miércoles, 15 de julio de 2020

Tus lucen nunca se apagarán, maestro Juan José / por Paco Cañamero


Te has ido, amigo y maestro, dejándonos el brillo de tu existencia. En esta madrugada cuando los clarines y timbales se oxidan y la soledad se hace dueña de las plazas de toros, has dicho adiós para irte a torear al inmenso ruedo de la eternidad, donde tantos amigos habrán salido a recibirte con un abrazo de bienvenida desde que San Pedro te haya abierto la puerta de los cielos, bajo los sones de tu pasodoble. Porque ahí te ganaste un sitio de honor.


Tus lucen nunca se apagarán, maestro Juan José

Paco Cañamero
Glorieta Digital / 14 Julio 2020
Hoy, en este día que nos ha dejado, parece cómo si los horizontes han desaparecido y, nada más recibir la noticia y colgar el teléfono, ante la avalancha de llamadas me asomé al balcón para ver los campos y ya no cantaba el cuco, todo era silencio en esta noche veraniega. Esta noche, con las plazas de toros preñadas de soledad y las puertas de toriles oxidadas. Esa noche que ya forma parte de la historia de la Tauromaquia, porque fuiste un grande que contribuiste a escribir páginas destacadísimas del toreo, siempre con la pureza y sobriedad de la escuela castellana de la que fuiste un prototipo, tras beber de las fuentes del maestro Santiago Martín ‘El Viti’.

Todo ha sido tan rápido y tan inesperado que vamos a tardar mucho tiempo en dar credibilidad a este triste noticia, que aunque esperada aún no acabamos de creernos. Va a resultar muy difícil no volver a verte más , ni a tener esas largas conversaciones hablando de toros por los bares de La Fuente, por Salamanca o a cualquier pueblo que íbamos a ver un festejo.

Son muchas vivencias a tu lado, también no pocas discusiones, pero queda el poso de la honradez y señorío de ser siempre un fiel amigo. De un montón de festejos e ir a ver corridas a Madrid, a Valladolid, a San Sebastián, a Bilbao, a Badajoz… o aquella noche en Sevilla donde nos dieron las tantas paseando con tu primo Agustín entre la magia de esa joya de ciudad y al final acabamos en ‘Casa Anselma’, donde nada más entrar salió a tu encuentro el gran Lucio (el del madrileño mesón ‘Casa Lucio’), que andaba en aquel sarao para darte un abrazo. Porque se te respetaba y cada vez que estaba en algún lugar lejano me emocionaba cuando los viejos toreros me mandaban recuerdos para ti, todos la admiración que te supiste ganar.


Hoy hablarán de tus grandes faenas y se rememorará aquellos naturales a un Jandilla en la Feria de Salamanca, o en las terroríficas corridas de San Mateo. O tantas tardes en Madrid, como aquella vez que siendo todavía un niño, en pleno San Isidro, viviste la gloria de salir en hombros y muchas desperdigadas en plazas de España y de América. Como aquel año que en Lima te gritaron ¡torero, torero! al cuajar un toro y cuando ya tenías en tus manos el Señor de los Milagros, la espada se atravesó en el camino y te privó de un premio grande, aunque no del sentimiento limeño, donde los viejos aficionados aún recuerdan aquella faena que tuvo tintes históricos. O tu presentación en la francesa Dax, con cuatro orejas, horas antes de que Neil Arstromg fuera el primer humano en pisar la luna y su frase de ‘un pequeño paso para un hombre, un gran paso para la humanidad’ quedase inmortalizada en los libros de historia y aquel muchachito que eras, aún en la nube del reciente triunfo presenciaras emocionado el momento. Muchos años después, cuando hemos ido a ver toros a Illumbe y antes aprovechamos para pasear por esa maravilla de ciudad y respirar sus aires cántabros bajo los tamarindos de La Concha, te gustaba referírmelo. Al igual que tus éxitos en aquel Chofre que fue uno de los grandes templos del toreo y en el que, además, viviste uno de tus momentos más difíciles cuando un toro de Palha hirió de muerte a Paco Pita, tu peón de confianza que falleció dos días más tarde.

Después a Dax nunca más volviste, ni a otras plazas que te vieron triunfar y tenías que luchar contra tantas cuestas arriba que llegaban a tu carrera. Porque estaba claro que nunca te lo iban a poner fácil y debiste superar numerosos obstáculos; pero con tu afición y esa entrega propia de un sacerdocio sabías salir adelante y emocionar a la afición con la pureza y verdad de tu toreo.

¡Cuánta grandeza, Juanjo! ¡Que bien supiste arar en el surco del toreo! Por eso, aunque te hayas ido tu huella seguirá viva y tus luces nunca se apagarán.


