...se hizo el silencio, Puskas avanzó y descargó su zurda y su rabia sobre el balón y sobre los gritos. La leyenda cuenta que nadie pudo seguir la trayectoria y que sólo se escuchó el ruido del cuero impactando sobre el soporte metálico que sostenía la red.
Aquel gol de Puskas que nunca vi
Oscar Socas
La Galerna / 30.09.2020
Cuando pienso en quién soy, no puedo evitar asociarlo a quién fui. Entonces veo a un niño a finales de los ochenta en unas gradas de cemento a las que acudía con mi padre para ver el fútbol de tercera división, en un pequeño pueblo del norte de Tenerife. Transistores a las cuatro de la tarde, tabaco en los labios adultos, habanos en los aún mayores...
En el previo o en el entretiempo acudíamos a la cantina y allí comenzaba una liturgia semanal por la que se invocaba a los grandes héroes del pasado. Así fui conociendo a Di Stéfano, Puskas, Gento, Amancio... Así, escuchando relatos y leyendas, conseguía recrear en mi mente cada final, cada partido épico, cada gol. Supongo que eso hacíamos todos. Nos pegábamos a la radio e imaginábamos como había volado Hugo Sánchez para conectar un testarazo a las mallas tras preciso centro desde la banda derecha.
Así es cómo aquel legado de generaciones gloriosas del Madrid llegaron a mí. Así fui capaz de sentir míos aquellos éxitos en los 50 o la derrota frente al Benfica de Eusebio. Así fui recibiendo el testigo de la memoria, haciéndolo mío y haciéndome, a su vez, su guardián y custodio. De entre aquellas historias, siempre he tenido presente la de la primera visita del Madrid en Liga a Tenerife. Mi padre situaba el hecho en el 61 o en el 62 y debía ser invierno porque recordaba haber llevado un abrigo. La expectación en toda la isla era descomunal. Probablemente uno de los acontecimientos de la década (qué extraordinario poder ha tenido siempre el fútbol). Relatando mil peripecias, consiguió una entrada para la vieja grada de Herradura (fondo), en la que se apiñaban miles de aficionados en pie, colapsando incluso las escaleras. Llegó el segundo tiempo y se señala una falta a veinte metros de la frontal. La gente seguía gritando a Puskas, inadvertido al parecer en el encuentro. Según su relato se hizo el silencio, Puskas avanzó y descargó su zurda y su rabia sobre el balón y sobre los gritos. La leyenda cuenta que nadie pudo seguir la trayectoria y que sólo se escuchó el ruido del cuero impactando sobre el soporte metálico que sostenía la red. Al parecer, el balón volvió a la vista al ser escupido por el interior de la portería ante el asombro de las veinte mil personas que habían acudido. Muchos se pusieron a aplaudir como si hubiesen asistido al mayor truco de prestidigitación del mundo.
Hoy mi padre padece Alzheimer y ya no recuerda aquel gol ni aquella noche, posiblemente de invierno, en Santa Cruz. Aún se le abren los ojos al escuchar el nombre de Di Stéfano y el de Puskas, aunque ya no está muy seguro de quiénes son. Sin embargo, yo sí recuerdo aquel gol, cierro los ojos y puedo sentir el silencio del público, el susurro de aquel señor que apuraba el tabaco a mi lado antes del lanzamiento. Puedo ver a Puskas con los brazos en jarra y puedo dar fe de que nadie vio el balón volar hacia la portería... Lo recuerdo perfectamente, es el gol que siempre recuerdo de aquel equipo de leyenda, aquel gol de Puskas que nunca vi.
Quién sabe, quizá en unos años mi mente no pueda retener ese momento. Yo, por si acaso, relato este gol a mi sobrino con cada detalle. Quizá, cuando yo ya no pueda volver al asiento de mi padre en 1962, él pueda sentarse en nuestro sitio y volver a ver aquella falta mágica una vez más.
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