martes, 1 de septiembre de 2020

Victoriano Posada, en el recuerdo / por Paco Cañamero


Seguimos llorando a los nuestros que se van. Aún con el dolor vivo por la reciente marcha de Juan José, esta noche nos ha dejado otro gran torero charro, Victoriano Posada, que ha fallecido en su casa de Guayaquil (Ecuador) a los 90 años de edad. Victoriano fue un caballero con mayúsculas que tanto honró la Tauromaquia como a su querida patria. Un hombre que siempre estuvo pendiente de su tierra y del toreo, de su amigos y compañeros, que era tan feliz volviendo cada año al abrazo de su querida Salamanca.

 Victoriano Posada, en el recuerdo

Paco Cañamero
Glorieta Digital / Salamanca, 29.08.2020
Victoriano Posada uno de los grandes toreros salmantinos y pionero –tras su coetáneo Emilio Ortuño Jumillano– en gozar de reconocimiento lejos de esta tierra. Aunque Victoriano Posada no logró el lugar de relumbrón que debería alcanzar acorde con sus condiciones, si dejó en el toreo el regusto de su clase y el aroma de su personalidad, junto a la exquisitez de sus condiciones humanas, aireando la bandera del señorío en todos los caminos de su vida.

Nace en Salamanca el uno de abril de 1930 y siendo un niño lo sorprende la Guerra Civil, de la que siempre quedan perpetuados recuerdos en las despensas de la memoria. Superada la contienda aprende las primeras letras en la escuela, aunque pronto abandona los libros. En esos tiempos, marcados por tantas carencias, es necesario colaborar en la economía familiar y él lo hace colocándose, desde tierna edad, en un conocido bar americano situado en la calle Toro, de su ciudad natal, llamado El Corzo. El establecimiento es propiedad de antiguo ganadero Alfonso Coquilla y a la vez centro de reunión de los aficionados y profesionales, quienes se dan cita allí e improvisan tertulias para hablar de las últimas novedades existentes en el mundo del toreo.

Ese ambiente impregna al pequeño Victoriano y despierta en su interior un mundo de inquietudes a su alrededor para tratar de ser algún día uno más de ellos. De esos grandes toreros que llegan en el invierno a Salamanca para prepararse en sus ganaderías. Uno es Manolete, tan habitual en esa Salamanca de la postguerra; también Pepe Luis Vázquez, a quien tanto admira, al igual que a Pepín Martín Vázquez; sin olvidar a Domingo Ortega, con el que coincide varias veces en el campo y escucha con atención hablar de los recuerdos sobre la grave cornada sufrida años atrás en Salamanca. O Manolo Escudero, que lancea con el capote como el mismísimo Curro Puya. O el genio de Joaquín Rodríguez Cagancho, que también inverna en Salamanca y la gente se para por la calle para ver sus andares solemnes y su innata elegancia en sus paseos desde el Gran Hotel al Novelty -entonces llamado Café Nacional-, en las mismas fechas que la gente le hablaba con pasión del cartel gitano –compuesto por el propio Cagancho, Albaicín y Gitanillo de Triana- programado en varias plazas a raíz de un éxito en Vista Alegre.

La buena relación ganada por Victoriano con la gente del toro y también con el dueño del bar, Alfonso Coquilla, propicia que acuda en numerosas ocasiones al campo y tenga más fácil que otros capas poder torear, empezándose a curtirse en las fincas del Campo Charro destacando con prontitud sus buenas condiciones, junto a la planta que luce. Eso propicia que el catorce de octubre 1949 actúe en Alba de Tormes como sobresaliente de un festejo y sea la primera vez que vista un traje de luces, aunque al final no intervenga en la lidia. Ese hecho se vivió con tal emoción en su hogar que su madre cada tarde le hacía vestir el terno para que fueran las vecinas a verlo y observasen lo guapo que era. Una vez celebrado el festejo una de esas vecinas acudió a visitar a la madre –Flora Becerro, que era una gran aficionada- para decirle que acudió a Alba de Tormes y observó que Victoriano no actuó, respondiéndole la madre que tenía razón, pero lo más importante del festejo fue ver a su hijo hacer el paseíllo.

A partir de 1950 comienza a torear regularmente en novilladas y festivales ganándose el respeto de una afición que se ilusionó con el muchacho. Inmediatamente se fija en él Florentino Díaz Flores, un taurino abulense afincado en Salamanca, torero en su juventud y que por entonces hacía sus pinitos en labores de empresario y también apoderado. Florentino Díaz Flores –el señor Flores-, primero decide anunciarlo en los festejos programados en las plazas que regenta y en unas de ellas, la guipuzcoana de Villareal de Urruchea –actual Urretxu-, se da cuenta del talento del joven decidiendo apoderarlo. Fue el primer paso de una larga carrera en la que dirigió diferentes diestros, entre ellos el palentino Marcos de Celis, el valenciano Francisco Barrios 'El Turia' y que tuvo su cenit en el apoderamiento de Santiago Martín 'El Viti'.