PERFÍL ARTÍSTICO DE JUAN JOSÉ

El nombre de Juan José va ligado al más puro clasicismo de la sobria escuela castellana. Nació en La Fuente de San Esteban, el veintidós de junio de 1952, corazón neurálgico del Campo Charro y villa de larga tradición agrícola, cuyo término está rodeado de ganaderías. En su infancia se siente atraído por el enorme ambiente taurino que se respira en las calles de su pueblo y desde que era un colegial siente la llamada del toreo con la vocación propia de un sacerdocio. En el colegio su compañero de pupitre es Julio Robles y con él hace novillos en alguna tarde invernal para acudir a los tentaderos de la prestigiosa ganadería de Atanasio Fernández, cercana a La Fuente, hecho que provoca las iras de don Julio, el maestro, quien a la mañana siguiente los llama al orden para echarle la regañina: “Venid acá los dos ‘toreros’, que ahora vamos a tener aquí la corrida”.


Su llamativa pasión por los toros no pasa inadvertida para Antonio Díez, un ATS paisano, excepcional aficionado y torero práctico, que se fija en él y le enseña las primeras lecciones impregnadas con la base de la pureza y la inspiración de los clásicos –Ordóñez, El Viti , Camino, Antoñete…-. Por entonces se convierte en familiar la escena del aspirante a torero montado en el trasportín de la moto Guzzi, de Antonio el practicante, para recorrer fincas de la zona –Castillejo de Huebra, Campo Cerrado, Sepúlveda, Vilvis…- en busca de tentaderos para perfeccionar su técnica y hacer valer su inspiración. Los avances son tan notables y demuestra tal facilidad que muy pronto corre el runrún del nuevo torero que se cuece en La Fuente.

Apenas tiene quince años y por mediación de un banderillero paisano –Pepe El Güevero– empieza a torear becerradas por Ávila y Segovia tras debutar en Coca, el catorce de agosto de 1967, alternando en muchos ellos con Enrique Martín Arranz, más tarde fundador de la Escuela Taurina de Madrid y después afamado apoderado de José Miguel Arroyo, José Tomás, Hermoso de Mendoza…. Entonces empieza a sonar con fuerza su nombre y los hermanos Eduardo, Pablo y José Luis se lo recomiendan al mayor de la saga, Manolo Lozano, por mediación de los ganaderos Paco y Salustiano Galache, quienes cautivados por el buen hacer del chaval hablan con el trío taurino de Alameda de la Sagra para que dirijan su carrera. Sin embargo, al tener exclusividad con Palomo Linares, deciden ofrecérselo a Manolo, que iba por libre y es quien definitivamente se hace cargo de su carrera.

1968 llega a su vida bajo un paraguas de ilusiones e hitos para este elegantísimo torero. Madrugador es el debut con picadores que se produce en la villa de Orihuela, el catorce de enero y pronto se aúpa entre las novedades más distinguidas del escalafón inferior. Torea un alto número de festejos y pone a todos tan de acuerdo que, con mucha antelación, deciden que se debe dar un paso más y tomar la alternativa el inmediato ocho de septiembre en la Corrida del Motín, de Aranjuez, de manos de Julio Aparicio y con Palomo Linares. Aquí ocurre un imprevisto que cambia todo el proyecto al sufrir Palomo Linares un grave percance el ocho de agosto en Málaga, al descabellar un toro. Esa circunstancia provoca que su mentor se decida a darle la alternativa con la finalidad de acaparar las sustituciones del diestro de Linares, que tenía completado ese mes, llevándolo adelante y convirtiéndose en noticia dada la edad del toricantano. Hasta entonces en una misma temporada nadie había sido becerrista, novillero con picadores y matador de toros.


Solamente tiene diecisiete años recién cumplidos cuando accede al escalafón de los matadores en la histórica plaza manchega de Manzanares. Andrés Hernando es el padrino y Gabriel de la Casa, el testigo de una alternativa, celebrada el once de agosto de 1968, que lanza a Juan José a las ferias convirtiéndolo en la novedad de ese momento y en el sucesor natural de Santiago Martín El Viti en el trono de los grandes toreros de Salamanca. Juan José, que la tarde antes se despide de novillero en esa misma plaza, corta las dos orejas y rabo a Hullero, el toro de la ceremonia y desoreja al que cierra el festejo para lograr una aclamada salida en hombros y entrar con todas las bendiciones en su nuevo grado. Torea un alto número de corridas y ese invierno viaja a América contratado para las más postineras ferias. En Lima sufre una grave cornada que lo mantiene en el dique seco varios meses y, tan lejos de su casa, nace una relación fraternal con Paquirri, compañero la tarde del percance y quien se preocupa de atenderlo en los largos días que permanece internado en un sanatorio.

