lunes, 25 de mayo de 2020

Pedrés: maestro y señor / por Paco Cañamero


Hoy, cuando el maestro Pedrés atraviesa unos momentos tan difíciles de salud, vaya este brindis a su persona con el sombrero de mi admiración.

Pedrés: maestro y señor

Paco Cañamero
Glorieta Digital / Salamanca, 24 mayo, 2020O
Siempre brindo con el sombrero de la admiración por el Pedro Martínez ‘Pedrés’. Por la figura manchega a quien guardo máximo respeto por la caballerosidad de la que hace gala y con quien disfruté de tertulias para enmarcar en su casa ganadera de Los Labraos, por tierras charras rayanas con Portugal. Vaya este particular brindis a su persona.

A Pedro Martínez ‘Pedrés’, maestro de verdad -ganado por su torería y valor- y fuente de sabiduría de los toros y de la vida, era un placer escucharlo mientras desenvolvía los pasos de su camino para recordar su vida artística. De la que protagonizó durante las pasadas décadas de los cincuenta y sesenta cuando, con dos idas y venidas incluidas, se alzó al pedestal de la Fiesta en esa época de excelentes toreros, logrando que su nombre brillase con luz propia.

Pedrés, dependiente de comercio en sus años jóvenes, siguió la estela de otros mozos de la época para cambiar el sino de su vida a través del camino del toro al descubrir el éxito social y económico de los toreros. Esa razón impulsó a aquel chaval albaceteño a sumergirse en la magia de ese mundo, entonces influido por el eco de la reciente muerte de Manolete, del poder de Domingo Ortega, de la torería de Pepe Luis, del poderío de Luis Miguel, del capote de Manolo Escudero, del valor espartano de Chicuelo II

Con su listeza natura pronto asimila la lecciones y no pasa desapercibido en los ambientes taurinos, pasando a formar muy pronto una impactante pareja con Montero (en ocasiones con añadido del también manchego Chicuelo II) propiciando tal eclosión que hasta se fletan trenes especiales para ir a verlos torear. El extraordinario ambiente novilleril que protagoniza pronto da otro paso tras el debut en Madrid en 1952, saldado con un triunfo grande. A partir de ese instante se le empareja con otro novillero que tiene enamorada a Las Ventas. Con el salmantino Emilio Ortuño ‘Jumillano’, para formar una pareja sensacional que hace vibrar a Madrid jueves y domingos.

A final de esa temporada, Pedrés, toma la alternativa y durante tres años se mantiene arriba sumando infinidad de triunfos en todas las plazas de España, Francia y América. Es esa época viaja con frecuencia al campo de Salamanca y allí hace amistad con dos grandes ganaderos de esa tierra, Atanasio Fernández y José Matías Bernardos, el célebre Raboso. Por entonces compra la finca Los Labraos, cercana a la frontera de Portugal y de Martihernando -propiedad de Atanasio Fernández-.

En tal breve espacio de tiempo, el maestro consolida su nombre en los ruedos y a final de 1955 decide retirarse. Durante esos cinco años frecuenta el campo casi a diario, tienta en todas las casas ganaderas del Campo Charro hasta que, incluso, logra cambiar su interpretación por una más pura y templada, animándolo todos sus amigos para que vuelve a descolgar el chispeante de luces. Lo hace en 1960 por dos temporadas y tras otra de descanso, en 1963 decide regresar a los ruedos. Es su reaparición soñada al torear 69 corridas –muchas de ellas con El Cordobés, del que es padrino de confirmacion de alternativa- y consigue el hito de triunfar en Sevilla con una corrida de Urquijo y salir por la Puerta del Príncipe. Sin olvidar un legítimo éxito en el San Fermín de 1964 al desorejar un cornalón toro el Conde de la Corte. Aquella última vuelta fue el el broche de oro a una gran carrera que puso fin en Hellín rodeado de los aficionados de su tierra, siempre orgullosos de Pedrés.

Junto al Cordobés, tan vinculado a él en su última etapa en activo.

Desde entonces se adentró en el siempre difícil mundo de los negocios para lograr triunfar a lo grande. Hoy, al cargo de florecientes negocios de gasolineras en distintos puntos del país, también cría toros en su finca salmantina de Los Labraos, sin olvidar que en alguna época hizo sus pinitos como empresario taurino y también ayudó siempre a quien se acercó a él. Desde su paisano Dámaso González, tan unido a él; a Julio Robles, que un día le pidió que lo apoderase y Pedrés se lo recomendó a sus amigos, los Camará, quienes se hicieron cargo de él y de su mano llagaron los grandes éxitos de Julio en Valencia; a gente como El Soro o más jóvenes, entre ellos Javier Castaño y su hermano Damián, quienes han sido una debilidad del maestro; junto a otros muchos que en Los Labraos encontraron confianza y consejo sabio del viejo maestro de Albacete.

Allí, con la simiente adquirida a Pepe Raboso, disfruta de una afición ganadera que le ha dado tantas alegrías. Y junto a la ganadería están a su lado los recuerdos de una vida ganados con el arte, el valor y también su sangre. La de un gran torero albaceteño que destacó en una importantísima época y ahora, siempre abrazado a su señorío y rodeado de su querida familia, es una leyenda vida de la Fiesta.

La leyenda de un hombre que invirtió parte de los dineros logrados con su arte en los ruedos en tierras de Salamanca -fincas, gasolineras, supermercados, locales…- y, desde entonces, sus decenas de empleados lo admiran y quieren -eso es por si solo una definición del afecto que se supo ganar-. Porque además de ser el jefe ideal es amigo y protector de ellos. Y todo gracias a ese manchego que durante años vivió en Ciudad Rodrigo ganándose el respeto y confianza de sus vecinos, al igual que también el resto de los ganaderos y profesionales de Salamanca. Hoy, cuando el maestro Pedrés atraviesa unos momentos tan difíciles de salud, vaya este brindis a su persona con el sombrero de mi admiración.

PD: A pesar de que el maestro Pedro Martínez ‘Pedrés’ dio tanto a la provincia charra, donde ha vivido desde hace casi sesenta años, ayudó y dio trabajo a quien se lo pidió, sin olvidar los importantes negocios que promovió, en esa provincia jamás tuvo el reconocimiento que se merecía -solamente el Bolsín Taurino le tributó un homenaje hace años-. Cierto es que se trata de un hombre sobrio y ajeno a las algarabías, pero independientemente de eso es digno merecedor de una consideración por sembrar tanto por Salamanca, siempre alzando con orgullo a los vientos la bandera taurina.

El maestro Pedrés es admirado allá donde está.

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