John Ford, el genial director de cine norteamericano, decía que “una película es buena cuando atrapa al espectador en los cinco primeros minutos, dejándolo clavado de asombro en la butaca”. Eso es el cartel de VOX, el asombro ante la injusticia que con nuestros impuestos se perpetra a diario contra nuestros compatriotas más frágiles, más débiles y más ancianos para favorecer, con los recursos que les hurtamos, a unos advenedizos parasitarios que han entrado ilegalmente en España y que aquí permanecen sine díe al cobijo de una filantropía suicida y de una solidaridad cainita, ofrecidas por unos políticos, tan cobardes como miserables, que amasan sus fortunas con los impuestos de un pueblo al que desamparan en nombre de un humanismo esquizofrénico que vacía las despensas de millones de españoles para calentarle el plato y la cama a las manadas de pobrecitos MENAS, que infestan de inseguridad y delincuencia los barrios en los que el Gobierno los acampa con más dinero en el bolsillo del que mensualmente mengua en la cartilla de una abuela viuda española.
No, no es repugnante ni xenófobo, ni racista el cartel de VOX. Es una foto digna de Bernardo Gil Mugarza en la España en Llamas de la pobreza y de la injusticia social a manos de la incuria y la traición de una clase política que deporta más allá de las fronteras del bienestar a sus propios compatriotas para derramar sobre la inmigración ilegal los recursos que les niega y que les roba a nuestros ancianos, a nuestras abuelas, a nuestros parados. Eso es lo repugnante, no el cartel de VOX.
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