miércoles, 1 de abril de 2020

MÉXICO. Historia de un cartel: Silveti, Tirado, y Camino / por Carlos Horacio Reyes Ibarra



Camino y otros dos. La terna del 31 de marzo de 1963 la completaron Juan Silveti y José Ramón Tirado, pero en los hechos, se asistió a un memorable monólogo caminista.


Historia de un cartel.- Alcalino
Carlos Horacio Reyes Ibarra
Conforme pasa el tiempo y el toreo prosigue su andadura, más se arraiga en mí la convicción de que la tarde de Paco Camino y los berrendos de Santo Domingo representa la mayor eclosión de maestría, creatividad y decisión reunidas en un torero en absoluto estado de gracia y en posesión del grado más alto de sus facultades taurinas y morales. Me baso en las muchas dificultades que el sevillano tuvo que vencer –y lo hizo con una fuerza de convicción formidable--, frente a un lote con todas las características de lo que la cátedra ha denominado toros para “lidiar y matar”, en oposición a los considerados ideales para el toreo, que son los que normalmente dan lugar a obras memorables. Una certificación de este aserto es que, a partir de tan gloriosa fecha –31 de marzo de 1963, en El Toreo de Cuatro Caminos--, el nombre de Francisco Camino Sánchez quedó incorporado, por unanimidad, a la corta lista de diestros españoles consentidos del público de México. Por encima de lo poco que, proporcionalmente, toreó en nuestra capital, incluidos en ese poco algunos descalabros que para nada afectaron dicha apreciación.

Y eso por no hablar de la fama de artista indolente que cierta crítica hispana le ha colgado “al mejor torero de la época de El Cordobés” (Manolo Chopera dixit). 

La decena mágica de Paco Camino. Cubría Camino, en buen tono pero sin extralimitarse, su segunda campaña invernal entre nosotros. En la México había confirmado alternativa cambiando oreja por cornada (16.12.62), y cuando reapareció, le cortó el rabo –único suyo en Insurgentes—a un toro de regalo de Mariano Ramírez, “Novato” de nombre (27.01.63), si bien más limpia y artística fue su faena de oreja a “Tamborero” de Valparaíso (17.02.63), en el transcurso de una temporada en que los triunfos más resonantes se los repartieron José Huerta, Manuel Capetillo y el sevillano Diego Puerta, una refrescante novedad para la afición mexicana. Al trasladarse por la misma empresa la serie de corridas a Cuatro Caminos, tuvo Paco dos tardes simplemente buenas, como varias más en distintos cosos de la república. 

Para el 21 de marzo de 1963, don Nacho García Aceves anunció en El Progreso de Guadalajara “el cartel del siglo”, una corrida de ocho toros de San Mateo para los triunfadores de la temporada: Capetillo, Huerta, Puerta y Camino. El impacto rebasó las fronteras del país y atrajo numerosos aficionados de fuera al repleto coliseo tapatío. A última hora, un percance de Puerta en Bogotá obligó a la empresa a sustituirlo con Joaquín Bernadó, que se comportó a la altura y cortó dos orejas, como lo harían también Capetillo y Huerta

Pero Camino salió en plan de arrollarlo todo, y lo mismo con el bicho propicio, su primero, que con el correoso y huidizo octavo, sublimó el toreo y les cortó todo lo cortable, es decir, cuatro orejas y dos rabos. El festejo se transmitió por televisión y su efecto fue conmocionante, incluso entre gente no aficionada.

El miércoles siguiente  –marzo 27— estaba anunciada en El Toreo la corrida benéfica de la Oreja de Oro con tres ases mexicanos –Capetillo, Silveti y Huerta— y tres españoles –Bernadó, Camino y El VIti--. De estropearnos la noche se encargó un encierro aletargado e minusválido de Coaxamaluca –el trofeo tuvo que declararse desierto--, y de engrandecerla hasta el paroxismo el faenón por naturales que le bordó Camino a “Catrín” de Pastejé, toro de obsequio. Pocas veces se habrá visto conducir una embestida noble y codiciosa con tan personal plasticidad y un temple tan armónico y, al mismo tiempo, tan arrebatado. Dos pinchazos redujeron los premios a una oreja, pero el de Camas fue aclamado frenéticamente por la extasiada multitud que llenaba la plaza de Cuatro Caminos. Y que quedó convocada para hacerse presente el domingo próximo, pues allí mismo se anunció que el cartel de seis berrendos de Santo Domingo lo encabezaría Paco.

Camino y otros dos. La terna del 31 de marzo la completaron Juan Silveti y José Ramón Tirado, pero en los hechos, se asistió a un memorable monólogo caminista. A Juan lo hostilizó la gente desde que lo notó indeciso ante un abreplaza soso, para estimar después que la picante bravura del cuarto había estado por encima de su matador. Pero la peor pita fue para el mazatleco Tirado, completamente inhibido ante un buen par de bureles, incluido el quinto, “Marquesito”, que fue, con mucho, el toro de la tarde. Para éste y para “Andasolo”, el segundo de Juan, se pidió y obtuvo el arrastre lento.

