miércoles, 5 de agosto de 2020

Fuera miedos, fuera complejos / por Antonio Purroy Unanua

Si la tauromaquia es más legal que nunca, ¿a qué viene tanto miedo, tanto complejo por sentirse taurinos y sentirse libres y vivir la tauromaquia en plenitud? Hay que salir a explicar la tauromaquia a la calle, hay que difundirla por las redes sociales porque tanto los medios escritos como las televisiones, salvo excepciones honrosas y valientes, tienen sometida a la Fiesta a un apagón informativo.

Fuera miedos, fuera complejos

Antonio Purroy Unanua
Catedrático / Pamplona, 5 Agosto 2020
Sí, lo han conseguido. Los antitaurinos y los animalistas han conseguido que la gente que acude a los toros se llene de miedos y de complejos por mostrar una afición que  parece que está proscrita en la sociedad española. Pero esta creencia está muy lejos de ser cierta, pues son muchos más los que están a favor y, muchos más aún, los que sin gustarles especialmente los toros no están de acuerdo con que se les ataque y, sobre todo, con que se prohíban. Digamos que son gente que tienen bien asumido que en un Estado de derecho debe imperar la libertad y el respeto hacia actividades legalmente reconocidas y que son ampliamente aceptadas.

Pero es que este argumento en contra de los toros se ha extendido a las asociaciones y organizaciones que tienen relación con la tauromaquia, porque los movimientos antitaurinos se han encargado de lanzar machaconamente mensajes para boicotear sus actos y chantajear sus actividades y de paso sembrar el miedo entre sus socios y allegados, porque ya sabemos que el miedo es libre. Y lo que es más grave, están llegando a su principal objetivo, la juventud.

Lo mismo está ocurriendo con empresas que venden sus productos a consumidores potenciales espectadores de festejos taurinos, que tienen miedo de apoyar cualquier actividad que tenga que ver con la tauromaquia. Amenazan sus sedes continuamente y, para impedir que compren sus productos, extienden el bulo en las redes sociales de que apoyan el maltrato animal de la tauromaquia. Es un error caer en esta trampa, pues como decíamos somos muchos más los que respetamos la tauromaquia que los están en contra y, más que perder, pueden ganar adeptos que comprueben que no se pliegan a las amenazas de los totalitarios, de los nuevos inquisidores. 

Cuando en la sociedad actual una mentira se repite muchas veces se acaba de percibir por la gente como una gran verdad. Es lo que ocurre con la tauromaquia, que muchos acaban creyendo que está prohibida por el rechazo propagandístico que practican los grupos antitaurinos, que son pocos pero muy activos y muy machacones y, como decimos, violentos. 

La tauromaquia nunca ha estado más protegida legalmente que ahora. La Ley 10/1991 sobre Potestades administrativas en materia de espectáculos taurinos (gobierno de Felipe González) vino a llenar el gran vacío legal en el que se movía desde su prohibición por la Real Cedula del rey Carlos IV en 1805. Como era de esperar, se siguieron celebrando festejos de todo tipo durante los siglos XIX y XX dado el gran arraigo que los toros siempre han tenido en el pueblo español que no estaba dispuesto a acatar el ayuno taurino, so pena de hacer saltar por los aires monarquías, gobiernos, instituciones…, lo que hiciera falta para salvaguardar su mayor divertimento y, posiblemente, su mayor signo de identidad. 

Ya en el siglo XXI el gran ataque vino desde Cataluña cuando una decisión aciaga, la ley 28/2010 del parlamento catalán, tuvo la osadía de prohibir los festejos de lidia ordinaria, pero de una manera muy calculada y al mismo tiempo muy hipócrita, siguieron permitiendo los bous al carrer, los toros en las calle. El Tribunal Constitucional español puso las cosas en su sitio, ya que seis años más tarde (octubre de 2016) resolvió que “la tauromaquia forma parte del patrimonio cultural común de todos los españoles que el Estado debe preservar y que ninguna comunidad autónoma tiene competencias para legislar sobre ella y mucho menos prohibirla” (STC 65/2016). Pero el mal ya estaba hecho: no se han vuelto a organizar corridas en Cataluña, en Barcelona, pues hay mucho miedo a la violencia animalista y separatista catalana. Otra vez el miedo. 

