martes, 25 de febrero de 2020

Una Cruzada Nueva contra la perversión y la infamia / por Jesús Aguilar Marina


La Constitución Española, en su artículo 30.1, dice: Los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España. Pero los primeros que, de hecho, no defienden a España -o se hacen los distraídos- son quienes están a la cabeza de las Instituciones. Y muchos de ellos no sólo no la defienden, sino que la agreden y difaman.

Una Cruzada Nueva contra la perversión y la infamia

Jesús Aguilar Marina
El Correo de Madrid • 2020-02-25
La Constitución Española, en su artículo 30.1, dice: Los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España. Pero los primeros que, de hecho, no defienden a España -o se hacen los distraídos- son quienes están a la cabeza de las Instituciones. Y muchos de ellos no sólo no la defienden, sino que la agreden y difaman. El síntoma revelador de que nos hallamos ante una sociedad enferma consiste en que esta aberración se toma con escalofriante naturalidad por la ciudadanía.

La plebe no sólo parece ignorar esta perversión, sino que acepta que a quienes se esfuerzan por defender a la patria común y por denunciar los crímenes de los tiranos y las distracciones de los tibios se les etiquete como ultraderechistas, conspiranoicos y otras insidias de similar jaez. Lo mismo que acepta, por el contrario, que aquellos que nos administran y gobiernan, hispanófobos activos y confesos, sean tenidos por demócratas, por ciudadanos progres y dialogantes.

Ni que decir tiene que esta disparatada percepción e inconcebible permisividad de la mayoría ciudadana, facilita que los delincuentes copen todos los resortes del poder -incluido el poder mediático-, y en nombre de su autoridad democrática encaucen opiniones, dicten leyes totalitarias y arrasen lo que se les cruce en el camino con absoluta impunidad.

Todo lo anterior viene a cuento para subrayar la grave pérdida de rigor intelectual y moral en la política -y en la sociedad en general- en estos años lamentables, así como para recordar que nuestras pobres leyes, sobre todo la fundamental entre ellas, la Carta Magna, han sido tan permanentemente burladas que ya han perdido su significado original. Por eso urge un proceso constituyente regenerativo que, en la actualidad, sólo puede venir de la mano de VOX, a pesar de que algunos despistados aún persistan en postular a los genuflexos del PP y a los advenedizos de C’s

Debiera quedar claro de una vez por todas que los frentepopulistas y sus secuaces tienen poder, pero no son fuertes. Es más, su obsesión por detentar el poder hasta sus últimas consecuencias viene dada porque el despotismo lo tapa todo y dependen de él para ocultar su debilidad y su horror. En el poder radica su supervivencia. Su instinto de rebaño va siempre contra los fuertes e independientes, como su instinto de mediocres va siempre contra lo excepcional.

Eso sí, tales fantoches unen a su infinito resentimiento la funesta habilidad para hacer que su poder político dure más que la fuerza social que lo sostiene. La historia política de España, durante este paréntesis partidocrático que constituye la Transición, es, con su indudable putrefacción social, la de una gobernanza política basada más en el sostén de la apariencia que en el de la realidad social, pues existe el fenómeno de una opinión ciudadana sometida a una desmesurada manipulación, a un apabullante adoctrinamiento.

Y por si esto fuera insuficiente, sometida sobre todo a una Ley Electoral que denigra a la razón y a la justicia y atenta contra la convivencia en igualdad de los españoles -lo cual no debe dejar de subrayarse una y otra vez-, ya que otorga más valor al voto de unos sobre otros, según en qué región estén censados. Y que, no por casualidad, recompensa a la antiespaña.

Por eso es muy posible que sin este inconcebible atentado a la dignidad del pueblo soberano y sin el vértigo de un agitprop que provoca la fascinación de la sociedad ante el poder diablesco de los patopolíticos, sin esta mística de la dominación en la que el sentido común no tiene cabida, tal vez su objetivo se hallase separado de la opinión pública. De ahí, también, que debamos preguntarnos: ¿quién es aquél a quien los liberticidas más aborrecen? Sin duda el que denuncia sus abusos y subsidios y quebranta sus códigos doctrinarios, desarticulando con ello los palos del abusivo sombrajo bajo el que se acogen.

