miércoles, 1 de abril de 2020

COLOMBIA. MARINO FRANCO - OBITUARIO / por Jorge Arturo Díaz Reyes


En estos días tristes cuando todas las muertes parecen atribuirse a la pandemia, él se murió de otra cosa. El pasado lunes, a las cinco en punto de la tarde, impasible como en los toros, apuntillado sin aviso por un infarto fulminante. Le lloro, era mi compadre, mi amigo querido.

El aficionado impasible

Cali 31 de marzo 2020
El día que Curro Romero cruzó a verónicas el ruedo de la Maestranza, él estaba ahí. El día que César Rincón murió y resucitó en Palmira, él estaba ahí. El día que Pepe Cáceres indultó a “Soydeseda” en Cali, él estaba ahí. El día que no pasó nada en cualquier plaza también estuvo ahí.

Los aficionados gustan de contar su vida por corridas. La de Marino se compuso de muchas, pero nunca las contó. Dejaba que sus amigos las contaran por él. Era distinto. Abierto, dicharachero y afectivo en todo menos en el toreo. Del “va toro” al arrastre, se concentraba, introvertido, devoto, silencioso. Jamás le oí gritar un ole ni proferir un insulto. Su infalible presencia se hacía tácita.

Incluso en la tertulia taurina era parco, de cuando en vez una frase, generalmente certera, y no más. Como cuando cortó aquella discusión atascada en que si con tan poco trapío la faena premiada valía... “Hoy en todas partes, tras el tercer pase ligado nadie se fija si el toro tiene pitones o no.”

Nunca dejó ver partidismos, ni siquiera preferencias, por toreros ni por ganaderías. Sin decirlo y quizá sin saberlo compartía el credo de Marcial Lalanda: “Yo no soy de ningún torero soy del toreo.”

No parecía disfrutar ni sufrir las faenas, su introspección era tal, que quienes no le conocían bien se preguntaban injustamente si en verdad iba por afición o solo por hábito. En Cañaveralejo, su plaza, de la cual fue accionista, múltiple abonado e infaltable a su palco de callejón (en la exacta contra querencia), se le veía siempre inexpresivo al fondo de la suerte, de varas.

Sí, era distinto. A cambio de corridas marcó su biografía con infinidad de minúsculas hazañas y pequeñas glorias extra taurinas. Es imposible no recordarlo en ellas, con gusto, alegría y carcajada.

En estos días tristes cuando todas las muertes parecen atribuirse a la pandemia, él se murió de otra cosa. El pasado lunes, a las cinco en punto de la tarde, impasible como en los toros, apuntillado sin aviso por un infarto fulminante. Le lloro, era mi compadre, mi amigo querido.

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