Gustándose con una seria vaca de Manolo Sánchez-Cobaleda en Castillejo de Huebra

En manos del señor Flores se prepara para dar el salto con picadores en la plaza carabanchelera de Vista Alegre, regentada por Domingo Dominguín y sus hijos. La fecha es el ocho de junio de 1952 –comparte cartel con Paquiro y Pacorro- y logra un éxito tan importante que le supone repetir varias tardes más a ese escenario, manteniendo en todas el alto nivel del debut. El mismo que demuestra en otras plazas importante, ejemplo de La Monumental de Barcelona o su presentación en La Ventas con una novillada de Barcial saldada con un nuevo triunfo en su esportón. En esa ocasión la prensa escribe de él: “Como muletero cuando los bichos embisten por derecho es magnífico. Torea al natural de forma pausada y larga, algo que entusiasma al respetable, también sus adornos y sus pases de pecho son muy celebrados”. Una anécdota de esa jornada sucedió en el primer novillo al tirarse de espontáneo un colombiano llamado Andrés Cárdenas Sánchez, entonces estudiante de Filosofía y Letras en Madrid y más tarde destacado catedrático en su país.

Vuelve a Madrid el seis de agosto y la actuación se salda a lo grande tras cortar dos orejas y convertirse en la figura de los novilleros sumando en esa campaña cuarenta y dos paseíllos, la mayoría en ferias de postín. Pudo haber sumado más actuaciones, sin embargo sufre un frenazo debido a dos percances, uno el ocho de marzo en Calatayud y otro, este gravísimo, al ser cornado en Zaragoza por un utrero del hierro salmantino de Arturo Sánchez.

En 1953 torea sus últimas novilladas para tomar la alternativa el veintitrés de mayo en La Monumental de Barcelona, una plaza sabedora de su calidad, siendo padrinado por el venezolano César Girón y testificado por el albaceteño Juan Montero, dos toreros más tarde fallecidos trágicamente en América, lidiándose ganado de Alipio Pérez-Tabernero Sanchón. El toricantano –que se hace matador con Perruno, herrado con el número 19- está a la altura de las circunstancias, lo que le permite comenzar con buenas expectativas su etapa de matador; la misma que pronto, el veintiséis de septiembre, se ve frenada por una nueva cornada, ahora en el Coliseum Balear de Palma, cumplimentando esa campaña una veintena de corridas.

Con la última pata cortada en La Glorieta

La nueva temporada confirma en Madrid, en tarde sin suerte y la completa con veinticinco corridas sin llegar el éxito de clamor que avalaban sus condiciones. En octubre marcha a América para torear en cosos de Colombia y Ecuador, una tierra que a la larga ya será suya para siempre y logra éxitos en su más importantes plazas. Regresa para torear en España sumando solamente quince corridas de toros con notables triunfos en su tierra de Salamanca, donde goza de tanto afecto y admiración, cortando la última pata lograda en el coso de La Glorieta. De nuevo vuela a América y allí, en la feria de Quito, conoce a quien será su mujer, hija de un ministro ecuatoriano, decidiendo estableciéndose en Guayaquil para poner punto final a su etapa de matador de toros.

De Victoriano Posada quedó la huella de un torero de mucha clase que debió ser una figura y dejó su impronta como muletero excepcional. 

Gozó de muchas simpatías y en su tierra fue reconocido. Hombre generoso el ocho de septiembre de 1955 toreó junto a Emilio Ortuño Jumillano en La Peña de Francia una corrida organizada por el padre Constantino, prior del convento dominico y al finalizar el festejo, celebrado con la plaza portátil abarrotada, los dos toreros cedieron su capote de paseo a la Virgen y con ellos confeccionaron los mantos que luce en la actualidad.

Desde su casa de Guayaquil siempre estuvo al tanto de sus negocios, también de su pasión por la pintura –fue un excelente pintor- y vivió pendiente de lo que ocurre en la Fiesta, de las llamadas de su amigos de España y en especial si procedían de Salamanca, su querida tierra. A ella regresaba todos los años a primeros de agosto para permanecer hasta que los primeros fríos del Pilar lo devolvían a América.

Guayaquil 2014. Encuentro de dos charros ligrimos: Del Bosque y Posada.

En Guayaquil disfrutaba de felicidad al recibir la visita de algún paisano. Una de ellas la realizada por el Niño de la Capea, quien llegó acompañado de Dámaso González y disfrutaron de una jornada que han quedado enmarcadas entre sus mejores recuerdos. Más recientemente, en agosto de 2014, la Selección Española de Fútbol viajó a Guayaquil para disputar un partido contra Ecuador y Victoriano Posada acudió al encuentro de su paisano Vicente del Bosque para tributarle tanta admiración como le guardaba, mientras que a Del Bosque le ilusionó poder conocer a ese torero de quien tanto escuchó hablar en los años de su niñez. Aquel encuentro de dos charros quedó saldado por la admiración mutua entre dos personajes que, por las circunstancias de la vida, coincidían tan lejos de su tierra.

Hombre hogareño era padre de una larga familia, de hijos y nietos, a los que adoraba. Vaya para todo ellos nuestro pésame. Porque se ha ido un gran torero y Salamanca ha perdido a un charro universal.

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