Ha habido otros acosos menores, el más representativo la prohibición de los toros en la Semana Grande de San Sebastián por el gobierno municipal independentista de Bildu, en 2013, que fue revocada por un juzgado Contencioso-Administrativo de la capital guipuzcoana tres años más tarde. También fue grave la modificación a la baja de la esencia de las corridas en las Islas Baleares, mediante una ley del parlamento balear (julio de 2017) en la que se aprobaba “la corrida incruenta sin suerte de varas, sin banderillas y sin suerte suprema”. Año y medio más tarde, de nuevo el Tribunal Constitucional tuvo que revocar la ley balear. 

Merece un comentario especial la bajada de pantalones de la Junta de Castilla-León –otra vez el miedo y los complejos-, ya que un Decreto-Ley de 20 de mayo de 2016, dejó desamparado al pueblo de Tordesillas (Valladolid), pues “prohibió la muerte de los animales en los festejos populares” y de facto la del Toro de la Vega alanceado por los mozos y dejando el festejo en un simple encierro. Es un hachazo importante a un festejo popular del que hay referencia escrita desde 1534 y que nunca dejó de celebrarse, con excepción de un pequeño periodo entre 1966 y 1970.

En el presente siglo, se han aprobado dos leyes que le han dado una cobertura legal a la tauromaquia como nunca la ha tenido, porque en los últimos cinco siglos ha estado continuamente zaherida por prohibiciones religiosas y civiles y aún sigue viva. Antes de referirnos a estas leyes, cabe traer a colación un hito muy importante para la tauromaquia, como fue el paso de la Fiesta de los toros a Cultura mediante RD 1151/2011, de 29 de julio, por el que se asigna al Ministerio de Educación, Cultura y Deporte el ejercicio de las competencias atribuidas hasta entonces al Ministerio del Interior. Se trata de reconocer que la Tauromaquia ha dejado de ser un potencial problema de orden público para pasar a ser una disciplina artística y un producto cultural cuyas competencias residen en el Estado. Se deja para los Estatutos de Autonomía la actividad de policía y de ordenamiento de los espectáculos públicos. 

El siguiente paso tenía que ser la aprobación de una ley estatal, la ley 18/2013, de 12 de noviembre, para La Regulación de la Tauromaquia como Patrimonio Cultural que sancionará el carácter cultural de la Fiesta, una vez aclarado que los toros no son solo un simple espectáculo público. 

Y el broche definitivo a este camino legal se produjo con la promulgación de la Ley 10/2015, de 26 de mayo, para La salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial en la que en su disposición final sexta se incluye la “Regulación de la tauromaquia como patrimonio cultural”.

Si la tauromaquia es más legal que nunca, ¿a qué viene tanto miedo, tanto complejo por sentirse taurinos y sentirse libres y vivir la tauromaquia en plenitud? Hay que salir a explicar la tauromaquia a la calle, hay que difundirla por las redes sociales porque tanto los medios escritos como las televisiones, salvo excepciones honrosas y valientes, tienen sometida a la Fiesta a un apagón informativo. No se dan cuenta de que se dejan amedrentar por los lobbies antitaurinos, cuando existen lectores y televidentes a los que pierden por el camino. 

A pesar de todas estas dificultades aun no han podido con la Fiesta de los toros y no es extraño, pues atesora tal cantidad de valores, posee tal belleza, es tan auténtica –porque en ella se vive y se muere de verdad-, es tan culta y tiene tal arraigo en el pueblo español, que posiblemente nunca podrá ser derrotada. Y por supuesto que tiene problemas e imperfecciones, como la falta de colaboración y de unidad entre los diferentes estamentos del sector. Con la brutal crisis sanitaria que seguimos padeciendo y que ha conducido a una muy grave crisis económica, no le va a quedar más remedio que apretarse los machos, reinventarse y trabajar unidos en beneficio de la tauromaquia en su conjunto, otros ya lo están haciendo. Ahora o nunca.

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