Con “Gladiador”. Pero el público estaba deseando ver otra vez al de Camas y Paco no se hizo esperar. Poco importó que su primero fuera un animal con pocas ganas de pelea, áspero, rajado y reservón, porque el sevillano, que lo había lidiado y analizado concienzudamente durante los dos primeros tercios, lo cercó en tablas con un celo increíble y, a pecho descubierto, cruzándose siempre, la muleta en la izquierda y la decisión y el poderío a tope, lo fue obligando a embestir e incluso a repetir sobre aquella muleta-imán hasta ligarle una faena de escándalo, menos por una limpieza impoluta materialmente imposible que por el valor y la maestría desplegados hasta redondear una obra magistral que nadie hubiera sospechado previamente. El estoconazo fue letal y se otorgaron dos orejas inobjetables.

“Traguito” o la apoteosis. Cuando asomó “Traguito”, el berrendo en negro aparejado, botinero y rabicano destinado a cerrar plaza, la expectación ya anunciaba algo grande. Y los salados lances de recibo del camero, rematados con una rebolera de gran lentitud y lujoso vuelo, desataron los primeros rugidos. Tras un  tumbo en su primer encuentro con el caballo “Traguito” recargaría con fuerza, antes de salir suelto. Como suelta quedó una punta del capote de Camino, malogrando la segunda chicuelina de su quite de tanto ceñirse. Distrajo a la gente un espontáneo, sus forcejeos con la policía y, por intervención del espada en turno, su ágil fuga hacia el tendido. Lo que le estaba urgiendo a Paco era coger muleta y estoque, y comprobar el ímpetu de un animal de embestida fuerte y calamochera, y con clara tendencia a la huida. El de Camas, que lo había tomado cerca de tablas, tanteando primero y obligándolo a seguir una primera tanda de circulares finísimos, le echó de pronto la muleta bajo el hocico y, arrastrándola suavemente, sobre piernas e inclinado, para mejor medir y dominar la incierta embestida, obligó a ”Traguito” a humillar, y lo  fue jalando despacito como con un cordel hasta el centro del anillo para erguirse allí en un pase de pecho monumental. Todo con la mano zurda, base de su inmensa faena. Inmensa por la entrega, la hondura y el total dominio. El berrendo protestaba punteando a  veces el engaño, pero ya no pudo escapar al embrujo de aquella muleta prodigiosa, que lo retuvo en los medios mientras gobernaba a voluntad su embestida y hechizaba a la plaza con su arte. 
Faena larga y redondísima, melancólicamente acompañada por las notas de Las Golondrinas, pues Paco volaba a España al día siguiente. Como final, media estocada atacando con la misma fe puesta en el genial trasteo. Dobló “Traguito” e indebidamente se le premió  con una absurda vuelta al ruedo.

 Pero nada importaba ya. Nada que no fuera homenajear al colosal artista que acababa de redondear una tarde para la historia, inmortalizando su nombre junto a los de dos complicados cuatreños de pelo berrendo. Se le contaron hasta siete vueltas al ruedo, primero a pie, luego en hombros, nuevamente a pie y otra vez en andas de la enloquecida turba que lo sacó así a la calle.

Emoción mata descripción. Revisando los distintos testimonios escritos de la hazaña, es notoria la ausencia descriptiva de lo visto, sustituida por unánimes explosiones de entusiasmo. Carlos León, el caminista número uno entre la crítica taurina nacional, habla de que “Los lidiadores se habían dividido siempre en tres categorías: los dominadores, los artistas y los valientes. Pero de pronto, en este chaval milagroso se funden las tres cualidades. Y, junto a una sapiencia increíble, surge el primer artista de valentía espartana, sin perder por ello un ápice de su calidad estética” (Novedades, 1 de abril de 1963)

En poco difiere lo escrito por Bernardo Fernández “Macharnudo”: “Al hablar de las épocas del toreo habrá que separar, con el nombre de Francisco Camino Sánchez, lo que ocurrió antes de su advenimiento a la fiesta y lo que venga después de que este milagro hecho torero deje la profesión… ¡Qué manera de mandar en el toro, qué forma de meterlo en el engaño y qué forma de aprovechar, luego, las embestidas, sin dejar a la fiera hacer otra cosa que plegarse a la voluntad y el arte del chiquillo!” (Esto, ídem). Y en un tono muy semejante se expresó Cutberto Pérez “Tapabocas”: “De azul celeste y oro iba vestido Paco Camino esta tarde del 31 de marzo de 1963, para torear la última corrida de su triunfal temporada… si ya le habíamos visto faenas asombrosas, amalgama de sabiduría y estilo… las de los berrendos de Santo Domingo “Gladiador” y “Traguito” fueron como un sueño del que todavía no despertamos.” (Ovaciones, ídem).

Trayectoria. Decía que Paco Camino toreó muy poco ante el público de la capital. 10 tardes en la Plaza México –cuatro en la temporada 1962-63, cinco en la 63-64 y su fallida despedida del 1 de abril de 1978--. Cortó en total cinco orejas y un rabo y ganó la Oreja de Oro de 1964. En El Toreo 14 corridas: siete en 1962 (cuatro orejas), cuatro en 1963 (cinco orejas y un rabo) y tres en 1964 (nada).  
Y con eso tuvo para pasar a la historia de la fiesta en nuestro país.            

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