viernes, 16 de abril de 2021

El (mal) ejemplo del avestruz / por Paco Delgado


Alguien lo ha dicho, si no se puede dar una corrida con tanto aforo, habrá que darla con menos, pero hay que darla, arreglando el tema entre todas las partes. Y luego ya veremos cómo se compensa. Pero lo que no arregla nada es la dejadez, la inacción. No hagamos caso ahora a Borges, y evitemos, entre todos, que la vieja mano siga trazando versos para el olvido.

El (mal) ejemplo del avestruz

Paco Delgado
BurladeroTV / 15 Abril 2021
No acaba de verse claro el panorama y, pese a que hay indicios y mensajes de mejoría y solución, la situación sigue siendo compleja y pocos son los que deciden aventurarse en las sombras. El miedo atenaza e impide casi cualquier movimiento.

El hombre nunca ha logrado desvincularse de una de las sensaciones que más le oprimen, el miedo, algo inherente a la condición humana, pese a su prolongado proceso de aprendizaje social y cultura a través del tiempo y que le ha hecho ir adaptándose a diversos y complicados escenarios sociales.

Es un sentimiento que no desaparece, porque adopta nuevas formas y circunstancias que nos obligan a enfrentar los problemas. No es solo un proceso fisiológico, es un mecanismo que se ha ido sofisticando paulatinamente, si bien, dice el psicólogo Allan Fernández, es tan arcaico, que cada vez que algo nos genera temor nos convertimos inmediatamente en la versión más básica de nosotros mismos.

Y en esas anda el mundo taurino, por ceñirnos a lo que nos implica y atañe. La pandemia y sus consecuencias ha generado tanto miedo que ha logrado paralizar todos los mecanismos que hacen que este tinglado se mueva, amenazando con colapsar el sistema. 

Aunque no sólo el miedo atenaza a los responsables de la cosa taurina a los políticos de los cuáles depende el tema tampoco les llega la camisa al cuerpo y se tientan la ropa antes de tomar la más mínima decisión que pueda afectar a su condición, cargo y canonjía...

Y así, unos por otros, estamos en abril y nadie sabe cuándo habrá una mínima normalidad que permita retomar una temporada interrumpida hace ya más de un año.

A veces tienes que tocar fondo para volver a resurgir y no sentirte inseguro. Las heridas del pasado pueden no cerrar nunca, pero te ayudan a dejar atrás el temor porque sin quererlo, te vuelven más fuerte. En ocasiones tenemos que tragarnos esa sensación que hace que nos tiemblen las piernas, para hacer a un lado aquello que nos está arruinando la vida. Porque puedes tener miedo, pero jamás puedes quedarte sin hacer nada al respecto. Los problemas no desaparecen metiendo la cabeza bajo el ala.

El hombre que tiene miedo sin peligro, inventa el peligro para justificar su miedo y no hay nadie más peligroso que quien tiene miedo. Para quien tiene miedo, todo son ruidos, decía Sófocles.

Se atribuye a Sartre la frase Los tímidos tienen miedo antes del peligro; los cobardes, durante el mismo; los valientes, después". Muchos son los que ahora están, siendo benévolos, pareciendo tímidos y se ponen la venda antes de recibir la pedrada y hay que recordar que nunca nadie llegó a la cumbre acompañado por el miedo.

No menos cierto es que la prudencia es buena consejera y no conviene correr riesgo innecesarios, pero cuando el agua te llega al cuello no queda otra que nadar e intentar ganar la orilla. Esperar a que vengan a rescatarnos puede ser peligroso. Y hasta fatal.

No está la cosa, ciertamente, para gollerías ni alardes, pero sí, precisamente, para demostrar que se tiene lo que hay que tener para ir remontando y buscar soluciones y medios para salir del atolladero. Y, se está viendo, hay políticos que no mueven un dedo, por mucho que hablen y hablen, y taurinos que hacen tres cuartos de lo mismo. Esperar a que les saquen las castañas del fuego sin arriesgar un centímetro de piel. Pero, a lo peor, cuando alguien se decida, las castañas están ya quemadas y no sirven para nada.

Alguien lo ha dicho, si no se puede dar una corrida con tanto aforo, habrá que darla con menos, pero hay que darla, arreglando el tema entre todas las partes. Y luego ya veremos cómo se compensa. Pero lo que no arregla nada es la dejadez, la inacción. No hagamos caso ahora a Borges, y evitemos, entre todos, que la vieja mano siga trazando versos para el olvido.

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