jueves, 23 de julio de 2020

El Bernabéu: El templo de la eternidad / por Mario De Las Heras



 En el Bernabéu, en el madridismo, un poco más arriba si quieren, siempre ha habido a quién aplaudir y a quién silbar y de quién reírse sobre el campo. Ese espíritu admirador y cruel no es sólo madridista sino madrileño. En Las Ventas ocurre algo parecido. El entendido, el descontento, el crítico y el humorista encuentran allí su lugar en el mundo, en el templo de la eternidad, donde el de al lado siempre es el mismo diciendo las mismas cosas.

El templo de la eternidad

La Galerna - 22 julio, 2020
Decía Camba de los cafés de Madrid que eran “templos de la eternidad”. A mí lo de “templo de la eternidad” me ha recordado al Bernabéu, por ejemplo, y sobre todo al madridismo. El mundo se mueve, las cosas (como el Bernabéu, ese café al que acude invariablemente el madridista) se transforman, pero el madridismo sigue igual. Han pasado casi cuarenta años desde la primera vez que yo fui a Chamartín y nada ha cambiado. Me refiero a por dentro. A la gente, a sus comentarios, a las miradas. Al aroma.

Yo cada vez que voy al Bernabéu es como si me encontrara con las mismas personas, aunque sean distintas. Los jugadores también son los mismos, aunque sean distintos. Siempre ha habido un Bale, por ejemplo. Y un Lucas Vázquez. Y un Modric y un Kroos y todos los demás. Y el público que les observa y comenta y se queja y les aplaude es el mismo. Yo cuando entro al Bernabéu, cada día en un lugar diferente, es como si viera a los mismos parroquianos de la última vez. Uno entra y mira alrededor y no saluda por vergüenza, pero lo haría con gusto si fuera otra persona, probablemente uno de esos abonados que creen saludar cada jornada a sus vecinos de siempre, sin saber que son otros. La cosa funciona así.

El Bernabéu es el templo de la eternidad porque en él ya está todo inventado y todo eso redunda en una felicidad imposible, pero cierta. Todo parece más civilizado por fuera (nunca se vio al público de las primeras filas sacar el mango de los paraguas para enganchar a los laterales, como nos contó una vez don Paco Gento que ocurría en los campos del norte), pero por dentro siempre se llevaron las ganas. 

Y cosas peores, no faltaba más. En el Bernabéu habrá mangos de paraguas hasta el fin de los tiempos, aunque no los veamos. Fíjense ustedes en esas primeras filas. Véanlo desde la tele. Descubrirán qué cara tan típica de sacadores de mango de paraguas tienen esos madridistas del siglo XXI, nada más y nada menos.

Yo creo que Roberto Carlos hablaba con el personal durante los partidos para quitarles esa idea de la cabeza. Para distraerlos. Pero no nos distraigamos nosotros. En el Bernabéu, en el madridismo, un poco más arriba si quieren, siempre ha habido a quién aplaudir y a quién silbar y de quién reírse sobre el campo. Ese espíritu admirador y cruel no es sólo madridista sino madrileño. En Las Ventas ocurre algo parecido. El entendido, el descontento, el crítico y el humorista encuentran allí su lugar en el mundo, en el templo de la eternidad, donde el de al lado siempre es el mismo diciendo las mismas cosas.

Están allí. Uno va y los encuentra como si nunca se hubieran ido, en mi caso desde hace cuarenta años. El Madrid ha ganado la Liga lejos de ese templo, pero esto, a pesar de su importancia, es lo de menos, porque el Madrid gana. El Madrid siempre gana o nunca pierde como Parker Lewis. 

El Madrid siempre se las arregla para ganar (y para que así los madridistas sigamos siendo los mismos y sigamos haciendo y diciendo las mismas cosas a pesar de todo, por favor), esa cosa tan espantosa y a la vez tan atractiva, ese vicio que ocultan y no se atreven a confesar los Xavis y los Setienes de la vida.

El verdadero templo de la eternidad es el Real Madrid como idea y no sus paredes, pero yo ahora que he ganado otra Liga (y puede que diga todo esto porque estoy contemplando un atardecer cálido que me lleva mientras la luz se apaga a buenas horas, ¡qué delicia el final inacabable de las tardes de julio!”), siento nostalgia de ese templo, de ese gran café cambiano del madridismo, de ese Manhattan dos passiano, o mejor, de esa Colmena celiana donde el tiempo está detenido para siempre, también por fuera porque ni siquiera el Bernabéu cambia en realidad. Ahora que lo pienso, tan sólo se acicala su cuerpo de domingo.

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