domingo, 5 de enero de 2020

Queridos Reyes Magos taurinos / por Antolín Castro



Mis peticiones se podían resumir en dos básicamente: Toro íntegro y Toreo auténtico. Así de sencillo, aunque en la práctica ambas cosas estén muy adulteradas.

Queridos Reyes Magos taurinos

En esta fecha, y aunque sea ya a última hora, quiero escribir mi carta para pedirles algunos regalos.

Es curioso, pero quiero pedirles como regalos algunas cosas que deberían estar ya en mi poder de aficionado. Pero como pasan los años, y nunca se cumplen mis deseos, es por lo que he de insistir en mis peticiones.

Mis peticiones se podían resumir en dos básicamente: Toro íntegro y Toreo auténtico. Así de sencillo, aunque en la práctica ambas cosas estén muy adulteradas.

Para que el toro sea íntegro no solo hay que fijarse en los pitones, aunque eso sea muy importante, también habrá que fijarse en que en su genética prime su comportamiento de bravo y no una búsqueda en su selección para que favorezca los intereses para con las muletas de los toreros. Toro íntegro también es respeto por cada uno de sus encastes, conservando aquellos comportamientos que le son propios a cada uno.

El toreo auténtico no puede ser una petición, ha de ser una exigencia. No es aceptable que además de contar con esa colaboración seleccionada en las ganaderías para que les favorezca ese toreo relajado y facilón que practican, utilicen todos los trucos y ventajas para hacer más insustanciales sus faenas.

Aunque todo tiene su punto en común. La integridad del toro y la autenticidad del toreo pasa, inexcusablemente, por la recuperación de la suerte de varas. No vale con decir que la bravura se demuestra en la durabilidad y colaboración con el torero en la muleta, es en el caballo donde se muestra en su máxima expresión la capacidad de bravo que muestra el toro. Una cosa es pasar a la muleta treinta veces y otra ser ‘castigado’ en el encuentro con el caballo y acudir de nuevo con alegría a recibir más ‘castigo’.

Ahí, en ese hurtar tan importante suerte, es donde el castigo lo reciben los aficionados y la propia fiesta brava. Hurtando el tercio fundamental se elimina la esencia de donde viene todo. No nació la fiesta, ni el toro, para ser domesticado, más al contrario, la esencia era el poder ser dominado en la plaza. Ahí radicaba, y radica, el comienzo de todo. Sus fieras embestidas habrían de ser burladas y sometidas por el torero, su matador. Hoy, en su gran mayoría, los toros salen ya con el certificado de defunción entre los dientes, sin que sus criadores les hayan reservado un sitio en su genética para que puedan pelear su espacio en el ruedo de tu a tu con el torero. No concederles ese sitio es un fraude al toro, al aficionado y a la fiesta.

Por eso, mis queridos Reyes Magos, escribo de nuevo mi carta para reclamar todo esto que, de tan novedoso, podría decirse que podría recibirlo como regalos. El toro ha de ser toro con cuantos componentes silvestres y salvajes le corresponden y el toreo bueno ha de serlo sin atajos ni ventajas. Dominar y canalizar las embestidas del toro, transformándolas en arte a través del toreo auténtico, eso es lo que hace vibrar al aficionado y lo que ha de preservar la Fiesta Brava para las futuras generaciones.

Se que es mucho pedir dadas las circunstancias, pero espero que insistiendo y venga insistir, pueda conseguir que los Reyes me hagan caso alguna vez.

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