Manuel Laureano, recién bautizado, en brazos de su madre Doña Angustias, y junto a su padre el matador Manuel Rodríguez "Manolete" I
Tal día como hoy, 4 de julio de 1917, nace en Córdoba
Manuel Rodríguez "MANOLETE", al que el famoso cronista K-Hito "bautizó" como El Monstruo, resultó ser el primer torero auténticamente moderno que con soberano arte y valor asentó definitivamente las líneas del toreo trazadas ya por Joselito, Belmonte y Chicuelo.
Aquí vemos a El bebé Manuel Rodriguez "Manolete" en brazos de su adorada madre, Doña Angustias, y con su padre, el primer Manolete.
Manuel Laureano Rodríguez Sánchez
Biografía
Manuel Laureano. Manolete. Córdoba, 4.VII.1917 – Linares (Jaén), 29.VIII.1947.
Nieto del banderillero e hijo del matador de toros del mismo nombre y apodo, en su familia hubo otros toreros: José Dámaso Rodríguez Pepete (hermano de su abuelo y muerto en la plaza de Madrid en 1862 a consecuencia de una cornada de un toro de Miura), Rafael Sánchez Bebé y José Rodríguez Sánchez Bebé chico (hermano de su padre). Antes de contraer segundas nupcias, su madre había estado anteriormente casada con Lagartijo Chico, hijo del gran banderillero Juan Molina, hermano del mítico Rafael Molina Lagartijo.
Además, estaba emparentado con otras ramas de toreros cordobeses.
Sobre la fecha de nacimiento de Manolete hay discrepancias: unos autores la sitúan en el día 4 y otros en el 5, ambos del mes de julio de 1917. A la primera fecha se apuntan, entre otros, Cossío, Narbona, Serrano Romá, José Luis de Córdoba, Soto Viñolo, Paco Laguna y Juan Ferragut, en el suplemento extraordinario editado por el diario Marca con motivo de su muerte. Especialmente interesante son estos dos últimos, pues citan el libro de bautismo. Literalmente, Ferragut dice: “En el libro número 28 de Bautismos de la Iglesia Parroquia de San Miguel, de Córdoba, está inscrita la partida de bautismo de un niño que nació a la una y media de la madrugada del día 4 de julio, en la casa número 2-A de la calle Torres Cabrera”.
Partidarios del día 5 son Don Ventura y Daniel Tapia; Néstor Luján, por su parte, sólo ofrece el año.
La figura de Manolete ha traspasado las fronteras de lo estrictamente taurino. Su magnética personalidad, su gloriosa trayectoria en los ruedos y su dramática muerte en Linares le convirtieron en un mito, y así sigue en la memoria colectiva de los aficionados. Manuel Rodríguez es el torero sobre el que más libros se han escrito (cerca de doscientas monografías y numerosos artículos), además de filmarse alguna película.
Como torero, Manolete fue el precursor de muchas de las formas técnicas y estéticas que predominarían en la tauromaquia contemporánea.
Según Néstor Luján, en una cita extensa pero extremadamente esclarecedora, “Manolete fue un gran muletero y el mejor estoqueador, sobre todo en lo que a estilo se refiere, entre los grandes toreros artistas de los últimos tiempos. Su arte es elegante y clásico en el sentido estético de la palabra. Fue un clásico esencial, porque en su toreo hizo de la elegancia una necesidad.
Su estilo fue de un equilibrio absoluto entre sus fascinadoras posibilidades plásticas y sus conocimientos técnicos. Todo lo cual había llegado a una madurez total, insuperable. Si Joselito llegó a ejecutar a la perfección todo el estilo antiguo de torear, Manolete toreó perfectamente, impecablemente, al modo moderno.
Su estilo quedará porque era algo que estaba ya muy por encima de su personalidad; su mérito ha sido crear un estilo y ejecutarlo luego de una manera despersonalizada, sin apoyarse en la fácil sugestión de su persona y de su gesto. Ejecutaba mejor que nadie todo lo que él había inventado, no sólo porque lo había inventado él, sino porque lo ejecutaba con las premisas que había impuesto, sin falsearse a sí mismo. Es clásico en el sentido de que nada sobra en él”.
