(Foto: Paco Mora)
O sea, que lo de Rodríguez Uribes no es nada nuevo, no en vano en materia de fe se dice que hay más gozo en el Reino de los Cielos por la llegada de un converso que por la de cien justos.
A chufla lo toma la gente...
Paco Mora
Pablo de Tarso solía perseguir con saña a los cristianos, pero un día, camino de Damasco, una luz cegadora lo derribó del caballo y cuando se levantó era otro hombre. Abrazó la fe de Cristo, escribió uno de los Evangelios e incluso fue santo y creo recordar -escribo de memoria- que sufrió martirologio en Roma. O sea, que lo de Rodríguez Uribes no es nada nuevo, no en vano en materia de fe se dice que hay más gozo en el Reino de los Cielos por la llegada de un converso que por la de cien justos. Lo que ocurre es que mientras Pablo, en su nueva vida de cristiano y uno de los padres de la Iglesia junto a San Juan y San Pedro, perseveró profundizando en su nueva fe, el converso Uribes zigzaguea en la suya más que las luciérnagas en los trigales manchegos en la oscuridad de las noches primaverales. Lo cual da como resultado que falle más que una escopeta de caña y se le escape el gazapo de su antigua creencia al menor descuido. Vamos, que se pone a hablar de las cosas del toreo y se le nota que se esfuerza por cambiar de música pero la letra continúa siendo la misma.
Lo de las subvenciones estatales al personal que trabaja en el mundo taurino es algo que todavía no ha asimilado y a la mínima insinuación al respecto, pone pie en pared y mira para otro lado, en un alarde de voluntariosa distracción sobre el tema. Ahora, después del zasca que propinó a Hamilton por su descremallerado ataque al toreo, tal parece que alguien le ha insinuado que se pasó de rosca en la respuesta al correcaminos con motor y ha hecho una serie de puntualizaciones, que vienen a ser un “sí pero no” que devalúa lo que en principio parecía una valiente y decidida defensa de la Fiesta. Que nadie se llame a engaño, el ministro continúa estando a una prudencial distancia del toreo para evitar quemarse con la cercanía ni helarse con la lejanía.
Pero, pese a todo, a mí el excelentísimo señor ministro me cae de cine. Con su gran humanidad me recuerda a aquellos grandes varilargueros del siglo XIX, piezas fundamentales de la lidia, tales como el legendario Brazofuerte, capaces de templar la embestida de aquellos toracos, sin dejarles llegar a la barriga de los famélicos equinos sin peto. ¿Qué vamos a hacer si, como al Piyayo, “a chufla lo toma la gente y a mí me causa un respeto imponente...”?
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