miércoles, 14 de octubre de 2020

Fermín Murillo, el baturro del cuento / por Paco Mora


Era de los que no daba el brazo a torcer ante el peligro ni ante la adversidad. Un valiente a carta cabal. La lucha de su vida de torero fue noble y dura y solo la enfermedad pudo doblegar su ánimo.

Fermín Murillo, el baturro del cuento

Paco Mora (Remembranzas Taurinas)
AplausoS / Fotos: El Ruedo
Fermín Murillo Paz, matador de toros aragonés, nació en Zaragoza en el año 1934 y murió de un derrame cerebral a los 69 años de edad. Fue un torero valiente que personificó perfectamente al baturro del cuento, aquel que caminando sobre su borrico por la vía del tren, cuando la máquina de hierro comenzaba a pitar en vez de darse por avisado del peligro respondía: “Chifla, chifla, que como no te apartes tú yo no me aparto”. Era de los que no daba el brazo a torcer ante el peligro ni ante la adversidad. Un valiente a carta cabal. La lucha de su vida de torero fue noble y dura y solo la enfermedad pudo doblegar su ánimo. Consiguió en el toreo todo lo que se puede lograr con el valor, la entrega y la honestidad profesional como armas. Su epitafio bien podría ser con todo merecimiento el clásico: “Aquí yace quien nunca tembló”.

Formó parte, junto a Enrique Molina y José María Clavel, de aquella terna de niños toreros formada por Villacepellin, que, dadas las condiciones de los tres chiquillos, debió tener más largo y exitoso recorrido del que tuvo. Pero la precipitación del mentor de la misma, haciéndoles debutar en Las Ventas de Madrid cuando todavía no estaban cuajados para afrontar tal desafío, y menos con una novillada de Isaías y Tulio Vázquez que era una auténtica corrida de toros, dio al traste con aquel proyecto de tres futuros buenos toreros.

Consiguió en el toreo todo lo que se puede lograr con el valor, la entrega y la honestidad profesional como armas. Su epitafio bien podría ser con todo merecimiento el clásico: “Aquí yace quien nunca tembló”

Molina y Clavel continuaron en Barcelona, plaza de primerísimo orden en todos los aspectos, y Fermín Murillo marchó a Albacete, en ebullición taurina por aquellos días con la pareja Montero y Pedrés. Se hizo cargo de él Lucinio Cuesta, que ayudaba a los dos susodichos novilleros albacetenses y como primera medida le aconsejó a Fermín que hiciera la “mili” voluntario en Aviación, para evitar que cuando llegara su “quinta” le sorprendiera en pleno empeño novilleril. Por aquellos días lo conocí; era un mocetón alto y fuerte que con su camisa negra bajo un traje gris perla y con una estatura y un empaque poco habituales en los jóvenes de la posguerra, hijos de la hambruna, el temor y la humildad, hacía furor entre las mocitas albaceteñas, y junto a Pinturas, Chicuelo II, Montero y Pedrés dimos muchas vueltas arriba y abajo por el “tontódromo” de la Calle Ancha. Pero terminado el servicio militar, Fermín desapareció de la ciudad manchega y no volví a encontrármelo hasta que me trasladé a vivir con mi familia a Barcelona.

Apretada gaonera del baturro Murillo.

A aquellas alturas yo ya había abandonado mi travesura taurina, y cumplido también el servicio militar en Menorca. Contraje matrimonio, poco después tuve el primero de mis seis hijos y mis obligaciones e ilusiones eran otras muy distintas a las de los que perseveraban en el empeño de ser toreros a toda costa. Supe que Fermín se había casado con la hija de un amigo mío, el comandante Bello, que estaba destinado en el Gobierno Militar de Barcelona. Pronto le perdí la pista, aunque por los periódicos y los programas radiofónicos taurinos, especialmente el de Julio Gallego Alonso en Radio Nacional, sabía de la evolución de su carrera, trabajosa pero insistente. Hasta que muchos años después nos volvimos a encontrar, esta vez en Valencia, él divorciado y retirado del toreo y yo como director de la autonómica Radio 9 en los finales de mi carrera periodística. Creo que nos puso en contacto José Luis Benlloch, amigo de ambos. Allí retomamos nuestra amistad, almorzábamos algunos días juntos y hasta le pedí que pusiera a Manolito Amador en el festival taurino de ATADE que durante treinta años organizó en Zaragoza. Y lo puso. Fermín vivió bastantes años en la ciudad del Turia e incluso rehízo su vida sentimental con una mujer valenciana. No andaba bien de salud y cuando yo ya había vuelto a mi casa de Cataluña definitivamente retirado, pero sin dejar de practicar el periodismo como manera de respirar porque no sé hacerlo de otra manera, el día 28 de octubre de 2015 me enteré de que Murillo había muerto en Valencia. Sus restos yacen en la Misericordia de Zaragoza por expreso deseo del torero. Lo sentí en el alma. Era demasiado joven todavía. Mereció mejor suerte y más larga vida.

