domingo, 25 de octubre de 2020

Sevilla, ¿qué hay en ti para ser tan buena madre? / por Pablo Pineda


Sevilla, ¿qué hay en ti para ser tan buena madre?

Pablo Pineda
Toros de Lidia / 24 octubre, 2020
Primero romana, después visigoda, luego mora y al final cristiana. La capital del mundo, en la vega del Betis, deslumbra no solo por su variedad, sino por su calidad en materia de historia del arte. Es un conglomerado antológico que toda persona que no se dedique solo a mirarse el ombligo debe conocer y paladear. “Sevilla es España, pero España no es Sevilla”, y no le faltaba razón al Silvio.

En el toreo, no es menos. José y Juan emprendieron el rumbo, uno fue indiscutiblemente (a pesar que haya quien hoy lo niegue) el Rey del toreo. Juan, sin embargo, suplementó de forma genial a José, siendo distinto con su temple, pero reconociendo su inferioridad. Y ojo, que en paralelo iba el Divino Calvo, el eterno olvidado, una fuente de originalidad y bohemia.

Sin ser suficiente con esto, Triana da a luz al que es para mí el mejor capote de la historia, Curro Puya. Lejos de enganchones y codilleos más que actuales, supo bajar las manos y con firmeza templar impecablemente en una época de toros indeseables a los ojos de hoy.

Sócrates fue un tipo que supo verle la gracia hasta a su propia muerte. Y en San Bernardo nació Pepe Luis Vázquez, que con aptitudes pudo derrocar a Manolete, pero se conformó con la gracia y la torería. Caprichos de la tierra.
Más tarde vino Curro, que si bien, a mi parecer, ha sido sobreestimado (opinión impopular), supo crear una religión en Híspalis, haciendo de la ciudad un manicomio más de una vez. Su temple, eso sí, es toda una institución. Casi a la par, Paco Camino dio verdaderas clases de toreo clásico y pulcro, además de exhibir el arte de matar los toros. Uno de los más completos de la historia. Y como complemento a ellos, estaba Diego valor Puerta, porque en Sevilla no todo es pitiminí.

Y con una lista incontable de excelentes toreros no mencionados de por medio, Sevilla se planta en la actualidad con varias corrientes artísticas. El genial Morante de La Puebla, héroe y villano, para el pesar de muchos es el único torero que a día de hoy recoge prácticamente todas las tauromaquias antiguas. En una época de toreo mecanizado, Morante abre las puertas a la variedad con buen gusto, sin faenas de exacerbado “teatrismo”. Y, a las buenas, es un torero mandón, de mano baja y que sabe ligar como mandan los cánones. A las malas, prefiero no hablar.

Pablo Aguado se puso la pasada temporada en la cima gracias a tres faenas sencillas y a la par perfectas: estoicas, clásicas, templadas, y muy estéticas. Dotes tiene, arte también, pero no debe permitirse las licencias que se está tomando esta temporada para ser tan joven. Hay que esperarle.

Y hay un torero que ni fuma puros, ni va a manifestaciones comiendo pipas, ni viste horrendo, ni asiste a mítines populistas, ni boicotea la televisación de corridas, ni todas esas pantomimas que, en fin, parece que hacen seres superiores a algunas personas. Se llama Juan Ortega, nació en Triana y cada muletazo suyo es un cartel de toros. Con la pureza, la verticalidad, cargar la suerte y un excelente toreo “en ochos”, le basta. Ah, y es el más capaz para templar un toro con el capote. Pero, al igual que a Pablo Aguado, todavía hay que esperar y verle. Al menos, futuro a corto plazo hay.

Siendo esta antología humilde y excluyente, aun así me pregunto: Sevilla, ¿cómo lo haces, dios mío?

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