A pesar de la locura informativa vivida desde el inicio de la pandemia, las opiniones y noticias dadas desde las cadenas televisivas son las que terminan calando en la población. Un meme será más o menos gracioso, un tweet más o menos ingenioso y mordaz, una foto de Instagram más o menos creíble, pero lo que sale en la tele sigue “yendo a misa”.
He aquí una muestra de los mensajes que se están difundiendo estos días en la televisión: “El lugar de más alta peligrosidad es la familia”; “Los contactos familiares son altamente peligrosos”; “Donde más riesgo se corre es en los encuentros familiares”; “El foco de contagio está en el ámbito familiar”. Es evidente, la presa que hay que terminar de rematar es la familia.
Y es lógico que así sea ya que la familia tiene un triple ligamen social en la civilización. Es parte de la tríada que sostiene al hombre como tal desde su origen como ser que vive en comunidad. Esta unión primero está compuesta por la idea de lo sagrado, lo eterno, lo trascendente y religioso que lo diferencia de otros seres. Por otra parte, este misterio es el que liga al hombre con la tierra, con su lugar de nacimiento y sus raíces, el sitio donde están enterrados sus progenitores y sus ancestros. Y finalmente está el núcleo donde el hombre tiene su intimidad, lo comparte con su mujer, deposita su amor y lo transmite en sus hijos: la familia.
Primero han ido a por Dios, donde está el más allá y el devenir de la Historia. Luego han ido a por la Patria, la comunidad que se protege, la casa común donde se alberga la identidad y la nostalgia del origen. Y finalmente a por la Familia, la carne y la sangre que une generaciones. Esta es el último baluarte y por eso es peligrosa para los planes globalistas.
Se confinan poblaciones enteras, se prohíben reuniones, besos y abrazos por el bien y la salud pública y por el nuevo mundo fraterno e igualitario de la gobernanza mundial. El horizonte es un despotismo sanitario y autoritario global, una nueva civilización temporal, uniforme e individual con la legitimidad que da lo políticamente correcto.
El virus parece moldear las conciencias. Todo se subordina al Covid-19, el virus chino que encierra las almas en lo profundo del miedo. Italia ya amenaza con un “lockdown” como ellos lo llaman, un cierre forzoso por la emergencia, un confinamiento.
“¿Lockdown? No hago previsiones para Navidad. Hemos tomado las medidas más adecuadas y sostenibles para prevenir un confinamiento, pero está claro que mucho dependerá del comportamiento ciudadano” afirmó Giuseppe Conte, Presidente del Consejo de Ministros de Italia.
“La Navidad de este año no será una Navidad normal, sino diferente y con distancia” así se pronunció Salvador Illa, el Ministro de Sanidad de España.
Familia_Covid
La imagen de la familia y la Navidad están siempre ligadas a la infancia, a la nostalgia más tierna y a los recuerdos más felices. Por eso necesitan acabar con ellos para moldear el nuevo modelo de una ciudadanía global obediente, sin tradición y sin memoria.
La familia es la última frontera a batir y por eso está permanentemente agredida y denostada. A pesar de ello y, para disgusto de muchos, aún se sostiene ante una civilización que parece encaminarse hacia su propia extinción.
Esa comunidad básica fundada en el amor, la esperanza y el futuro, encarnado en los hijos, solo resistirá el embate gracias al arraigo en sus ancestros y en lo divino. Seguirán bombardeando con mensajes sutiles y no tanto, que solo tienen como objetivo minar las defensas comunitarias de las naciones. Ya no se ocultan ni intentan hacer pasar por buena mercancía podrida, la ofrecen sin ningún tipo de reparo y millones la compran y consumen a gusto.
Hoy vivimos en una sociedad enfrentada ante el dilema entre la Identidad y el Globalismo, una disputa a nivel europeo y mundial. De ahí la coincidencia entre políticas y discursos como los de Italia, España, Argentina o Ecuador, entre otros
Aunque prohíban los besos, los abrazos, las caricias, las sonrisas y el Nacimiento en la Sagrada Familia y quieran acabar con todo ello, aún no está dicha la última palabra. Ni mucho menos.
Leyendo el artículo "La Familia y la Navidad" de José Papparelli me he sentido transportado a mi niñez -hace mas de medio siglo- y seguidamente he viajado rápidamente a este crítico año 2020.
ResponderEliminarHe recordado como empezó a cambiar el trato de los jóvenes con los mayores con el nefasto -para mi-, don Felipe Gonzalez.
Primero nos llamaban "carrozas"; después "trogloditas" y ya en este siglo nos llaman "viejo asqueroso".
La maniobra fue desde las escuelas con esos maestros "pesebreros".
No paremos de divulgar nuestra Verdad como lo hace El Correo de España.
Vicente.