Desde su puesta en escena, VOX ha sido atacado con las armas más bajas. Los frentepopulistas saben bien lo que muchos peperos parecen aún desconocer, que para los españoles de bien VOX es la única oportunidad regenerativa. Y la prueba es que no han dejado de ejercitarse contra él mediante su copioso bagaje de bajezas. Desde el escenario donde se representa el enredo, todos los farsantes se han dedicado a apedrearlos con insidias y maledicencias, sin que entre esta casta y sus perros de presa informativos alguien se haya sentido culpable ni se haya mordido la lengua para fulminarse con su propia ponzoña.

Así las cosas, esta época nuestra ha de verse por los hombres y mujeres de bien como una cruzada contra la perversión y la infamia. Si este debe ser el objetivo por antonomasia, la consecuencia lógica no puede ser otra que el obligado enfrentamiento del ciudadano recto y libre contra la corrupta figura del parásito tortuoso y estéril; es decir, el patriotismo y la excelencia, contra la hispanofobia y la vileza; la razón y la justicia contra la depravación y la vesania.

Existen naturalezas destructoras o índoles acollonadas y alevosas que acaban acogiéndose a una secta -a un partido, a un lóbi- para fortalecer desde el grupo ese afán destructor o para arropar su sumisión o su perfidia en el rebaño. Y, por el contrario, hay gente dispuesta a defender su libertad y dignidad -un código de principios-, y dedica su vida a defenderlos frente a los sujetos anteriores.

Sería un grave error que VOX se limitara a defenderse de las múltiples agresiones verbales y físicas que ha recibido, va a recibir y está recibiendo. Bien está que explique su programa y que exponga razonablemente sus posiciones morales, sociales y políticas, pero, a la vez que las expone, el paso definitivo consiste en contraatacar a sus adversarios, enfrentándolos a sus trampas y perversiones, que son innumerables y nefandas.

Estos chavistas narcofinanciados, herederos del Gran Terror estalinista, a quienes los adoctrinados suponen moralmente superiores no son ni siquiera personas, porque dejándose arrastrar por la codicia y por las ideologías del odio han de ser reputados como esclavos de ínfima condición, puesto que se complacen en servir a tantos y a tan inicuos amos. Quienes se jactan de su democrática estirpe, plebeyos y bastardos se habrían de llamar, porque su biografía se alimenta del delito y se halla muy alejada de la virtud, que es la única fuente de nobleza.

Para cualquier partido con fines regeneradores resulta primordial tener siempre a mano las hemerotecas y no olvidarse un punto de la realidad, tanto pretérita como presente. Así podrá poner en evidencia las aberraciones de quienes han descompuesto el país siempre que han podido, como es el caso de estos saqueadores paranoicos, que no dejan de contradecirse y retorcerse, dado que la maldad sigue una trayectoria sinuosa.

Por eso hay que atacarlos sin descanso, para que sean ellos quienes expliquen sus abominaciones ante los tribunales. Es asombroso que los liberticidas hayan llegado tan lejos contando con un inexistente bagaje racional y un llamativo vacío de virtud. Van contra la naturaleza en general y contra la de sus semejantes en particular. Y recelan de la realidad porque les deja sin careta. De ahí su odio a la legitimidad y a la certeza, y a quienes se las recuerdan.

Hemos llegado a un punto en el que no caben los pasos atrás. Con un adversario vigoroso y convencido, estos perturbados no tienen media bofetada política, pues todo su acervo cultural está basado en la propaganda, es decir, en la mentira. La ciudadanía libre, de la mano de VOX, está obligada a desmantelar el agitprop liberticida enfrentándolo a sus taras morales y a sus contradicciones doctrinales, y poder así redactar una nueva Constitución mucho más justa y razonable, es decir, una Carta Magna para el bien de España, no para el provecho de terroristas y delincuentes.

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