incrustar todo el acero en el cuerpo del toro, y con la gente sobria.

Sebastián Castella tuvo una tarde seguramente desgastante para él, en la que le tocó tragar con un lote difícil, encastado, con cierto peligro, aunque ciertamente más potable el segundo que el quinto. En su primer turno anduvo encimista pero firme, convenciendo al respetable, pero tal vez no a él mismo, como era visible en sus expresiones cuando salía de la cara del toro. No parece que lo estuviera disfrutando mucho. Con el quinto no había margen de error, por lo que el de Beziers estuvo muy firme y digno en el sitio, pero sin que el toro transmitiera. Seguramente no se percataron de nada de esto los borrachos, que ya hasta querían pagarle el toro de regalo.

Una vez más, nos perdimos a Paco Ureña, maldita sea. Aún así, fue un lujo verlo buscarle la distancia y la colocación al anovillado tercero de la función, con esa seriedad, con ese dominio de la escena, con esa calma, con esa entrega vuelta planta y porte de torero. Para el recuerdo el instante en el que un impávido Paco Ureña, ya de por sí cruzado y en el terreno del toro, aguantó de frente una espeluznante advertencia del cárdeno, que parecía advertirle "aguas, porque ya te vi". La estocada, deletrada pero caída, tumbó a la res patas pa arriba. Con el sexto perdió el norte tratando de agradar.

Sublimes pasajes del Payo. Dentro de Octavio García duerme el sueño de los justos, de las causas perdidas, y de las ilusiones rotas el mejor torero de su generación. Qué manojo de verónicas, qué medias, qué concierto del queretano. Simplemente de otra dimensión artística, de una profundidad única. Desafortunadamente, el Payo parece desestrurado mentalmente, falto de oficio y de maestría para construir su obra maestra. Con la muleta se le hizo bolas el engrudo equivocando los terrenos, y alternando procedimientos erraticamente. No obstante quedan para el recuerdo algunos muy buenos derechazos, un natural de vuelta entera sublime, una tanda citando casi de frente, y hasta los molinetes. Con la espada, un sainete, y con el séptimo, entre poco y nada.

Como colofón, es muy destacable el rescate de lo que entre la Unión Mexicana de Monosabios se conoce como "la anunciadora" para tratar de re educar al público contra la nefasta costumbre de arrojar cojines. Anteriormente, más o menos hasta los noventa, los chicos que pedían una oportunidad para integrarse a los monosabios comenzaban su andar paseando anuncios por el ruedo, junto con otras tareas como cernir la arena, hasta que por fin les llegaba el turno de escalafonar. Todo está inventado, es cosa de que revisemos a consciencia nuestro pasado como fiesta brava, y redescubramos nuestros recursos para construir factores de cambio. Aplaudo esta iniciativa de la empresa, si cada semana le ponen atención a un detallito diferente, tal vez, pero solo tal vez, algún día La México reclame su categoría en el contexto de una fiesta en la que hasta arrojar un cojín al ruedo debe revestir un significado, y no pasar por una nimiedad vulgar. Aunque tal vez no alcancen las mantas ni los monosabios para concientizar al público de la Plaza México, puede ser el primer paso para emprender una solución quirúrgica al prolapso taurino y cultural de nuestra plaza.

(Foto: LaplazaMéxico)

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