El crítico César Jalón Clarito escribió en el diario Informaciones, en un testimonio recogido por Narbona, una profunda semblanza sobre la personalidad y sobre el fondo del diestro cordobés: “Manolete, como Belmonte, trajo al arte de los toros, en lo estético, su impresionante transfiguración a la hora de ejecutar. Y en lo técnico, un avance en el terreno de ejecución, que ya en el trianero parecía inverosímil, y una nueva manera para sortear y despedir el peligro del nuevo atolladero en que su genio lo constreñía o encerraba. El cordobés, que no era robusto como un Pedro Romero; ni guapo, como Reverte; ni apuesto, como Lagartijo; ni esbelto, en la medida proporcionada de Fuentes, acertaba, en lo más arriscado de su toreo, y gracias a su valor digno y sereno a mantener solemnemente la figura, envuelta en un halo de hierática majestad. Y a mantener, con un dominio insuperable, pareja de la naturalidad de la figura, la naturalidad en la norma, dentro de una angostura en que nadie hubiese soñado que cabría el toreo al natural...
Jamás un peligro tan inminente se vio vestido, en toda la historia del arte, de tan tranquila corrección ni de tan elegante apostura”.
Sobre su concepto taurino, Narbona escribió: “Manuel Rodríguez incorpora a la herencia belmontina los elegantes retoques de [Antonio] Márquez, las verónicas peculiares e interminables de Gitanillo de Triana y la rotunda eficacia de Domingo Ortega, cuando prodiga el célebre pase por bajo, suavemente, con la derecha, que rompe al toro, aunque no tenga la pinta de ser ‘un castigo’. Manolete lleva a sus últimas consecuencias todo aquel legado”.
Huérfano de padre desde los seis años, y aficionado a los toros desde muy niño, pronto comenzó a recorrer con otros chavales los tentaderos de la zona. Sus biógrafos aseguran que dio los primeros capotazos en 1929 en la finca Lobatón. Sus primeras actuaciones en público tuvieron lugar en 1930, en la Escuela Taurina de la Venta Vargas, y luego en Montilla y en Bujalance.
En 1931 comenzó a torear novilladas; entre otras, el Domingo de Resurrección en Cabra (con la torera Juanita Cruz); en 1933 se incorporó a la parte seria del espectáculo cómico-taurino-musical Los Califas, haciendo el paseíllo, entre otras plazas, en Barcelona y en las francesas de Nimes y Arles. En agosto vistió su primer traje de luces en una novillada nocturna celebrada en Córdoba.
Debutó con picadores el 3 de mayo de 1934 en Écija, y el 1 de mayo de 1935 hizo el paseíllo en la plaza madrileña de Tetuán de las Victorias. Esta es la fecha que ofrecen Don Justo, en la historia que de esa plaza escribió en la revista El Ruedo, y José María Sotomayor, en la relación estadística incluida en la biografía de Narbona, si bien Cossío señala que fue el día 2 del mismo mes y año. Anunciado erróneamente como Ángel Rodríguez, alternó con los mexicanos Liborino Ruiz y Silverio Pérez (que llegaría a ser una gran figura del toreo) y el español Bonifacio Fresnillo Valerito Chico. Fue repetido en Tetuán el día 5, causando de nuevo buena impresión como estoqueador, pero sin lograr triunfar. Tras el estallido de la Guerra Civil, toreó varias novilladas en Andalucía, hasta hacer su presentación en Sevilla el 26 de mayo de 1938, alternando con Gabriel Moreno Morenito de Triana y Juanito Belmonte.
Repitió el 5 de junio (junto a Pepe Luis Vázquez), el 18 de septiembre y el 5 de octubre (alcanzó un gran éxito, de nuevo en compañía de Pepe Luis).
