jueves, 4 de febrero de 2021

Estoicismo, tauromaquia y el enigma de un genio / por Pablo Pineda


Pero tengan clara una cosa: las letras de la tauromaquia se escriben con la tinta de la filosofía, y su arte reside en el humanismo y amor por el saber que sepa apreciar la relación del hombre y el animal.

Estoicismo, tauromaquia y el enigma de un genio

Pablo Pineda
Toros de Lidia - 3 febrero, 2021
En el origen del pensar, es decir, en Atenas, tras el casi insuperable legado de Sócrates, el saber se bifurcó en tres grandes vertientes, tres escuelas helenísticas: estoicismo, cinismo y epicureísmo.

Fue Estilpón de Megara, discípulo de Euclides, quien se percató de que del hombre debe nacer la autarquía, un fenómeno derivado de la despreocupación -apatheia, imperturbabilidad- que nos conducirá al dominio de nuestra sabiduría para conquistar la libertad. Su discípulo, Zenón de Citio, fundó la Escuela estoica, cuya filosofía corresponde con fulminar al miedo, ya que solo el dolor es un rival digno de ser respetado. Frente a ello: fortaleza, coraje, aceptación y virtud.

Tal era la confianza de Zenón en dichos sustantivos, que, según la leyenda, pese a tener el tobillo hinchado por la gota, dijo: “Solo padezco si obro maliciosamente, lo que atrofia mi tobillo no existe”. Un ejemplo de cómo llevar al extremo el dominio de las pasiones.

Y, como con todo en la vida, la tauromaquia halla relación con esta rama del pensamiento helenístico. Más aún, me atrevo a decir que, tras cualquier corriente filosófica que sepa establecer relaciones de superioridad del ser humano frente al animal (en base al raciocinio), el estoicismo es lo que más representa a la tauromaquia.

En efecto, es el torero -siempre gracias al toro- el artífice de obrar con arte, diríamos torería, y con ello, en primer lugar, acatar el comportamiento del toro, bravo por condición. Y en segundo lugar, tras la aceptación, el dominio. En paralelo a esto, una dosis infinita de imperturbabilidad de alma, mesura en los movimientos y coraje cuando la res te supera o te acerca a la muerte.

Consecuentemente, en una faena exenta de ventajismos se podría apreciar artísticamente las premisas a cumplir por la escuela estoica. No quedando conforme el toreo con un ballet entre animal y hombre, le añade otro tema que creó controversia en la Stoa: la muerte. El suicidio es, bajo estas premisas, un acto de valentía o de cobardía, pues en este caso el indeterminismo impera sobre el final de la vida.

Si y solo si es la vida en sí un camino de sempiterna miseria, se hablaría del suicidio como acto honorable. En contra, cobarde es quien no planta cara con fortaleza y coraje cabiendo la posibilidad.

Y yo les pregunto: ¿Qué fue don Juan Belmonte? ¿Honrado estoico, o cobarde ante las situaciones de la vida? Si bien la miseria le vino por verse retirado y no alcanzar el Olimpo del mismo modo que su rival y compañero José, hablaríamos de un acto estoicamente honorable. Pero… ¿Pudo hacer más para verse en el cielo con los dioses? ¿Aceptar el dominio de Gallito y acabar así lo hizo un cobarde? A gusto del lector queda la conclusión final de este artículo respecto al genio que enseñó al resto a cargar la suerte.

Pero tengan clara una cosa: las letras de la tauromaquia se escriben con la tinta de la filosofía, y su arte reside en el humanismo y amor por el saber que sepa apreciar la relación del hombre y el animal.

1 comentario:

  1. Sumamente interesante la observación intelectual - taurómaca. Mil gracias. // Atte., Torotino

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