martes, 10 de marzo de 2020

Recordando el adiós de Luis Procuna / por Carlos Horacio Reyes Ibarra




Como si tratara de decirle adiós, en la persona del Berrendito, a una época gloriosa del toreo, de México ciudad, de México país. La tarde del 10 de marzo de 1974 afloró un sentimiento profundo, prólogo de la apoteosis final de Luis Procuna Montes


Historia de un cartel. Alcalino.- 

Luis Procuna llevaba un decenio proscrito del toreo. Derrotado políticamente el grupo de toreros que encabezó como presidente de la Unión de Matadores (Córdoba, Realme, incluso, en algún momento, José Huerta), el sistema los condenó al ostracismo. Nada más se supo de la mayoría. Y cuando, de pronto, se anuncia en la México la despedida de Procuna –al final casi de una turbulenta temporada 1973-74--, la sensación inicial fue de cosa postiza, de relleno sin importancia. 

Pero, prodigios de la memoria colectiva, la plaza se llenó a rebosar. Y ese público –su público de México—le dispensó a Luis la bienvenida más conmovedora y cariñosa de que haya memoria. Como si tratara de decirle adiós, en la persona del Berrendito, a una época gloriosa del toreo, de México ciudad, de México país. La tarde del 10 de marzo de 1974 afloró un sentimiento profundo, prólogo de la apoteosis final de Luis Procuna Montes. 

Con la emoción atravesada. La larga espera, el recibimiento entrañable, pusieron a Luis con los nervios de punta. Y ante “Brillantito”, el magnífico primero, se advirtió esa lucha íntima entre el deseo del torero y su ansiedad excesiva. Se le agradeció la voluntad, nada más. Luego, en el tercero, cuando Solórzano lo invitó a poner banderillas, el Berrendo dejó apenas un palo; tan notoria fue su contrariedad que Chucho le cedió un par más, para que el hombre aquel de blanco y plata se luciera con una preparación colorista y bizarra, muy procunista, y dejara los palos, ahora sí, enhiestos en lo alto del morrillo. La desazón iba en retroceso. El brasero empezaba a calentarse. 

Y cuando apareció “Caporal”, el último de su vida torera, el guiso ya estaba a punto. Del aromático sazón de Procuna, ni hablar. Se dice que “Caporal” fue un toro de bandera. Yo lo advertí noble pero con tendencia a frenarse; lo que pasa es que ese día Procuna era un río crecido capaz de desbordar todos los diques. Y de afirmar su estilo inconfundible, enaltecer el toreo, sublimarse a sí mismo. Y contra eso no hay obstáculo que valga. Se dice también que nunca toreó por abajo con tanta pureza, temple, cercanía. Y yo lo creo. Lo creo porque lo vi. Porque lo vimos todos. Por el pitón derecho y más aún por el izquierdo, en aquellas dos tandas de naturales acompañados con el torso que se quiebra y la cabeza que se ladea para mejor saborear el momento. Paladearlo a gusto y hacerlo paladear a un público enloquecido. Faena larga. Faena eterna. Por su duración sobre el lienzo de arena y por su huella indeleble en la memoria. Cuando, de vuelta de recoger de su viejo mozo de estoques la espada de verdad, con “Caporal” fijo en el tercio --fijeza de toro bravo-- sorprendió Luis con una carrerita para incitar la embestida y girar en un afarolado luminoso, la plaza entera saltó, todos a una. Nadie pudo sentarse ya. Porque a ese ramalazo de luz le agregó Luis otros dos de idéntica estirpe, maravillosos de precisión, garbo, ceñimiento. Y llegó la borrachera de la sanjuanera mirando al tendido. Y más derechazos formidables; luego, tras el primer pinchazo –barrenando feo—, dibujó manoletinas de elegancia y profundidad maravillosas. Aunque antes de la estocada señaló otro pinchazo, ya nada importaba. Nada que pudiera estorbar la entrega del público –la del torero estaba fuera de duda--, y el tremolar de pañuelos y la inacabable ovación. 

