lunes, 3 de agosto de 2020

Auge y caída de Gerard Piqué / por Juan Manuel Rodríguez

La culpa también es de la prensa deportiva, nosotros no podemos escurrir el bulto. Porque, también durante años, se ha esperado con inusitada expectación la próxima tontuna del defensa central catalán, su nueva ocurrencia, el enésimo despropósito. Ávidos de algo, lo que fuera, le hemos dedicado a Piqué más tiempo del que en realidad habría merecido su fútbol.

Auge y caída de Gerard Piqué

Gerard Piqué ha sido durante años el mascarón de proa culé. Durante años. El barcelonismo le ha reído las gracias durante años y durante años también se ha jugado con la idea de un Fútbol Club Barcelona presidido por él. Durante años. Durante años le han considerado el líder, durante años ha sido el símbolo perfecto, durante años le han aplaudido sus bravatas cuando hablaba de Ligas compradas, sorteos amañados, bolas calientes, los hilos del palco, la alargada sombra de Florentino. Durante años a Piqué se le ha llevado en Barcelona a la sillita de la reina, aupado por la afición cuando se mofaba por ejemplo del Español. Durante años ha faltado al respeto a compañeros suyos de profesión como es el caso de Álvaro Arbeloa. Y durante años ha ninguneado a los periodistas sin que ninguno moviera un solo músculo: ¡Qué gracioso es Piqué, qué divertido! También ha sido durante años el cartel electoral de un sector más o menos amplio del barcelonismo, ese que comulga abiertamente con el secesionismo. Durante años se ha convertido en el bad boy de La Masía, el chico malo que no tenía inconveniente en poner en solfa a la mismísima vicepresidenta del Gobierno. Y como, durante todos esos años, a Piqué se le ha agasajado, se le ha tutelado, se le ha consentido y se le ha mimado, Gerard Piqué se ha crecido. Lógico. Normal.

La culpa también es de la prensa deportiva, nosotros no podemos escurrir el bulto. Porque, también durante años, se ha esperado con inusitada expectación la próxima tontuna del defensa central catalán, su nueva ocurrencia, el enésimo despropósito. Ávidos de algo, lo que fuera, le hemos dedicado a Piqué más tiempo del que en realidad habría merecido su fútbol. En definitiva, entre todos hemos creado un monstruo, todos somos Victor Frankenstein. Durante años se han revuelto contra Piqué los madridistas, los españolistas. 

Pero, y aquí reside lo novedoso de la situación, ahora es el propio barcelonismo el que parece haberle pillado la matrícula a Gerard. Nada ha cambiado, su actitud prepotente sigue siendo la misma, continúa pasándose al club por el arco del triunfo, yéndose a la Davis cuando le da la gana, montando en bicicleta cuando quiere, grabando documentales cuando le apetece...

Pero el caso es que, también durante años, la pelotita entraba y entonces Piqué era graciosísimo y el azulgrana medio se partía de la risa. La diferencia ahora es que la pelotita no entra y Piqué, que durante años ha pasado por ser el más listo de la clase, es considerado ahora como el tonto útil al servicio de una idea más bien macarra, la de hurgar en la herida del máximo rival. ¿Cuándo dejó de hacer gracia Piqué? ¿Cuándo pasó el público de aplaudir sus chistes a sentir vergüenza ajena? ¿Cuándo dejó de llenar hasta los topes el local en el que actuaba los domingos por la noche? A mí personalmente no me hizo gracia nunca, pero a los culés ha dejado de hacerles gracia en cuanto el Real Madrid ha ganado la Liga, qué curioso.

Y ahora el barcelonismo tiene un problema... de años. Y un problema de años no se soluciona en un solo día. Es, como siempre digo en estos casos, una cuestión de gestión y de principios. Alguien debió decirle a Piqué que eso no se hacía y que, como canta Joan Manuel Serrat, dejara de joder con la pelota cuando pintaban oros, ahora no hay nadie ahí capaz de ponerle el cascabel al gato. Preguntado por su renovación, Ter Stegen dijo el otro día que ya vería. Ha habido quien ha conectado esa respuesta con una exigencia del portero alemán, la de tener más peso en el vestuario en detrimento de algunos capitanes que no ejercen como tales. Ter Stegen es todo lo contrario que Piqué, un tipo serio, un futbolista a la vieja usanza, alguien que no se reirá jamás del otro. Lo que pide Ter Stegen es que el Barcelona deje de ser el Club de la Comedia que ha sido durante años con Piqué para convertirse en algo más parecido, por ejemplo, al Real Madrid. Lo que pide Ter Stegen es más un relevo intelectual que uno generacional y que su equipo evolucione. Ese relevo afectaría, por supuesto, a la cabeza del club que ha sido la primera en consentir durante años que los futbolistas, encabezados por Piqué, se le subieran a las barbas a la institución. Nada de esto habría pasado, por supuesto, con Florentino Pérez, el suyo es un modelo más Ter Stegen. Durante años Laporta, Rosell y ahora Bartomeu han regalado golosinas al monstruito y ahora, cuando la pelotita se niega a entrar, la afición, que también es ventajista, ha dicho basta. Cómo pasan los años, ¿verdad? Cómo pasan los años. Como en la novela de David Nobbs que acabaría convirtiéndose en serie de televisión, asistimos a la caída y auge de Gerard Piqué, sólo que al revés. Auge y caída del niño mimado... durante demasiados años.

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