lunes, 10 de febrero de 2020

Ser o no ser / por Paco Delgado


Que hay movida contra la fiesta de los toros es algo tan evidente como que somos muchos los que ya hace tiempo que nos quedamos sin abuela.

Ser o no ser

Efectivamente, hay orquestada una campaña, perfectamente organizada, que trata de socavar el prestigio de un espectáculo amparado por la Ley. Poco a poco pero sin desmayo ni descanso, las huestes abolicionistas siguen arremetiendo contra lo que es, ya se ha dicho más de mil veces pero hay que repetirlo las que haga falta, una de nuestras más arraigadas tradiciones y señas de identidad: los toros. La fiesta nacional. Una denominación que, también hay que repetirlo, nada tiene que ver con la guerra civil de hace casi cien años y todo con el auge adquirido a mitad del siglo XIX, lo que llevó al que fuera alcalde de Valencia  y diputado, José Campo Pérez, marqués de Campo, a señalar a la Reina Isabel II el carácter ya “nacional”, en referencia a la abrumadora afición existente en todos los ámbitos sociales de la España de entonces, de las fiestas taurinas y a fin de retirar los privilegios para su disfrute y práctica de la nobleza y aristocracia. Es decir, que lo de fiesta nacional indica, aunque los modernos detractores lo ignoren, como tantas otras cosas, su índole democrática y social.

También desprecian no sólo su impacto económico -las corridas de toros generan ocho veces más IVA que el cine, por ejemplo-, el elevado mercado laboral que provoca -más de 200.000 puesto de trabajo- o el hecho de que con la desaparición de los festejos taurinos desaparece también no sólo el animal al que dicen proteger, sino todo el ecosistema en el que se cría, que se dice pronto.

Aunque nada de esto parece importar y los anti siguen a lo suyo. Desde hace unas semanas, y a través del magazine matinal de los domingos, una importante empresa de radiodifusión española se dedica a intoxicar y equivocar a la audiencia. Intoxicar porque sólo se habla de la tauromaquia desde un punto de vista negativo, como de algo siniestro y bárbaro, y a equivocar porque, por ejemplo, siguen insistiendo en la naturaleza antitaurina de Goya, otra vez, cuando ya se ha demostrado, por activa y por pasiva, que al genio de Fuendetodos -don Francisco el de los toros le llamaban…- lo que más le gustaba, tras la pintura, eran las mujeres y los toros. Y no sé en qué orden…

Pero ellos siguen erre que erre e insisten, con machacona insistencia, haciendo labor sorda pero efectiva y calando poco a poco en quien desconoce la historia o sólo por encima.

Muchos, me consta, fuimos los que, al no admitirse nuestras llamadas de protesta a la emisora, enviamos cartas y mensajes vía correo electrónico, advirtiendo de la falacia que se estaba propalando e instando a que se corrigiese. No sé si surtirá efecto, me temo que no, pero lo que sí ha provocado es que yo deje de escuchar ese programa y, de paso, dicha emisora, en la que no sólo se daña mi sensibilidad sino que se desprecia mi calidad y condición de oyente. Y como yo muchos de los que escuchamos las barbaridades vertidas en ese programa y a los que tampoco hicieron caso en su reclamación.

De todas formas no es sino una gota de agua en el océano y haría falta que el taurinismo, con las figuras y los mandamases del negocio a la cabeza, tomase cartas en el asunto, se arremangase y, de una vez por todas, cogiese a este toro por los cuernos y pusiese las cosas en su sitio.

Ser o no ser, esta es la cuestión. Mientras algo huele a podrido ¿en Dinamarca? no, qué va, mucho más cerca: aquí al lado, alrededor nuestro.

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