Se llevaron las mulas a “Caporal” bajo una tempestad de aplausos. Bajaron de sus barreras El Soldado y Luis Briones, para completar el cartel aquel de los tres Luises de diciembre de 1943. La emoción seguía fluyendo con vibración tal que sólo vivida in situ podría entenderse. El Chinito de Monterrey le cortó a su tocayo la densa coleta torera. Coleta de verdad, entrecana, frondosa, que para ocasión tan solemne todo tenía que ser auténtico. Al homenaje se unieron alternantes y cuadrillas. Las notas de Las Golondrinas discurrían dulcemente. Nadie quería que aquello terminara. Por fin, la fatiga venció al éxtasis. Pero el recuerdo de aquella tarde sigue acelerando el ritmo de muchos corazones. Tantos como reunió esa tarde la Plaza México. Menos los que a esta hora habrán dejado de latir. 

Un gran Solórzano. 

Muchos años antes, el 10 de abril de 1949, Luis Procuna, figura del momento, había engalanado con su nombre el cartel de despedida de Jesús Solórzano Dávalos, artista grande de la época de oro. Hoy, otro Jesús Solórzano prestaba su participación y su clase señorial al adiós del Berrendo de San Juan. El nuevo Rey del Temple empezó por bordar poéticamente la verónica. ¡Qué lanceo el suyo para saludar la encastada nobleza de “Billetero”, un cárdeno plateado muy en Zotoluca que sería el toro de la tarde, pura bravura a la mexicana! Y si la faena de Jesús resultó tan bella como corta sería porque invitó a quites a sus dos alternantes. Para que, tras unas orticinas de gala de Chucho --con posterior felicitación del Orfebre Tapatío a través de la prensa--, nos recreáramos con la chicuelina luminosa de Luis y aplaudiéramos la muy alegre de Cavazos. Jesús, en otro rasgo generoso, le cedió banderillas al torero que se iba, y ambos se lucieron con los palos, a cambio de restarle muletazos a “Billetero”. Por eso la faena tuvo que ajustarse a las menguantes energías del cárdeno. Muleteo exquisito, de una finura, una elegancia y un temple deslizado marcadamente solorzanistas. Pinchó una vez. Aun así, la oreja no la protestó nadie. Con el otro suyo –“Heraldo”, otro buen toro--, Chucho, más breve aún, mantuvo el mismo tono triunfal. Lo llamaron a dar la vuelta al ruedo y se hizo acompañar por el ganadero, que había enviado seis zotolucas finos y nobles como ellos solos. Naturalmente, el gozoso homenaje lo compartió con Procuna e incluso con Eloy Cavazos, que había prometido un toro de obsequio. 

Pero ni éste –de Javier Garfias—ni los de su lote resultaron propicios. Y Eloy vio transcurrir, empeñoso pero sin poder alzarse con el triunfo, una tarde histórica. 

Recortes para la memoria. 

Escribió Manuel Horta: “No recuerdo, en mi larga vida de aficionado y de cronista, una ovación tan larga, tan cariñosa, tan conmovedora como la que ayer tributó el gentío a Luis Procuna, a quien recibió con flores, confeti y serpentinas, al partir plaza, y después de su último toro, se le entregó en manifestaciones indescriptibles… Procuna tuvo altibajas, contrastes profundos, triunfos de locura y fracasos lamentables, pero mantuvo su extraordinaria personalidad y dejó grabadas en los anales taurinos faenas inolvidables. Y ayer nos sorprendió con una de las mejores de su carrera, engarzada con ritmo, arte, luminosidad y temple ante “Caporal”, el cuarto ejemplar del ingeniero Mariano Ramírez, número 160.” (Excélsior, 11 de marzo de 1974). 

Escribió Carlos León: “Si bueno fue “Brillantito”, el penúltimo de su carrera, excepcional fue “Caporal”, con el que epilogó su luminosa trayectoria. El toro soñado para irse a lo grande, cuajando uno de sus personalísimos trasteos, con esa infinita variedad de suertes que dieron tono alegre y distinto a sus faenas. Los aficionados nuevos, que no habían alcanzado la época de oro, apenas salían de su asombro… Muy justas las orejas y el rabo concedidas a Luis, que hasta el último aliento de su vida torera, bañado en lágrimas, despedido con una ovación interminable, se fue de los ruedos heroicamente, escribiendo una página memorable, una tarde de torero de los pies a la cabeza.” (Novedades, ídem). 