Ya con mucho ambiente (aunque en realidad sólo había toreado treinta y seis novilladas, desde su debut en 1936), tomó la alternativa en Sevilla el 2 de julio de 1939, de manos de Manuel Jiménez Chicuelo y en presencia de Francisco Vega Gitanillo de Triana. El toro del doctorado, de la ganadería de Clemente Tassara, se llamó Mirador, si bien antes había llevado el nombre de Comunista. Confirmó la alternativa en Madrid en la Corrida de Beneficencia celebrada el 12 de octubre de ese mismo año. Marcial Lalanda y Juanito Belmonte Campoy fueron el padrino y el testigo, respectivamente, de la ceremonia. También intervino, en esta ocasión como rejoneador, Juan Belmonte (padre). El toro se llamó Tejón y pertenecía a la vacada de Antonio Pérez. Manolete cortó una oreja del segundo de su lote, y no dos y rabo del primero, como erróneamente escribe Narbona en la página 82 de su biografía. Manuel Rodríguez regresó a la Plaza de Las Ventas el siguiente día 15, en la Corrida de la Prensa. Suspendido por lluvia en el primer toro, antes de que Manolete pudiera intervenir, el festejo continuó dos días después.
Esas fueron las tres primeras corridas de las veintisiete en que actuó en la plaza de Madrid. Según Sotomayor, por número de actuaciones, la lista de ciudades que más frecuentó la abre Barcelona, en la que realizó un total de setenta paseíllos; treinta y cuatro hizo en Valencia y veinte en Sevilla. En las plazas de El Toreo y Monumental de la ciudad de México, en donde tuvo trato de maestro y consideración de ídolo, toreó dieciséis corridas de toros, cosechando grandes éxitos. Entre otras muchas faenas importantes, en la memoria de los aficionados quedó la que en la plaza de Madrid le hizo al sobrero Ratón, de la ganadería portuguesa de Pinto Barreiro, el 6 de julio de 1944 en la Corrida de la Prensa. “Su actuación —se ha escrito en la revista 6TOROS6— no fue un éxito más, por muy importante que fuera, sino que, como señala ron algunos críticos en los días siguientes a la celebración del festejo, ese 6 de julio el toreo dio un nuevo paso adelante. La faena a ‘Ratón’ fue, en realidad, una faena frontera, equiparable a la legendaria que Chicuelo le hizo al no menos legendario ‘Corchaíto’, de Graciliano Pérez Tabernero”.
Al comenzar la temporada de 1940, Manolete estaba ya situado en lo más alto del toreo. Y aunque su nombre resultaba imprescindible en todas las ferias, fue en los años 1942 y 1943 cuando su figura adquiere una dimensión extraordinaria. Puede afirmarse que, a partir de ese momento, no sólo mandó en la Fiesta (y aquí es fundamental la figura de su apoderado, José Flores Camará, antiguo matador de toros), sino que ésta giró por completo en torno a él.
Al año siguiente, en 1944, irrumpe en el toreo español el mexicano (de padres españoles, y sobrino del poeta León Felipe) Carlos Arruza, formándose una de las parejas más importantes de todos los tiempos. “La llegada de Arruza a las arenas españolas —dice Néstor Luján— fue una sorpresa primero, porque nadie conocía el nombre del osado, y luego lo fue por su toreo. [...] El momento psicológico de su aparición es extraordinario. Manolete y Arruza se colocaron, desde el primer momento, frente a frente”. Tras debutar el mexicano en Madrid en 1944, y alcanzar días después un gran éxito en Barcelona, el año 1945 se vivió una soberbia rivalidad entre ambos diestros. Así, de junio de 1944 a mayo de 1946, Manolete y Arruza torearon juntos sesenta corridas de toros.
La importancia de Manolete no residió, en ningún caso, en su número de actuaciones, sino en la calidad e intensidad de las mismas. Y, por supuesto, en la esencia de su toreo y de sus aportaciones. Su estadística, comparada con las de otros diestros anteriores y posteriores, resulta incluso pobre. Sin embargo, muy pocos han alcanzado el peso mítico del diestro cordobés.