Con el buen porvenir de su primer año de matador confirma al siguiente San Isidro, que acartela al jovencísimo matador de Salamanca con ecos de inmediata figura. La ceremonia es el diecisiete de mayo de 1969, recibida de manos de S. M. El Viti y con Paquirri, de testigo. La ganadería es de Paco Galache, entonces con máximo cartel en Madrid, siendo Castañeta el nombre del astado de la confirmación, en corrida que Juan José corta una oreja y deja sobre el tapete de la exigente afición madrileña su esperanza. La misma que se reafirma en la siguiente corrida contratada, la del Marqués de Domecq, junto a Carnicerito de Úbeda y Manolo Cortés –muy vinculado a él esos primeros años- para ofrecer una lucida actuación, coronada con dos orejas que certifican lo bueno que se escucha sobre él y lo convierten en uno de los triunfadores de ese ciclo. El buen nivel lo mantiene a lo largo de la campaña, logrando éxitos memorables, como el de las cuatro orejas en su presentación en la plaza francesa de Dax, horas antes de que la humanidad contemplase admirada la llegada del hombre a la luna. 1970 es buen año, aunque no saborea varios triunfos por un bache pasajero con la espada. La siguiente temporada ya cuaja numerosos toros y su nombre está en la pomada, hasta que en la madrugada del siete de junio, al regresar de Pamplona, sufre un aparatoso accidente de tráfico, en la villa burgalesa de Aranda de Duero, que le produce graves lesiones oculares. El percance del joven espada supone un impacto emocional entre los profesionales y aficionados, quienes hacen colas para visitarlo en el madrileño Sanatorio de Toreros, centro donde es tratado por el oftalmólogo Martín Enciso, quien no puede atajar la pérdida de visión en uno de sus ojos. Ese hecho marca ya el resto de su carrera y lo priva de ser la figura del toreo que estaba llamado a ser.


Pese a la adversidad, el diestro salmantino se reafirma en reaparecer a los cuarenta días en la riojana villa de Haro, en un mano a mano con su inseparable Palomo Linares, que centra toda la atención taurina y lo hace a lo grande, tras cortar dos orejas a su primero y el rabo al que cerró la función. Por otro lado, su ilusión y torería no son gemelas a la de los empresarios, a quienes les cuesta un mundo contratar a este espada y llegan tiempos de escasas actuaciones, aunque cimentadas por su enorme afición y la incesante búsqueda de la pureza de su toreo. A lo largo de esa década de los setenta La Monumental de Madrid lo ve torear en numerosas ocasiones durante el estío y en varias de ellas tiene cerca el triunfo, llegando a acariciar la puerta grande tras dejar un ramillete de grandes faenas a reses de Victorino Martín, Murteira Grave, Gamero Cívico, Villagodio…

En esos años recibe ayuda de Eduardo Mediavilla, un impresor muy aficionado que lucha para que, Juan José, recupere su sitio en las ferias, sin que los empresarios tengan la sensibilidad que merece este gran torero acaparador de tantos titulares por su calidad artística. Coincide entonces que en la plaza de Salamanca sus actuaciones las refrenda con éxitos en las terroríficas corridas del día de San Mateo, en la mayoría de las ocasiones con los hierros del Conde de la Corte, Guardiola… Entonces, ante la aclamación popular, la empresa decide crear un cartel charro, con Juan José encabezando la terna compuesta por El Niño de la Capea y Julio Robles repetida durante los ciclos de 1984, 1985 y 1986. En el primero de ellos la plaza vibra con su exquisito toreo al natural y los críticos madrileños destacados en La Glorieta quedan impresionados ante el torrente de arte que ofrece el de La Fuente de San Esteban, sin explicarse nadie cómo su nombre no está en las ferias. Al año siguiente forma un nuevo alboroto y en 1986 al no cortar orejas, la empresa lo devuelve, injustamente, a la tradicional corrida San Mateo que cierra el ciclo. En esa jornada matea en la que la capital recibe a la provincia torea tres años más y vuelve a sentar cátedra con su extraordinaria interpretación.


En esos años han llegado muchos toreros nuevos y cada día cuesta un poco más hacer nuevos festejos para este espada, tan injustamente tratado. Por esa razón, Juan José decide colgar el traje de luces y torea la última corrida en La Fuente de San Esteban el catorce de mayo de 1989, con motivo de la inauguración del Torero de Cuatro Caminos, la plaza promovida e inspirada por Paco Pallarés. En esta ocasión, con un llenazo, comparte cartel con Julio Robles –ya entonces disfrutado de su estatus de figura- y Sánchez Marcos, ante reses de Paco Galache.

Atrás quedaba una larga trayectoria marcada por el clasicismo castellano y el unánime respeto. A lo largo de su carrera dejó el colofón de numerosas tardes para el recuerdo y la dignidad con la que siempre defendió la Tauromaquia, tanto en la plaza como en su faceta de director de la Escuela de Tauromaquia de Salamanca, labor ejercida durante veintinueve años con el sello de su maestría.


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