Le dio la alternativa, el día 21 de abril de 1957 en Zaragoza, el albaceteño Chicuelo II, que le cedió el toro “Bonito”, de Miura, en presencia de Jaime Ostos. Y el 8 de septiembre del mismo año, con el toro “Minerito”, de Escudero Calvo, se la confirmó en Madrid Mario Carrión, primo de los Martín Vázquez, con Mariano Martín Carriles como testigo

Ciñéndonos a lo puramente taurino, Fermín era un torero de gran solidez y firmeza, imposibles de poner en práctica sin un valor a prueba de bomba. Y el aragonés tenía valor para parar un tren. A base de su casta indomable consiguió triunfos importantes, sobre todo ya como matador de toros, pues en realidad sus temporadas como novillero fueron parcas en números por lo que se prolongó en el escalafón inferior durante cinco temporadas. Le dio la alternativa, el día 21 de abril de 1957 en Zaragoza, el albaceteño Chicuelo II, que le cedió el toro “Bonito”, de Miura, en presencia de Jaime Ostos. Y el 8 de septiembre del mismo año, con el toro “Minerito”, de Escudero Calvo, se la confirmó en Madrid Mario Carrión, primo de los Martín Vázquez, con Mariano Martín Carriles como testigo. Como matador anduvo casi siempre por la zona intermedia del escalafón, y como era un torero honrado que en la mayor parte de los toros que lidiaba siempre trataba de entregar todo lo que de torero llevaba dentro, fue creándose fama de valiente y caía bien en muchos carteles y a casi todos los públicos.

Momento de la alternativa de Fermín Murillo.
Padrino, Chicuelo II, ante Jaime Ostos

Encontró su difícil comodidad en esa tierra de nadie, en la que, a veces, algunos toreros ganan el premio a la perseverancia, como fue su caso, lo que les sirve de plataforma de lanzamiento, y desde allí logró escapar de la melee y situarse en el pelotón de cabeza. Puesto muy duro porque en esa tesitura no se puede bajar la guardia ni un instante. Y allí surgió con fuerza el baturro del cuento, aquel del “chifla, chifla, que como no te partes tú yo no me aparto”. Sus dos temporadas más importantes fueron las de 1961 y 1965 y los que le vimos muchas tardes le reconocíamos un evidente virtuosismo cuando manejaba la muleta con la mano izquierda. Tuvo mucho cartel en Barcelona, donde vivió algún tiempo, y en su Zaragoza natal. A lo largo de su carrera sufrió trece fuertes cornadas, siendo las más graves las de Sevilla y Calahorra.

Tuvo mucho cartel en Barcelona, donde vivió algún tiempo, y en su Zaragoza natal. A lo largo de su carrera sufrió trece fuertes cornadas, siendo las más graves las de Sevilla y Calahorra.

Era un hombre bueno pero con carácter, de los que no se dejan pasar su terreno. Una muestra de esa realidad es que como le había llegado la especie de que Antonio Ordoñez lo había quitado de algún cartel, un día que coincidieron como vecinos de habitación en el Hotel Aricasa, el más torero de Barcelona por aquellos tiempos, cogió de su fundón de espadas un descabello y con él en la mano toco el timbre la habitación del rondeño, y cuando éste le abrió y le invitó a pasar ni corto ni perezoso le espetó: “Maestro, me han dicho que me ha vetado usted en algunos carteles y eso lo vamos a arreglar usted y yo ahora mismo”. El hijo de Cayetano, que tampoco era ningún timorato, negó la mayor, le dio sus explicaciones y acabaron tan amigos. Hasta el punto de que a partir de entonces no solo no le puso trabas al baturro sino que lo exigió en varias ferias como compañero de cartel.

Muletazo en su Zaragoza del alma.

Con el por entonces famoso empresario “Jumillano” también tuvo Fermín sus mas y sus menos. Esta vez al parecer por un cruce de faldas que el empresario no supo o no quiso digerir. Pero todo acabó con un brindis del torero al hombre de negocios taurinos en la plaza de Valladolid. Y “tutti contenti”, hasta el punto de que acabaron siendo durante un tiempo apoderado y poderdante.

 Un torero valiente y un hombre corajudo Fermín Murillo Paz. Y un gran amigo de sus amigos. Entre los que me conté.

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