Sólo en España, Manolete toreó como matador de toros en los nueve años que pudo estar en activo 450 corridas, divididas de la siguiente manera: en 1939, diecisiete; en 1940, cincuenta; en 1941, cincuenta y siete; en 1942, setenta y dos; en 1943, setenta y cuatro; en 1944, ochenta y nueve; en 1945, sesenta y nueve; en 1946, una (y cuarenta y cinco en América); y en 1947, veinte (curiosamente, las mismas que llevaba José Gómez Ortega Gallito cuando resultó herido de muerte en Talavera de la Reina en 1920).
La revolución manoletista, y así puede denominarse porque indudablemente su presencia en la Fiesta tuvo esa dimensión, estuvo sustentada sobre varios elementos, relativos a su personalidad y a su manera de sentir y ejecutar el toreo. Partiendo de la tradición más ortodoxa, Manolete incorporó a su toreo algunos aspectos que, una vez salidos de sus manos, se agregaron a la tauromaquia contemporánea. Por ejemplo, de Manolete parte la faena moderna en el sentido de la sucesión encadenada de series de muletazos ligados (unidos) unos a otros. Según Néstor Luján, “en la suerte, lleva al toro ceñido, embarcado en el engaño, con la capa o la muleta limpia, los brazos exactos movidos armónicamente, toda la figura en su punto, sin contorsión vacía ni gesto vano. Encadena con un ritmo lento los pases, construye la faena sobriamente, templa y rompe al toro con la muñeca, se adorna poco, con sobriedad y un tanto de desgarbo; con decisión y eficacia. Cita muy en corto y templa y domina; domina, porque tiene el terreno del toro bajo su tenso magnetismo cordobés. Su arte es triste, sin alegría, sin que nunca dé la sensación de que va a ver algo nuevo, de que va a improvisar, de que su faena va a ser algo extraordinario. Cada pase suyo agota la posibilidad de la suerte y la deja cansada para cualquier otro torero.
No es un torero largo de repertorio, pero sí con una personalidad extraordinaria. Su lentitud, su lento pasarse el toro, permite apurar las posibilidades plásticas de la suerte”. Y añade el autor catalán con gran tino: “Manolete realiza la unidad óptica del espectáculo — el ritmo del toro y del torero llevado por la muleta con claridad y fuerza. El juego casi coreográfico del toreo, sin perder la raíz trágica y emocional, lo imprime Manolete a su arte—. La estética de la ausencia de esfuerzo es otra de las aportaciones de Manolete al toreo, y con ello produce una enorme impresión de maestría. [...] Esto es lo que hace de Manolete una extraordinaria figura del toreo”.
En 1945 Manuel Rodríguez rodó varias escenas (unos veinte minutos) para un proyecto de película titulado Manolete, la sinfonía incompleta, del cineasta francés Abel Gance, y que, por falta de fondos, no se llegó a concluir. No obstante, el torero cordobés fue el protagonista de varios documentales, y en su figura se inspiraron varios directores, como Florián Rey (Brindis a Manolete), y, en 2007, Menno Meyjes, en la película Manolete, protagonizada por Adrien Brody y Penélope Cruz.
Situado en la cima del toreo, sobre Manolete cayeron las desmedidas exigencias de los aficionados, tal y como antes había sucedido con Rafael Guerra Bejarano Guerrita, con Gallito, entre otros muchos. En 1946 sólo toreó una corrida en España, y en 1947, el año de su fatal percance, tampoco quiso hacer una temperada extensa. Según Néstor Luján, “la última temporada toreó despechado, con un íntimo descorazonamiento.
Cada vez le costaba más vencer la oposición dura, frontal del público, que le exigía prodigios.
Algo así como Joselito en su última temporada”.
A partir de 1943, en el momento de su máxima fama y gloria, Manolete vivió un sonado noviazgo con la actriz Lupe Sino (Antonia Bronchalo Lopesino), que no fue bien acogido por todos los que formaban su círculo más íntimo. El psiquiatra y escritor Fernando Claramunt escribió en su ensayo Manolete.
