Es la vuelta al mundo multilateral y un poquito multislip de las informaciones con varias capas de calzoncillos. Una propaganda que aleja a la gente de los medios, punto en el que descubrimos que el interés no es (y quizás no fue nunca) el espectador, sino el mensaje.
Erosión
La (auto) proclamación de Biden ha deparado el espectáculo de la unanimidad mundial. Desde Lady Gaga a Fernández Vara, pocas han sido las personas que no han saludado con alegría el fin de unos dramáticos años sin guerras.
Es la vuelta al mundo multilateral y un poquito multislip de las informaciones con varias capas de calzoncillos. Una propaganda que aleja a la gente de los medios, punto en el que descubrimos que el interés no es (y quizás no fue nunca) el espectador, sino el mensaje.
La propaganda es burda, pero aún hay detalles que divierte señalar. Por una aguda observación de Estrella Fernández-Martos, colaboradora de Abc en Córdoba, reparamos, por ejemplo, en la muy distinta manera en que se ha referido la condición católica de Biden y de la jueza Amy Coney Barrett. Ella era “ultracatólica”, Biden simplemente católico. Un hombre no extremado, con un fondo religioso donde refugiarse en los peores momentos. Ella, una radical fundamentalista; él, un espíritu moderado, pero profundo y moral (y no como Trump) al que sacaban guapo y con gafas de sol como si fuera Clint Eastwood.
Esta propaganda mundial también parece ir más allá de la mentira, como si el objetivo no fuera ya convencer, sino desmoralizar, un efecto que comienza a notarse en algunas personas. Theodore Dalrymple lo advirtió hace unos años: “La corrección política es propaganda comunista a pequeña escala. En mi estudio de las sociedades comunistas, llegué a la conclusión de que el propósito de su propaganda no era persuadir o convencer, ni informar, sino humillar; y por tanto, cuanto menos se corresponda con la realidad, mejor. Cuando las personas se ven obligadas a permanecer en silencio cuando les dicen las mentiras más obvias, o peor aún, cuando se ven obligadas a repetir las mentiras ellos mismos, pierden de una vez por todas su sentido de la probidad. Aceptar las mentiras obvias es cooperar con el mal y, de alguna manera, volverse malvado uno mismo. La posición de uno para resistir cualquier cosa se erosiona, e incluso se destruye. Una sociedad de mentirosos castrados es fácil de controlar. Con la corrección política se pretende y se consigue ese efecto”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario