Montoliu dejó su corazón en la Maestranza, a las órdenes de una figura del toreo y cuando aún estaba en un gran momento. Quizá la muerte soñada, para él y para muchos. Un verdadero loco a ojos de los españolitos de hoy. Muchos de ellos ávidos incluso de meter cualquier animal en su zulo-casa con tal de sanar no sé que complejo heredado o adquirido, y de paso arruinarle la existencia al pobre bicho.
“Sonrisa truncada de una estrella”
Pablo San Nicasio
Opinionytoros - España
En estos tiempos timoratos, de verdades a medias y mentiras repetidas que acaban siendo rentables, miedo pueril al sufrimiento cotidiano, a la simple contrariedad, a cualquier cosa que huela a crudeza de la vida y, sobre todo, a lo políticamente incorrecto, es imprescindible reivindicar las raíces de nuestra cultura tirando de los hilos que la sujetan y amarran contra la tempestad. Así vengan modas y villanos que quieran “reformarnos”. Es imprescindible. Nos va la vida en ello.
Porque son cimientos firmes pero hoy tan desconocidos a la vez que, y esto es muy español, una mayoría de compatriotas cuando tienen conciencia de su existencia no dudan en renegar de ellos porque sí. Escapando de lo que realmente son y serán. Pensando ingenuamente que, quizá, así sean mejores personas, más avanzadas, más guays, que les mirarán mejor… cuando en realidad estarán huyendo del verdadero conocimiento de su ecosistema y de su misma esencia. Urbana, rural, religiosa, cultural, todo lo que son se les escapará. Sólo les quedará rapea o popear su propia inconsistencia al dictado de otros a los que tampoco conocen y que, seguramente, les asustarían más si escarbasen seriamente.
No soy antropólogo ni sociólogo, pero los años van dejando claro que las personas que buscan en su vida sólo las (“buenas”) apariencias acaban siendo las más infelices, por insaciables y sobre todo, por ignorantes y tercas en lo superficial e insípido. Mientras que las que se aferran a lo que realmente sienten, las que tiran de ese inconsciente que casi siempre es colectivo pero que sólo los más agudos individuos entienden, son las que disfrutan más de la vida. Incluso de lo malo que tiene y que, seguramente sí, dure más que lo bueno.
Todo esto para defender la guitarra y el toreo. Disciplinas que son, en la práctica, básicamente el sufrimiento de unos pocos que provocan el placer, incluso el éxtasis, de otros muchos que los contemplan bien protegidos.
De la primera no hay más que encontrar los testimonios de sus profesionales. Abnegados que se han dejado la vida en horas de estudio, privaciones y tensiones para, en pocos minutos, desahogar todo su talento y trabajo en forma de interpretaciones que, ojalá, al menos sean de su propio agrado.
De los toreros y sus cuadrillas podemos decir de la misma manera que dejan su vida en su vocación y, algunos, también en el mismo ruedo con todo el conocimiento de causa y la mayor de las libertades. Todo por sacar de vez en cuando destellos de armonía al cruzarse con una bestia criada con mimo para destrozarles sin compasión. Con todo y con ello cada vez son menos los que se extasían contemplando algo verdaderamente único y únicamente verdadero.
De este último gremio recordamos el caso del genial banderillero Manolo “Montoliu”. Valenciano que, tras pasar por el escalafón de matadores, retornó a su posición natural de rey de los banderilleros de su generación para, finalmente, morir en directo y retransmitiendo Televisión Española. Esa que hoy ya no programa toros y prefiere hundir su audiencia pregonando las mentiras de las que hablábamos al principio.
Montoliu dejó su corazón en la Maestranza, a las órdenes de una figura del toreo y cuando aún estaba en un gran momento. Quizá la muerte soñada, para él y para muchos. Un verdadero loco a ojos de los españolitos de hoy. Muchos de ellos ávidos incluso de meter cualquier animal en su zulo-casa con tal de sanar no sé que complejo heredado o adquirido, y de paso arruinarle la existencia al pobre bicho. Eso siempre antes que conocer qué se cuece detrás del último rito verdadero de este mundo occidental. Nuestro país cada vez huele más a humo y menos a incienso.
