martes, 13 de octubre de 2020

Insuficiencia cardíaca / por Jorge Arturo Díaz Reyes

 Habría que asumir la realidad, atender con terapia radical el claudicante órgano principal. Recuperando su función esencial, su autenticidad y pujanza de toro bravo. En lugar de andarse con pañitos de agua tibia, complacencias o peor, intentos de convertirlo en hígado.

Insuficiencia cardíaca

Jorge Arturo Díaz Reyes
Crónica Toro / Cali, Octubre 13 de 2020
El negocio de las corridas, la industria de la tauromaquia, el sistema de la fiesta, enfrentan quizá la más dura época de su historia. La extinción aparece cada vez más como una posibilidad real que como una visión alarmista de la cual se pueda escapar cerrando los ojos o mirando a otro lado.

La pandemia, sí. Pero esta no es la causa única, ni siquiera la principal. De otras peores pestes y calamidades mundiales ha sobrevivido el toro y salido fortalecido. Tampoco la presión de los intolerantes, hasta excomuniones y criminalizaciones ha superado. Menos, los eventuales errores empresariales, propios del oficio.

Mucho antes de la globalización viral, en marzo pasado, las acciones habían entrado en caída libre. Años. Ahí están las estadísticas que lo prueban, con su índice más veraz; el descendente número de festejos. Derrumbe que ha arrastrado tras de sí a todo el sector, para hablar en términos de economistas. Crisis ha sido la palabra de moda desde entonces.

El Covid 19 no ha hecho más que agravar el cuadro preexistente. La salud minada, las defensas bajas y la poca conciencia de la enfermedad, se han coligado contra el paciente y empeorado su pronóstico. Es dogma clínico. Los paliativos, analgésicos y palabras de consuelo pueden aliviar el sufrimiento (cosa importante), pero no curar ni salvar. Es más, a veces enmascaran síntomas y roban atención a la etiología del mal.

Por eso, a cambio de mentiras piadosas, charlatanerías y curanderías que se ofrecen y no siempre gratuitamente a los casos desesperados, la verdad, la dura verdad del diagnóstico preciso es dolorosa pero necesaria. Es obligado volver a la pregunta clave. ¿Qué venía pasando, qué había debilitado tanto el organismo, para que el contagio lo haya puesto en estado terminal?

La respuesta, la han dado no pocos desinhibidos, a quienes por ello mismo se les mira con desconfianza y antipatía. El enorme y obeso cuerpo de la fiesta ha descuidado su corazón; al épico arte del toreo se le resta protagonismo y fuerza, entra en insuficiencia y ya no moviliza la circulación lo suficiente para mantener las constantes vitales.

Y lo empeoran quienes hacen pasar la enfermedad por salud, quienes dicen que todo va bien cuando todo va mal, y los relacionistas que con sus melifluas tergiversaciones lo intoxican y aceleran el deceso.

Habría que asumir la realidad, atender con terapia radical el claudicante órgano principal. Recuperando su función esencial, su autenticidad y pujanza de toro bravo. En lugar de andarse con pañitos de agua tibia, complacencias o peor, intentos de convertirlo en hígado.

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