domingo, 10 de mayo de 2020

Una plaza con cien mil espectadores / por Paco Delgado


Durante mucho tiempo se tuvo al festejo en el que tomó la alternativa Agustín Parra “Parrita” como el más triunfal que nunca se hubiese celebrado. Y también se consideró aquella función como la corrida de toros a la que más público acudió nunca; si hubiese que hacer caso a todos los que dijeron que estuvieron presentes en la plaza aquella tarde, el coso de Monleón hubiese tenido capacidad para cerca de cien mil aficionados…

Una plaza con cien mil espectadores

Paco Delgado
Avance Taurino. 9 mayo, 2020
Pero lo bien cierto es que el espectáculo fue todo un éxito -el aforo, efectivamente, se colmó- y el resultado artístico apabullante, puesto que se cortaron doce orejas, cuatro rabos y ¡dos patas!.

Fue en Valencia el 9 de mayo de 1945 y aquel día tomó la alternativa Agustín Parra “Parrita”. Su padrino fue  Manuel Rodríguez “Manolete”, y el testigo Carlos Arruza, dos fenómenos del torero, en pleno apogeo en aquel momento, lidiándose toros de Galache

“Cidro” fue el que le cedió Manolete para convertirle en matador y ya encarriló el marcador paseando las dos orejas de su primer toro como doctor en tauromaquia. Y otras dos se llevó del sexto. Manolete se llevó las dos orejas y el rabo de su primero y hasta la pata del cuarto, en tanto que Arruza obtuvo las dos orejas, el rabo y una pata del tercero y otras dos orejas y rabo del quinto.

También fue aquella la primera vez que Manolete y Arruza torearon juntos. Las relaciones entre los dos toreros eran bastante frías y más bien distantes, propias de la competencia existente entre ellos.

Y ocurría prácticamente lo mismo con sus respectivos apoderados, José Flores “Camará” y Andrés Gago. Alegre y Puchades, por entonces empresarios de la plaza de Valencia, aprovechando la presencia de ambos diestros en la ciudad, organizaron la víspera de aquella corrida una paella en los mismos corrales de la plaza y cocinada por el popular mayoral de la misma, Vito. Se invitó a los dos espadas por separado y sin decirles que venía el otro, para evitar suspicacias y rechazos.

Pero, superada la sorpresa inicial y la tensión del encuentro, Manolete y Arruza congeniaron enseguida, hicieron muy buenas migas y se convirtieron en amigos aunque siguieron siendo rivales en el ruedo.

Al finalizar la comida, comentando lo que había sido la anterior feria de abril de Sevilla, decidieron ir a un cine para ver en el  No-Do el resumen de aquellas corridas y se fueron hacia el Olympia, acompañados por, dicen, unos tres o cuatro mil aficionados que aguardaban en las puertas del coso para ver, aunque sólo fuera de lejos, a sus ídolos, causando un revuelo mayúsculo cuando apareció en la sala aquella gigantesca comitiva encabezada por los dos toreros más famosos del mundo en aquel momento.

Joaquín Mompó “Camiserito”, banderillero durante muchos años a las órdenes de Santiago López y luego profesor y director de la Escuela de Tauromaquia de Valencia, tenía diez años cuando presenció aquella corrida: “Yo la vi junto a mis amigos de entonces, Paquito Calvo, Marchenita, Manolillo de Valencia, que luego serían también toreros, y nos fuimos a la plaza a la hora del sorteo y ya nos quedamos dentro, escondidos en un hueco que había tras el palco de la presidencia. Allí estuvimos hasta las cinco, que empezó la corrida y ya nos subimos a una naya para buscar un sitio. La plaza estaba llena a reventar. Recuerdo a Manolete muy serio, como era él, con esos parones que puso de moda ante el toro, y a Arruza, que también llevaba un vestido claro. Y a Parrita, que luego fue amigo mío, muy alto, pero que toreaba muy bien. La gente se volvía loca con lo que hacían los toreros, se rompía las manos aplaudiendo. Luego, tras la corrida, fui al hotel donde se alojaba Arruza, acompañando a quien años más tarde sería mi suegro y en cuya tienda trabajaba yo entonces como aprendiz. Fuimos a llevarle unas camisas al torero, y me impresionó lo pálido que estaba. Pero fue una tarde que no olvido, claro. Y luego, con el paso del tiempo, con todo el que hablabas te decía que él había estado presente en aquella corrida”.

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