El maestro Lorenzo Palomo, uno de nuestros nombres propios de la composición, no fue ajeno a la embestida fatal de aquel toro de casi seiscientos kilos que, como que no quiso la cosa, acabó en un segundo y equivocándose de derrote con la vida de Montoliu. Aquello no podía quedar así. Cordobés con raíces en Pozoblanco (otro escenario de tragedia y altar de toreros), Lorenzo Palomo ilustró con “Sonrisa truncada de una estrella” un momento que los taurinos tienen bien marcado en su memoria.
Y qué mejor manera que con la guitarra. Nuestra guitarra, que es banderilla y estoque de nuestra música. Especimen rutilante de nuestro legado cultural que, como siempre, ya están cultivando y cotizando desde hace tiempo más y mejor fuera de nuestras fronteras pero que aún estamos a tiempo de reivindicar siendo mejores que nadie. Aunque no nos lo creamos.
Con Pepe Romero en la guitarra, un gran artista que alumbró el “dorado” californiano y que, de nuevo, había nacido en Málaga. Rafael Frühbeck de Burgos, grande entre los grandes directores europeos. La Sinfónica de Sevilla, cual si no. Con la Maestranza de nuevo como escenario imprescindible. Todo tenía sentido.
De nuevo la muestra de que hasta lo más trágico del toreo despierta las ansias de belleza de otras artes. Pero en este país seguimos “enterrando muy bien” y despreciando nuestros tesoros vivos. Entonces, en 1992, al menos no había redes sociales para mofarse del héroe caído como ahora. Todavía había esperanzas.
Nos hacemos eco de la génesis de la obra en palabras del propio maestro Palomo:
“El 1 de mayo de 1992 me encontraba en un apartamento que tenía mi hermana en una playa cerca de Cullera, en Valencia, viendo por televisión la corrida que se estaba celebrando en Sevilla. Quiero recordar que fue en el primer toro, que estaba lidiando José María Manzanares (padre), cuando salió a parear un banderillero que, de manera fatídica, protagonizó uno de los espectáculos más horrorosos que creo haber visto en mi vida, al ser mortalmente cogido por el toro, que lo empitonó por el pecho de tal manera que "le abrió el corazón como un libro", según el cirujano que tuvo que atenderle. Más tarde supe que aquel desgraciado peón se llamaba Manolo Montoliu.
En aquellos días yo estaba componiendo mis "Nocturnos de Andalucía", para guitarra y orquesta, y regresé a Berlín con la impresión de que había visto algo dantesco, algo como una película de terror. Y decidí plasmar en la partitura aquella horrible escena, a la que titulé "Sonrisa truncada de una estrella".
La pieza se inicia preludiando brevemente la reflexión del torero en solitario, mientras se encuentra en la capillita antes de la corrida. La orquesta anuncia las cinco, la hora de la fiesta, con cinco latigazos de la cuerda y las trompas al unísono. Los clarinetes y las flautas nos gritan con notas agudas, casi estridentes, la cogida del torero y, finalmente, el primer clarinete con las notas lúgubres de su registro grave nos describe y anuncia la muerte del torero. El eco lastimero de una castañuela en pianissimo nos quiere recordar tristemente esa hora que, a la postre y de nuevo, resultó fatídica. Las cinco de la tarde.
A la postre y paradójicamente, "Sonrisa truncada" era el movimiento favorito de Frühbeck y en muchas ocasiones eliminaba el primer movimiento de mis "Nocturnos de Andalucía" para impactar más a los públicos iniciando la obra con "Sonrisa truncada de una estrella”.
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Quizá sin saberlo, Lorenzo Palomo nos recuerde una vez más y como ya hicieron los poetas, que nuestra cultura muere y tiene que morir a las cinco de la tarde. Al sol. Contemplada por todos en el corro, circular, de un ruedo y con el cielo por testigo. Y el día que deje de morir a esa hora, la habremos perdido para siempre.
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