Foto: Muriel Feiner
En estos días hemos conocido que el primer aficionado, el rey emérito Juan Carlos, nos ha dejado, pero no por asuntos de la tauromaquia. Le vamos a echar de menos en las plazas de toros, era el cordón umbilical, el único, que nos unía con las altas esferas del poder. Nadie como él nos ha representado a los aficionados de igual manera.
El aficionado
Cuando en España pronunciamos la palabra ‘aficionado’ todos sabemos a qué afición se refiere.
Su uso se corresponde con el léxico habitual, una palabra más del lenguaje taurino que tanto nos caracteriza. O lo que es igual, esa cultura que nos avala a los que somos taurinos.
En estos días hemos conocido que el primer aficionado, el rey emérito Juan Carlos, nos ha dejado, pero no por asuntos de la tauromaquia. Le vamos a echar de menos en las plazas de toros, era el cordón umbilical, el único, que nos unía con las altas esferas del poder. Nadie como él nos ha representado a los aficionados de igual manera.
Los toros, como es bien sabido, no son de derechas ni izquierdas, ni entienden de monarquías ni repúblicas. De hecho, han estado presentes en todas las formas de gobierno que hemos padecido, quizá más que disfrutado. Repúblicas, dictaduras, monarquías, democracia, todas las formas posibles y los toros muy por encima de todas. Por eso era tan importante tener un aficionado que era, ni más ni menos, que el Jefe del Estado.
Los toros han dado ejemplo siempre de democracia, dejando que desde sus tendidos se voten las decisiones del resultado de cada festejo. Como uno más, como ciudadano, como pueblo, se ha sentado Juan Carlos en las plazas. Algo que no hemos llegado a ver con todos los presidentes de gobierno recientes. Ni González, ni Aznar, ni Zapatero, ni Rajoy y mucho menos Sánchez han querido compartir esos escaños con nosotros, con el pueblo que dicen gobernar.
Se han sentido alejados de nuestra pasión, de esa afición por algo, que siendo de lo más español, a ellos ni de lejos les ha llegado a entusiasmar. El monarca actual, Felipe VI, tampoco parece que en sus genes haya desarrollado la afición que tanto su abuela como su padre gustaron de practicar. Peor para él, pero peor también para nosotros.
La salida, inoportuna por muchos motivos que aquí no voy a analizar, de Juan Carlos, nos privará de su presencia en las plazas de toros y es que ver disfrutar a los jefes con lo que nos gusta a los de abajo, al pueblo llano, puede llegar a representar la mejor identificación con su pueblo.
Si nos hubiera salido gay, quizá otros le mirarían con buenos ojos y el lobby, que tanto abarca, hubiera creado un círculo protector a su persona. Sea como sea, ‘podemos’ decir que cargándose al primer aficionado, han dado otro paso más para cargarse al resto.
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