lunes, 31 de agosto de 2020

Manolete / por Antolín Castro

Toreros ha habido muchos, pero pocos cuya huella sea indeleble, ajena a los tiempos o a gustos partidistas. Manolete y su muerte a manos, quizá mejor decir pitones, de Islero, un toro de Miura, cierra uno de los círculos que mejor pueden definir lo que es un torero de época, una figura del toreo en toda regla.

Manolete

Madrid, 30 Agosto 2020
Setenta y tres años después de su muerte, su nombre sigue en la memoria colectiva de todos los aficionados.

Decir Manolete representa respeto y admiración. Somos muchos los que no le vimos torear, la mayoría de quienes hablamos de él en estos tiempos no tuvimos esa ocasión, pero evocar su nombre ilumina nuestra afición como uno de los toreros que siempre tenemos presente.

En mi caso, las vibraciones de su muerte ya las sentí en el vientre de mi madre y debe ser por eso que le considero como un coetáneo. Luego el cartel, tantas veces visto, de esa feria de Linares, me acerca, si cabe más. Coincide, aunque al día siguiente, fecha de la muerte del Califa cordobés, un torero en los carteles llamado Paquito Muñoz, familia mía, aunque algo lejana. Quizá por ello, esa fecha, adelantada a mi nacimiento, me sea tan familiar, tan identificable.


Sea así o de cualquier otro modo, lo cierto es que Manolete es una referencia obligada para cualquier aficionado. Del mismo modo que Joselito y Belmonte representan la Edad de Oro, Manolete es quien completa la terna de los toreros que llenaron la primera mitad del siglo XX, y posiblemente del siglo entero.

Toreros ha habido muchos, pero pocos cuya huella sea indeleble, ajena a los tiempos o a gustos partidistas. Manolete y su muerte a manos, quizá mejor decir pitones, de Islero, un toro de Miura, cierra uno de los círculos que mejor pueden definir lo que es un torero de época, una figura del toreo en toda regla.

Hablaba en mi artículo anterior de los cimientos de la Fiesta, aquellos en los que se ha venido apoyando el edificio de la Tauromaquia y concluía que la muerte de Manolete, enfrentándose a un Miura, sitúa a la figura en el lugar adecuado: el compromiso, el desafío completo, para ocupar por derecho propio ese lugar de privilegio. 

Ocuparlo solamente para tener el privilegio de, precisamente, no enfrentarse a determinados hierros, tira por tierra esa citada condición de figura, dejándola, como mucho, en figura decorativa.

Por mucho que se quisiera desprestigiar a una gran figura como Manolete, es imposible borrar de su lado, se ve en el cartel de aquel 1947, el nombre de la ganadería de Miura. Deja de ser una leyenda o un cuento, porque es una gran y diáfana realidad. Las figuras, también Dominguín, quien actuaba las dos tardes de la feria, unían su nombre compartiendo estrellato con el de las ganaderías más temidas.

Manolete es en estos días recordado y lo es por su muerte, pero yo quiero recordarle por su grandeza y compromiso, hasta el final, con aquello que ha de hacer grande a quien de verdad quiera ser una figura del toreo, por asumir que el torero grande ha de enfrentarse, y poder, al toro más fiero y encastado.

Si quieren valerse de su ejemplo y verse en su espejo las llamadas figuras actuales, solo tienen que dar el paso. Si no lo hacen, y se conforman con no asumir mayor compromiso, solo serán figuras en su casa y seguramente recordados en los años venideros como aquellos que se cargaron la esencia y la verdad de la Fiesta, cuando no la Fiesta entera.

Manolete en el recuerdo con todos los honores.

Foto Manolete: Cierre Digital

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