Él, y sus circunstancias, lo siguiente: “¿Cómo puede terminar, si termina, el conflicto del hombre situado entre dos mujeres? [...] Manuel Rodríguez no se halla entre las redes de una mujer dominante y otra desinteresada y tierna [su novia y su madre]. Las dos son posesivas, firmes y excluyentes”. En el libro Lupe, el Sino de Manolete (2007), Carmen Esteban ofrece otra versión de la relación entre el torero y la actriz, al describirla como la unión de dos enamorados a contracorriente y fuera de su tiempo, que vivieron su historia de amor sin complejos, libremente, sin hacer el más mínimo caso a las maledicencias de unos y a los desaires de otros, totalmente despreocupados del qué dirán. Y continúa Claramunt: “Para el torero, el poso de amargura y de oscuros sentimientos de culpa con mezcla de rabia impotente y sin salida frente a las actitudes de su madre y del apoderado se espesa con otros ingredientes. La campaña de prensa cada temporada es más feroz. ¿Qué pretenden? ¿Dinero, favores, trato especial? Muy certero es el comentario de K-Hito: ‘Un campaña se prensa agria, fuerte y dura. Acaba de llegar de México y se proponía tomar algún descanso, pero se le niega. Si actúa en los ruedos, es un avaro que aún pretende ganar más; si deja de actuar, es un banquero. Si se le ve de paisano sentado en el tendido, se le insulta. ¡Que baje al ruedo, que baje si se atreve!’”.
Y Manolete, que era un grandioso torero, bajó al ruedo. En 1947, antes de Linares, toreó diecinueve corridas en España y cortó orejas en trece de ellas. Incluida la plaza de Madrid, el 16 de julio, cuando salió por última vez por la puerta grande, tras cortar dos apéndices al toro que lidió en Las Ventas. Tras actuar en el Santander el 26 de agosto, el día 28, festividad de San Agustín, se anunció en la plaza de Linares. Los toros eran de Miura, y sus compañeros Gitanillo de Triana y un joven emergente Miguel Luis González Lucas llamado Luis Miguel Dominguín. Tras realizarle una sensacional faena a su segundo toro, llamado Islero, al entrar a matar resultó prendido por la ingle, sufriendo, según el parte médico firmado por el doctor Garrido, “una herida de asta de toro, situada en el triángulo de Scarpa [...], con rotura de la vena safena y contorneando el paquete vascular nervioso de la arteria femoral [...], con extensa hemorragia y fuerte shock traumático. Pronóstico muy grave”. Al tiempo que comenzaba las primeras curas, los banderilleros le llevaron a la enfermería las dos orejas y el rabo de Islero, un toro de triste recuerdo en la historia del toreo.
Y allí quedaron los apéndices del animal, junto al vestido rosa palo y oro que desgarrado y teñido de sangre reposaba en un rincón de la enfermería.
Traslado al hospital de Linares, y después de hacerle diversas trasfusiones de sangre para contrarrestar la mucha que había perdido, a las cinco y siete minutos de la madrugada del día 29 murió Manolete, el considerado IV Califa del Toreo cordobés. Antes que Manuel Rodríguez lo fueron Rafael Molina Sánchez Lagartijo, Rafael Guerra Bejarano Guerrita y Rafael González Madrid Machaquito; y después de él, fue nombrado Manuel Benítez El Cordobés. En la cama de la habitación número 18 del hospital, Manolete, con un hilo de voz preguntó si había matado bien al toro y si no le habían dado al menos una oreja. Esas fueron, prácticamente, sus últimas palabras.
Su muerte causó una gran impresión y un hondo pesar en la sociedad española de la época. Una vez más, el ídolo había caído en las astas de un toro. Cada 28 de agosto, las plazas de toros guardan un minuto de silencio en memoria de uno de los toreros más grandes de todos los tiempos.
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