lunes, 2 de marzo de 2020

La moral de la decadencia / por Jordi Contreras



En el caso del cristianismo, transformado en moral social y en evangelio laico, vemos como ha perdido su contenido religioso que ya no es obstáculo para el galopante vacío espiritual de Europa. El resultado es que vivimos en una sociedad sin legitimación ni sentido comunitario, donde la domesticación social y la alienación psicológica de masas han tomado el relevo de las ideas y de los mitos.

La moral de la decadencia

Cuando hablamos de moral en la sociedad posmoderna podemos observar una filosofía de vida que subyace y justifica a la sociedad capitalista que es, básicamente, hedonista y pegada al mundo como única opción posible de vida. La visión esencial del ser humano solitario y vacío es la de una criatura que busca insistente e instintivamente el placer y huye despavorida ante cualquier posibilidad de lo contrario, es decir, el sentido trágico del propio destino.

La esclavitud inconsciente del querer más a cualquier precio induce a la comunidad a una neurosis bloqueadora de cualquier capacidad para soportar una bajada a los sufrimientos de esta vida. El dolor por el esfuerzo en la elevación ética es la fuente del despertar y contribuye siempre a la creación de valores de belleza y superioridad espiritual. Sentirse vivo y escultor de la propia vida es síntoma de que el hombre imprime su huella y modela con su acción a aquello que lo neutraliza y le impide su afirmación positiva.

Es oportuno señalar que una vez que el ciudadano queda a merced de dicha esclavitud, aflora en él la apatía y desarraigo egocéntrico derivador de un materialismo neurótico que lo secuestra de la necesidad de estar conectado al entorno en el que vive, y sentirse partícipe de la realidad cambiante que sin darse cuenta le afecta y moldea.

El sacrificio por los demás, el heroísmo puesto al servicio de los otros, el sufrimiento como oportunidad de aprendizaje, la disciplina, el rigor, el altruismo en suma, están casi completamente ausentes de los criterios prácticos de la mentalidad posmoderna. Con el utilitarismo y el pragmatismo se consigue diluir cualquier atisbo de crecimiento espiritual y conocimiento del ser en sí mismo. En el caso del cristianismo, transformado en moral social y en evangelio laico, vemos como ha perdido su contenido religioso que ya no es obstáculo para el galopante vacío espiritual de Europa. El resultado es que vivimos en una sociedad sin legitimación ni sentido comunitario, donde la domesticación social y la alienación psicológica de masas han tomado el relevo de las ideas y de los mitos.


En el campo de la política observamos suficientemente como la esencia degenerante fluye por ese ambiente viciado de codicia y prestigio personal, un lenguaje neutro propio de la ausencia de la política en mayúsculas y que pone de manifiesto qué tipo de élites nos gobiernan. La causa finalista del sistema es la exclusión de todo tipo de manifestaciones que perjudiquen el imperio de lo aceptable.

Para este fin el placer, el dinero como sactum santorum, la acriticidad, el individualismo atomizador, la preocupación por el mañana de uno mismo -no desde luego desde una visión comunitaria- han creado una jungla desestructurada en la cual los políticos juegan a promocionar y alimentar esta apuesta por la muerte de la posibilidad del restablecimiento del sentido de comunidad.

Los “derechos políticos de los europeos” sólo advierten una visión para el ciudadano: La elección de un conjunto de representantes derivados de la legitimidad y soberanía del pueblo. Pues bien, esa ilusión democrática del voto cada cuatro años es una razón instrumental de las élites económicas gestionada por las políticas para la perpetuación de un sistema que institucionaliza soterradamente un cúmulo de privilegios miserables, dominio psicológico y legitimación de un modelo que fomenta la mediocridad: el demócrata-financiero-mundialista.

Por otro lado, el fomento de la neutralidad ideológica dirigida es un elemento capital para entender la desmovilización de las personas en las sociedades capitalistas. El resultado hallado por la observación de dicha neutralidad y vaciado de contenido es el de la debilidad compulsiva por el materialismo exclusivo como forma sustitutiva de la acción social consciente en todas sus vertientes. Por tanto, la impotencia como resultado de la manipulación y distorsión de la realidad se infiere como una sensación de conformidad respecto a lo político, estableciéndose como estrategia y arma desactivadora permanente; se hace necesaria, no obstante, para la supervivencia en la “normalidad de las democracias occidentales”. Por este camino, la voluntad de un pueblo cede y deja de tejer su propio destino quedando supeditada al imperio de fuerzas y cosmovisiones no soberanas y extra-europeas.

En esta degradante psicología, subyace también una intención negadora de la diferencia étnica y cultural, producto de la cual se construye una distorsión extensiva de la que emana una visión universalista y desarraigada del concepto de hombre, que promueve la disolución de las culturas y el sentido de culpabilidad por ser lo que se es: europeo en este caso. Este odio por lo diferente es derivado por corrientes anti-naturalistas y humanistas que nacen con el cartesianismo y que pretenden acabar con el sentido del ser mediante la supremacía de la razón-técnica deshumanizadora, la desarmonía con el entorno natural, la disolución del lazo histórico y ancestral de los pueblos, para llegar finalmente a una meta edénica: un gobierno mundial, es decir, comunidades sin atributos naturales ni históricos, donde no haya un obstáculo para el dominio cultural único, mercantil y financiero del orbe.


La unidad espiritual, la lucha por el derecho a la afirmación cultural en Europa, la autorrealización en la comunidad y para la comunidad nacional, el regreso a la vida sin la trampa de las teorías del exilio, el gusto por la belleza elevada como símbolo de lo vital, el rigor de nuestro honor frente la vida, la recuperación del orgullo sano de ser europeos y no occidentales, hará que germine de la tierra la chispa prometeica materializada como la espada sagrada que nos permitirá combatir por la hegemonía cultural que nos devuelva a nuestra senda en la historia.

Ser consciente, crítico y tener la voluntad sobrehumanista como elemento de lucha y afirmación europeo son las llaves para ordenarse activista desenmascarador de los valores alógenos y narcotizantes que destruyen nuestras comunidades.

En definitiva y a modo de conclusión, la extensión de lo físico, de lo económico, del individualismo de masas, de la mecanicidad como funcionamiento de la prisión liberal en la que vivimos, se corresponde con la modernidad decadente, con el ocaso de lo histórico, de lo artístico, de lo religioso y de lo popular.

1 comentario:

  1. Se va cumpliendo aquella amonestación de tiempos mucho más ha, "y sucederá como en los días de... Sodoma y Gomorra..." ¡Qué asco de moral 'moderna' y 'progresista'! ¡Qué nefasta ignominia de los supuestos líderes políticos que la dejan pasar con necedad, irresponsabilidad y sonrisas!
    Gracias por este artículo Sr. J. Contreras.
    // Atte., Torotino

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