Jorge Martín Frías, el flamante director de la Fundación Disenso.
La Fundación Disenso no es un instrumento estrictamente político, como muchos dirán y ya lo están diciendo, pero su tarea tendrá un repercusión evidente en el ideario y en la práctica de la política. Es un think tank, un taller, un obrador, un ventilador, un laboratorio o, más bien elaboratorio de ideas conservadoras, como lo es la Heritage Fundation de Estados Unidos o lo fue, en su día, la Acción Francesa de Charles Maurras.
Disenso
Fernando Sánchez Dragó
Así se llama la Fundación recientemente creada por Vox para dar la batalla de las ideas. De las ideas, digo, y al decirlo cargo la suerte sobre esa palabra, ese concepto y esa bandera. Así daba ayer, lunes, el diario El Mundo la noticia que el pasado fin de semana saltó a los medios de comunicación: «Es un grupo de personas —decía— para disentir y forjar un nuevo consenso en torno a la libertad, la prosperidad, la igualdad, la reivindicación de España como nación y el fortalecimiento de la iberoesfera», según sus creadores. Es curioso que el periódico en cuestión recurra a la palabra consenso para ilustrar el propósito de una institución que lleva el nombre de disenso, lo que a primera vista parecería un oxímoron, pero no lo es, pues sólo de la disidencia nace la famosa coincidentia oppositorum de los alquimistas o conciliación de los opuestos. Decía Antonio Machado en un aforismo poético y, a la vez, filosófico que suelo citar a menudo: «Busca a tu complementario / que marcha siempre contigo / y quiere ser tu contrario». Fueron Heráclito y, tras él, Aristóteles quienes codificaron ese organigrama del funcionamiento de la historia, de las sociedad y de la conducta de la especie humana al que hemos dado en llamar dialéctica. El diccionario de la RAE la define, literalmente, como la teoría y técnica retórica de dialogar y discutir para descubrir la verdad mediante la exposición y confrontación de razonamientos y argumentaciones contrarios entre sí. La fórmula cuasi matemática de ese axioma establecida por Hegel es tan apodíctica como el teorema de Pitágoras: tesis, antítesis, síntesis... De esa tríada proviene la única evolución posible en la trama del devenir histórico.
Cabría llamarlo progreso si ese concepto no hubiera sido secuestrado, expropiado y devaluado por el espurio progresismo de los partidos de izquierda. Nada hay menos progresista, en el sentido literal de la palabra, que la ramplona filosofía de los progres convertida hoy por la estulticia de los partidos socialdemócratas —todos, menos Vox, lo son— en pensamiento único del sistema dominante, de los medios de comunicación y de las instituciones fácticas que dirigen, encauzan y condicionan no sólo la vida pública de los españoles, sino también, en cuarto creciente, la privada, sobre todo al calor del intervencionismo, autoritarismo y, en definitiva, totalitarismo generados por la necesidad, que no discuto, de poner coto a la propagación de la pandemia.
Todas las grandes cabeceras españolas de los medios de información están al servicio del catecismo progre: buenismo, relativismo, multiculturalismo, feminismo radical, discriminación judicial y penal del sexo masculino, aborto abierto al capricho y al egoísmo, adoctrinamiento ideológico en el ámbito de la enseñanza, empoderamiento y prepotencia de la LGTBIQ, intervencionismo, inmigración no sujeta a control, trato de favor a los musulmanes en detrimento de quienes no lo son, Autonomías, separatismos, disolución de las identidades nacionales, de las tradiciones y de los usos y costumbres —el genius loci, el terroir de los franceses, el terruño de los españoles— en el ácido sulfúrico de la globalización, infundios sobre Trump, Putin, Bolsonaro, Orbán y todos los líderes conservadores... En fin. Para qué seguir.
Ante ese aluvión de disparates sólo cabe, hoy como ayer y como siempre, la disidencia. Fue en la Unión Soviética donde ese concepto se convirtió en sinónimo de resistencia y en baluarte defensivo de la libertad de pensamiento, de opinión y de expresión. La Fundación Disenso no es un instrumento estrictamente político, como muchos dirán y ya lo están diciendo, pero su tarea tendrá un repercusión evidente en el ideario y en la práctica de la política. Es un think tank, un taller, un obrador, un ventilador, un laboratorio o, más bien elaboratorio de ideas conservadoras, como lo es la Heritage Fundation de Estados Unidos o lo fue, en su día, la Acción Francesa de Charles Maurras. Son sólo dos ejemplos.
Los responsables de Disenso me han conferido el honor y la responsabilidad de incorporarme como patrono de la Fundación a esa batalla de las ideas que ya no cabe posponer. En ella estaré codo con codo de viejos amigos como Santiago Abascal, Carlos Bustelo, José María Marco, Amando de Miguel, Hermann Tertsch, Rocío Monasterio y Kiko Méndez-Monasterio. Seguro que me olvido de algunos, pero sé que me lo perdonarán. Ya se oyen los claros clarines de tan aguerrida tropa. Sírvame de obertura la Salutación del Optimista de Rubén Darío. Vamos a conceder especial atención a la «iberoesfera». No olviden ese concepto. ¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda! Nadie se llame a escándalo por estas palabras metafóricas entre los progres y sus corifeos. Es sólo una cita del más universal de los poetas que ha dado la literatura escrita en español. Con ella me despido hasta el próximo sábado.
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