Escribió “Jarameño” (Antonio García Castillo): “A las cinco y dieciocho minutos de la tarde, sobre la arena de la Plaza México, dobló “Caporal”, el último toro en la vida taurina de Luis Procuna… Diez minutos después, aún continuaba la ovación. Una ovación en la que se conjugaron el sentimiento por el torero, que tras una gloriosa carrera se iba de los ruedos; la admiración y entrega de quienes lo vimos y de quienes no lo habían visto, y la entrega cabal al hombre que supo despedirse con suprema elegancia torera, volviendo a dar todo, para reafirmar el lugar que alcanzó en la Fiesta.” (Ovaciones, ídem). 

Escribió Manuel García Santos: “Se iba de los toros Luis Procuna. El público –que lo aclamó tantas tardes—llenó la plaza... Y en su segundo toro, “Caporal”, que salió abanto y se frenaba al principio, mejoró su actuación con el capote, que ya era extraordinaria. Pidió el cambio de tercio al ver que doblaba el toro las manos y brindó desde los medios de la plaza. Toreó por alto y por abajo. Se cambió la muleta de mano por la espalda. Ligó afarolados. Volvió a recordarnos su creación de la sanjuanera. Toreó mirando al tendido y ligó en un palmo las manoletinas. El público seguía la faena con emoción y entusiasmo, y las dianas y ovaciones subrayaban la faena. Pinchó dos veces. Cobró media estocada buena y, al doblar el toro, la ovación se convirtió en apoteosis. Se le concedieron las orejas y el rabo del toro. Dio varias vueltas al ruedo. Solicitó la presencia de sus alternantes y la lidia se suspendió por un rato… El Soldado –su padrino de alternativa—salió a cortar la coleta de Luis entre una nube de toreros, fotógrafos y aficionados que irrumpieron en la arena. Procuna, entre abrazos, felicitaciones y atronadores gritos de entusiasmo fue a buscar la ganadero. Luego besó la arena, abrazó simbólicamente a todo el público y se retiró entre lágrimas al callejón… una efemérides gloriosa”. (El Sol de México, ídem). 

Escribió José Alameda: “Fue un maestro del toreo por alto y un rey de la “espantada”. Pero ni se pareció a nadie, ni tiene antecedentes en el toreo mexicano. Si acaso en el español… con el claroscuro de Rafael Gómez “El Gallo” o de Joaquín Rodríguez “Cagancho”. Ah, pero Procuna ha sido siempre mexicanísimo. No con el mexicanismo charro, campirano y cinematográfico de la estampa demasiado consabida, sino con el mexicanismo de la ciudad, el sabroso mexicanismo popular de la barriada, que siempre parecieron acaparar los boxeadores, ése que rescató para el cine el genio de Mario Moreno “Cantinflas”, y para el toreo la gracia sin par de Luis Procuna.” 

Sí. Esa tarde, Procuna clausuró, entregado a sí mismo y a su público, una época sentimental y fundamental del toreo. Huérfano también hoy de la hermosa literatura taurina de entonces. 

1 comentario:

  1. M A G N Í F I C A reseña de una despedida verdaderamente memorable y de un tributo sincero que mereció el inigualable Berrendito. "¡Torero!" como tantos le conocimos algo de cerca a través de su casi patentada película (mi papá sí le vio durante los años fuertes de Procuna, años vivos de vicisitudes profesionales y permanentes). ¡Qué emoción la de esa tarde que Vd. y demás periodistas han plasmado en sus articulados comentarios! Sabor taurino, color Procuna. ...Mil gracias Sr. Reyes Ibarra por evocar aquí este recuerdo. He disfrutado mucho la elocuencia con la que explaya y subraya la gracia de este diestro, amigo de Manolete y de tantos y tantos toreros de época, de tantos aficionados que entre olés y rechiflas, lo quisieron de corazón. Lástima del final triste y trágico que sufrió junto con su esposa en aquel accidente aéreo. De nuevo, muchas gracias. Felicidades // Atte., Torotino

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