martes, 7 de enero de 2020

En el principio fue el toro / por Paco Mora


(Foto: Arjona)

Me identifico con los que se arraciman en la tarea de cargar el acento en el toro, base y principio del toreo como arte y como espectáculo. Si nos empeñamos en salvar en su integridad la cría del toro de lidia, quiero creer que el resto se nos dará por añadidura. Porque en el principio fue el toro, y luego vino todo lo demás. 

En el principio fue el toro

Paco Mora
Puede que sea una percepción mía, y que el año nuevo me haya sorprendido con un plus de sensibilidad, pero se me antoja que se está produciendo como una especie de avalancha, entre los que escribimos de las cosas de la Fiesta, sobre la imperiosa necesidad de poner pie en pared y empujar hacia adelante, o al menos impedir que nadie nos mueva en el empeño de salvar y mejorar la esencia de la Tauromaquia como espectáculo de masas. Que lo sigue siendo pese a los agoreros, que siempre los hubo y siempre los habrá, y a los que parecen juramentados para acabar con ella.

Me identifico con los que se arraciman en la tarea de cargar el acento en el toro, base y principio del toreo como arte y como espectáculo. Si nos empeñamos en salvar en su integridad la cría del toro de lidia, quiero creer que el resto se nos dará por añadidura. Porque en el principio fue el toro, y luego vino todo lo demás. Y en esa tarea salvadora entra tanto la ayuda de la Administración al campo bravo como el reconocimiento a los ganaderos, que no han claudicado, ni tienen intención de hacerlo, porque para ellos la crianza del toro bravo es una manera de ser y de vivir. Y no confundamos ese “vivir” con un simple “negocio”, porque la labor del ganadero tiene mucha más carga vocacional que económica. Todos conocemos a algunos que están haciendo verdaderos esfuerzos por no claudicar, ya que, cuando termina el año, en sus libros de cuentas imperan los números rojos.

Sin embargo, el antitaurinismo se empeña en ver en los ganaderos, potentados y señoritos que se enriquecen y pavonean con el espectáculo taurino, cuando no hay nada más alejado de la verdad. Los criadores de bravo se pasan medio año mirando al cielo a ver si llueve y el otro medio gastando lo que no han ganado en toda la temporada para sacar adelante las corridas que habrá de lidiar la siguiente. Y eso, basta conocer mínimamente el trabajo ganadero por dentro para dar fe de ello.

Y de la Administración, solo les cabe esperar un exagerado papeleo y la más feroz de las vigilancias en el cumplimiento de una normativa que, en muchos de sus aspectos, parece establecida por gente que lo más cerca que ha estado del campo es el Parque del Retiro de ese MadridRompeolas de todas las Españas”. “Doña Administración” trata al toreo como una auténtica madrastra, tal que si fuera una ubre de la que siempre fuera posible sacar algo más.

Sin embargo, mientras en otros espectáculos de masas, como el fútbol, salen a la luz muy a menudo mil y una artimañas y verdaderos entramados económicos para saltarse a la torera las obligaciones con Hacienda, en el “negocio” del toreo, los escándalos económicos brillan por su ausencia. Lo que no es óbice para que la fiscalidad que se carga sobre las espaldas de la Fiesta, en todos sus aspectos, sea verdaderamente leonina. ¡Ay Victorino...! Cuánto trabajo te espera, si como parece, te has tomado en serio desbrozar mínimamente este erial en que, entre unos y otros, han convertido la Fiesta Nacional. Nacional por antonomasia, sí, aunque a algunos les joda tanto que se diga...

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